Sobre la Catedral del Mar
Análisis. En un momento de la trama, cuando Falcones narra la próxima desventura de uno de los protagonistas de su nueva historia, define así el proceso psicológico del personaje en turno: «Retorno a la juventud inexperta». Leí La Catedral del Mar hace unos 4 años y, como sus millones de lectores, quedé complacido con la bondad que irradiaban los protagonistas, pero fúrico acabé con la presencia de los villanos. No puedo extenderme como querría para hablar de todos los acontecimientos narrados en el libro, no por falta de capacidad, pues pude hacerlo antes y lo sabes. No, aquí es porque los matices que rodean tanto a los personajes como a los eventos son muchos, y creo más oportuno centrarme en ellos de manera simbólica. Espero conseguirlo. La historia sigue los últimos pasos de Arnau y Mar antes de que la familia de los Puig acabe con ellos como una venganza resultante del pasado. Claramente una alegoría al destino alcanzando a los protagonistas, aun no importando si son culpables o no. El asunto, naturalmente, es crear un conflicto que sirva de entrada a lo que viene en Los Herederos de la tierra, la continuación de La Catedral del Mar. Pensaré en el protagonista Hugo como el ejemplo de inocencia y perseverancia. A Micer Arnau como el recuerdo de tiempos pasados, a Mar (que incluso apenas y aparece en el libro) como la alegoría de la feliz efímera y a Bernat como el ejemplo de la venganza tardía y el reencuentro con lo inconcluso. El resto de personajes irán tomando forma. Entendido esto, Falcones cierra su trama sin dejar cabos sueltos, ni uno solo. Cada personaje cierra correctamente su arco dramático y, lo que es más impresionante, no queda lejos de la empatía que yo, como lector, podría manifestar hacia él/ella. Es esta, verdaderamente, una de las grandes cualidades de la historia escrita por Ildefonso. No importa qué ocurra, la inocencia y las ganas de hacer lo correcto, aun a costa de que parezca lo contrario, se imponen ante la adversidad, y ese, naturalmente, es un mensaje valiosísimo. El texto recrea con mucho vigor las desventuras propias de la vida, claro está, siempre en los márgenes del medioevo. Situándose en la famosa etapa histórica, donde el poderío recaía enteramente en la iglesia, por lo que, si pienso en los eventos narrados en la novela, fácilmente los traslapo a circunstancias del presente que mantienen su nivel dramático; metáforas en la lucha contra el destino. Nada gratuito, nada sencillo. Pero está la perseverancia (Hugo), la pérdida (Dolca) el sentido de la justicia ante la perversidad, que no resulta menor a la adversidad (ejemplificada, de alguna manera, en Regina); aquí, el autor los confluye una y otra vez para complejizar a sus protagonistas. Dotarlos de sentido, de bienestar espiritual, de visión y voluntad, más poderosa que la que exhiben sus antagonistas, porque claro, Puig, Regina (personaje de deliciosa psicología), y La Condesa (totalmente desaprovechada y plana, muy diferente de Margarida), adversarios en turno, son correctamente delineados en la historia. Y con Regina el caso es bastante obvio. Si considero la escena donde tienen relaciones Hugo y ella, es evidente que, si tientas al diablo, éste terminará cobrándote el riesgo que elegiste tomar, y así lo demuestra Falcones en cada uno de los eventos. Esta factura, ineludible y poderosa, termina arrasando con los planes de Hugo y Eulália (principal prometida suya que termina en el olvido). Cuando este cruce de caminos termina deshaciéndose —que de por sí refleja el oscuro poder que algunas mujeres llegan a tener—, noto una implacabilidad en Regina. El triángulo femenino alrededor de Hugo, que se debate entre su amor juvenil por Dolca (siempre en el recuerdo), su posible camino con Eulália y la imposibilidad de prever la naturaleza y las ansías de poder (Regina), es una alegoría perfecto entre los deseos, lo que se tiene y lo que se alcanza. Para darle aún más forma al conflicto, Falcones introduce una inesperada enemistad entre la inocencia y la venganza; mezcla de acciones y deseos que no harán más que estallar al menor roce. No es que ambos valores realmente surjan en contraposición, pero las motivaciones difieren con ímpetu. Uno está anclado en el deber y la deuda de quien fuera su mentor; vive rodeado del cultivo, el oficio y bastante por la vida humilde; el otro no conoce mayor idioma que la violencia, marcado por la pérdida, la injusticia y, evidentemente, los deseos de venganza. Y si me voy al pasado, el lejano meollo, que me remonta al primer libro, es ligeramente endeble porque se basa en la reputación. El Conde de Navarcles, los Puig, el Arzobispo, el Rey, etc... mantienen posiciones definidas tomando como punto de partida la reputación. Y es que la sociedad, a este respecto, es poderosa, influyente y eterna. La reputación mueve sus cadenas y es capaz de otorgar o quitar todo en un santiamén. Y con esta característica intachable del destino, Falcones me reitera la naturaleza tan peculiar que rodea a la sociedad que tanto adora; una donde el poder reside en quien teme perderlo, más que en quien no lo desea por avaricia. Este asunto del poder como herramienta me remite continuamente a lo que he venido comentando varios artículos atrás: siempre tiene más riqueza psicológica quien termina siendo víctima del destino que quien lo evita por gracia de jerarquía. Porque es más complejo y más profundo quien es víctima de lo que sucede que quien tiene todo por título o derecho. Y aunque la novela no se toma mucho tiempo para hablar de política, no tanto como su predecesora, ahonda con tiempo, margen y virtud en lo cotidiano de la inocencia, al tiempo que explora, precaria pero efizcamente, los peligros de la adversidad resultante del deseo, de meterse con lo que no y terminar en un agujero incomprensible (Regina). Este personaje, de los principales villanos, es uno rico en psicología; siempre mala, pero no siempre malosa, sino más bien... provocada. Y así lo es hasta el final de su arco dramático, que curiosamente tiene lugar en un contexto religioso, puntapié con el que su personaje siempre tuvo alertas emocionales, sentimientos encontrados u odios totalmente definidos. Al final, y como es natural, la pérdida acompaña a la felicidad, el dolor a la dicha y la muerte a la deuda saldada. Son binomios con los que Falcones decide cerrar su novela. Y en lo mucho/poco que te acabo de compartir, creo que se ocultan infinidad de metáforas sobre el empleo, sobre la vida, sobre el conocimiento y el oficio, sobre la ignorancia y la astucia, sobre saber y no hacer y saber y arriesgarse y, más nada, el poder del prejuicio en la sociedad. Porque ése, ese es un concepto que explora completamente Falcones en esta y su predecesora: el prejuicio en el individuo, el chisme en la jerarquía, la hipótesis en la masa, en la multitud y cómo este verbo crear ondas, consciencias ambiguas y actos delictivos. Al final, el destino alcanza a quien debe pagar una deuda y la inocencia, por más pulida que esté, es intocable, junto a ese corazón duro y lastimado, pero lleno de amor, que es Caterina. Mi única duda, como lector (porque como escritor tengo otra postura) es: ¿Por qué Ildefonso decidió colocar a Hugo como protagonista y no a Bernat, siendo éste el hijo de Arnau, protagonista de la anterior? Mi hipótesis sería que, probablemente, lo habría considerado un camino sencillo en comparación. De cualquier modo, es una historia que recomiendo por todo lo dicho anterior...o porque puedes descubrir el universo que plantea, con la misma satisfacción que yo lo hice. Conclusión: Los Herederos de la tierra es una novela riquísima en matices, en personajes y situaciones. Tiene la enorme virtud de plasmar con elegancia una época histórica que el autor conoce. Sin perder el rumbo histórico, te introduce con gracia y elegancia en la mente de cada personaje, haciendo tuyas sus decisiones y otorgándote el poder de decidir moralmente al respecto. La novela, por estas y otras razones, es totalmente recomendable.
Eduardo Soto Borja Quintanilla