La historia de Alberti en un soneto
Arturo del Villar
EN la amplia bibliografía de Rafael Alberti se encuentra un poemario sin la resonancia de otros títulos suyos. Se trata de Pleamar (1942-1944), publicado por la editorial Losada en Buenos Aires y en 1944, con un dibujo del poeta en la cubierta. En estos 75 años transcurridos desde su aparición no ha alcanzado la atención lograda por otras ediciones suyas, pese a contener algunos poemas significativos por su originalidad, como destaca la “Égloga fúnebre a tres voces y un toro para la muerte lenta de un poeta”, que son las voces de Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, en alternancia con la que se supone sería la del toro, muy entonada con las de Lorca y Hernández, aunque no tanto con la de Machado.
Pero ahora voy a comentar el soneto “A mis amigos los poetas uruguayos”, porque relata su periplo en el exilio. Está impreso en dos páginas, 122 y 123, separando cuartetos y tercetos con la intención de engrosar el volumen, una intencionalidad muy advertible en la abundancia de espacios blancos, utilizada por los editores cuando el precio del papel era barato. Al tratarse de un libro compuesto con poemas diversos, carentes de unidad temática, era posible distinguir varias secciones.
Es un relato lírico, en el que rememoró el poeta su obligada errancia para vivir en libertad, lejos de su patria. El mundo se hallaba todavía sumido en la guerra más mortífera habida en la historia de la humanidad, lo que daba fuerza al régimen político dominante en España, por creer en la posibilidad de una victoria de sus patrocinadores, los nazis alemanes y los fascistas italianos que le propiciaron su triunfo sobre las milicias populares. Los exiliados confiaban en el triunfo de los aliados para cambiarlo. Dice así:
Sufrí la furia de la tierra, el fuerte
encontronazo de la mar impía;
lloré el aire que ya ni aire tenía,
sobre los hombros de la llama inerte.
Consideré mi sangre mar sin suerte;
tierra mis huesos, funeral y fría;
llama sin piel ni carne, y agonía
el aire, ya finado, de mi muerte.
Sin más considerar por no haber nada
dentro y fuera de mí que ya no fuera
pasado muerto, porvenir helado,
eché a andar por mi vida terminada,
difuntos ya el huir y la carrera…
Mas me encontré de pronto a vuestro lado.
Lo primero que observamos es la presencia de unas rimas obligadas cuando una de ellas menciona a la “muerte”: han de aparecer forzosamente “suerte” y “fuerte” en completa consonancia, con otra que deja fuera la u porque no hay más, y en este caso es “inerte”. Sería productivo hacer una antología de sonetos con esas rimas, aunque requiere mucho tiempo de búsqueda. Por eso el poeta que recurre a ellas debe poseer un alto dominio de la palabra, que le permita evitar los habituales lugares comunes del caso. Desde luego, Alberti lo tenía, de manera que no rehuyó el peligro.
Conceptos recurrentes
En los cuartetos repitió las palabras definidoras de los conceptos expositivos de su situación. Era entonces un exiliado que debió abandonar su tierra vencida, y hacer un largo viaje por mar en busca de asilo en otra tierra en donde el aire fuese respirable para él. Le guiaba la llama de la esperanza, iluminando su trayectoria en esa aventura hacia lo desconocido, entre sufrimientos y lloros.
Estas palabras, tierra, mar, aire y llama, se presentan paralelamente en los dos cuartetos, con carácter negativo. Para él, que inició su andadura lírica con un libro titulado Marinero en tierra, y que iba a emplear mar y tierra como conceptos recurrentes en buena parte de su expresión poética, la pena del exilio le obligó a enfrentarse a una tierra furiosa, una mar impía, un aire inexistente, y una llama inerte, calificativos expuestos en el primer cuarteto, en una sucesión de elementos contrarios disuasorios. Sentía el desamparo como su única compañía en esos momentos decisivos.
Las circunstancias aparecían nefastas para él. Todo ser viviente precisa contar con una tierra en la que apoyarse, y un aire en el que respirar. Para algunos además el mar representa una necesidad contemplativa, como en el caso de quien nace y reside algún tiempo en un puerto marítimo, y la llama es metáfora de la luz imprescindible para contemplar por dónde se anda o se navega sin peligro de tropezar.
Continúa la persistencia de los elementos contrarios en el segundo cuarteto, con palabras diferentes. En este caso el paralelismo queda establecido por la alusión a la muerte. Contempla su “pasado muerto”, debido a que todo lo dejaba abandonado en su patria, al haberse convertido en un exiliado sin historia obligado a iniciar otra vez su vida en otro lugar desconocido. Resalta la idea al insistir en “mi vida terminada”, su vida de español apátrida a consecuencia de una guerra, privado de historia, de pasaporte, de todas sus señas de identidad. Desde ese criterio es un ser inexistente, sin poder alegar una vida con el menor futuro, la siente terminada.
Consecuencias del exilio
El decimotercer verso de esa representación mantenida en los trece primeros manifiesta su carácter de personaje irreal, sin personalidad, sin perspectivas de futuro, porque piensa que con la “vida terminada” no le queda ningún capítulo abierto a su historia: el sentimiento de anonadamiento le inspira ese decimotercer verso desesperanzado, en el que resume la amargura del exilio explicando que tiene “difuntos ya el huir y la carrera”: el viaje por mar no lleva a ninguna parte, no encuentra una tierra en la que desembarcar, con un aire limpio y una luz clarificadora.
Sin embargo, todo lo expresado tan negativamente en los trece primeros versos queda anulado por el final, en el que se introduce la esperanza del viajero al que han privado de historia y no adivinaba un futuro. Es así, aunque aparece una solución, descubierta al encontrarse con los poeta uruguayos. Ese verso modifica por completo la perspectiva de su estado, y le obliga a revisar cuanto había escrito antes.
Seguiría siendo un exiliado de su patria, en la que estaba prohibida la publicación de sus obras y se perseguían las ediciones extranjeras, eso resultaría inevitable mientras permaneciese vigente el régimen dictatorial, pero no volvería a sentirse solo en un país ajeno, porque lo acogían como un camarada querido los poetas uruguayos. En principio les describió su desamparo por ser un apátrida forzoso, privado de su tierra, su mar, su aire y su luz, y ahora, al terminar su relato lírico, recompone la explicación, altera el ambiente, y les comunica su alegría: “Mas me encontré de pronto a vuestro lado.” Se establece en ese momento una comunicación que es comunión íntima. Es el poder de la palabra común. Los poetas forman una comunidad internacional, en la que todos se hallan hermanados. Hay un final feliz.