LOS IMPERFECCIONISTAS
Me topé en la prensa con una reseña sobre este libro del joven escritor londinense afincado en Roma Tom Rachman, y me atrajo el argumento. Así fue como me hice con la novela para devorarla en los escasos ratos de asueto que tengo. Para mí, y pese a varias erratas en la edición, es una de las mejores obras que he leído en los últimos tiempos.
En el último capítulo, esa prueba de fuego de la imaginación de sus autores, creí que se tambaleaba pero… de nuevo la emoción verosímil y el desenlace cerrado del hilo argumental, aunque -en cierto sentido- haya dejado en el tintero el final de todas las historias que se entrelazan en la redacción del periódico fundado por Cyrus Ott, el abuelo del último director, Oliver.
Su estructura me parece espléndida, y eso que cede ante el tirón de los largos y extravagantes títulos en los episodios impares ( los que se desarrollan en la actualidad) que, supuestamente, mencionan los titulares impactantes de noticias en las que lo importante es el periodista que las firma o se relaciona con ella. De hecho, el personaje sería el verdadero hilo de cada capítulo, como acaba demostrando el hecho de que se traben las relaciones entre ellos y se completen los retratos con las opiniones que unos tienen de otros, ya que en su mayoría son compañeros de trabajo en el argumento general (desarrollado en un corto espacio de tiempo del año 2007). En estas detenciones para describir a los personajes protagonistas (once) y narrar sus anodinas y frustrantes vidas, el ritmo, sin embargo, se hace rápido gracias a los vivísimos diálogos que hacen que te inmiscuyas en sus conversaciones con un interés de verdadero voyeur emocional.
En los breves episodios impares que se suceden como contrapunto a los anteriores sin que aparezcan en el índice, por el contrario, se cuenta la historia del medio de comunicación desde su origen en 1953 (tras una conversación en un café romano entre su creador e inversor y el matrimonio de periodistas a los que les pide que lo dirijan) hasta su entrada en barrena con los rivales de internet, los móviles, los canales informátivos de 24h en televisión, etc. Estos intermedios en flash back son de ritmo más lento (excepto el último, en el que se hace una recapitulación de las historias truncadas de los onces), aunque por medio de la narración consigan resumir más de medio siglo de historia de un periódico. Con ellos se hace una especie de moviola del pasado que fue dictando las directrices del periódico: su génesis en 1953, el quehacer de la redacción -situada en Corso Vittorio- en 1954, la muerte del primer Ott en 1960, nueva directora en 1962, el segundo Ott en 1963, primera reunión en la sede del grupo Ott en Atlanta en 1975, la transformación del periódico con la nueva dirección en 1977, la sucesión de gestores mediocres a partir de 1994, la segunda reunión en Atlanta en 2004, para terminar en el escenario más repetido, Corso Vittorio, en 2007.
En definitiva, es una historia sobre los pequeños fracasos personales, de las iniciativas fallidas y del sueño con una libertad que llega tarde o en una extraña forma (traslado, descenso en el escalafón, cambio de empleo, jubilación, paro, etc.). Y nos hace preguntarnos: ¿en el lugar de Winston Cheung habríamos dejado que nos gorroneasen así?, ¿existen los finales felices con reconciliación familiar?, ¿Somos conscientes de lo que nos puede cambiar la vida en un año?, ¿seríamos capaz de humillarnos por amor?, ¿nos acostumbraríamos a la penuria sentimental?, ¿cuántas frases se nos han quedado por decir cuando hemos roto lazos antes estrechos?, ¿qué le pasa por la cabeza a la gente totalmente pasiva, sin ambición ni ansias de conocer mundo , sin gente en que confiar y carente de curiosidad intelectual?, ¿conocemos a alguien que no haya resuelto sus conflictos amorosos?
Y, al final, todo se reduce a una empresa…, una empresa oculta tras una de las menos boyantes empresas familiares. Y me queda el regusto de haber trabado conocimiento con unos seres excepcionales en su mediocridad, en los que fácilmente cualquiera podríamos reconocernos.
Si alguien está dudoso aún de si este libro merece la pena, que lea las páginas 176 a 180, transcriben un estupendo diálogo en el que uno siente unas tremendas ganas de intervenir, zarandear al novato y pegar un puntapié al caradura. Sí, la misma maestría de éste para utilizar a otros nos envuelve a los lectores para seguir pasando páginas. No os arrepentiréis.
Y lo dicho: esta novela representa todo un alegato en favor de la complicidad de las relaciones humanas, de la exaltación de la convivencia, de la socialización que el exceso de trabajo, el individualismo y losmiedos varios entorpecen, y contra los cuales, como contrargumento palpable, los fracasos vitales de los protagonistas dejan una profunda huella que nos impele a movernos del asiento.
Elena Camacho Rozas