Para una lectura Nietzcheana del poema El Cuerpo Deshabitado de Rafael Alberti
Mauricio Rojas Hess
¿No han oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida en pleno día, corría por la plaza y exclamaba continuamente: "¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!"? ( Friedrich Nietzche, El hombre frenético)
Rafael Alberti (1902-1999), insigne poeta de la Generación del 27 nos enuncia en este intenso texto introspectivo, una voz atribulada pero desafiante. En este desplazamiento textual refiere al concepto del dogma teológico clásico como es Dios. Noción que dialoga desde circunstancias antagónicas que van desde el agnosticismo dudoso hacia posturas ateas. El hablante, situado desde los tránsitos del acontecer humano vinculados a los espacios existenciales supraterrenales, constata la muerte del ser supremo. El hablante es un protagonista periférico del dogma, alegoriza a través del cuerpo con los estratos de la fe, donde no se considera parte sino un observante que más bien pasa de la intuición sospechosa hacia el antagonismo posicional de la descreencia total en los espacios y dominios absolutos. Hay una sustancia que ingreso al cuerpo del hablante, pero no logro habitar en sus espacios recónditos.Únicamente fue un acontecer superficial que no pudo adherirse a los dominios íntimos del vate. La activa vivacidad del emisor es una posición antagonista y enérgica respecto a esta entidad superior que pugna por demostrar sus potenciales, pero en este caso, el autor del enunciado contiene una actitud decidida donde su existencia y permanencia habitual no comulga con acontecimientos dogmaticos respecto a su vida. Yo te arrojé de mi cuerpo, Yo, con un carbón ardiendo. —Vete. La actitud del “yo”, demarca que la entidad metafísica no ejerce influencia ni imperativos sobre él porque pertenece a la esfera de vida o importancia del poeta. El poeta ha despojado de sí, a Dios, en quien no cree, y de quien solo alcanzo a tener vagas referencias que no alcanzaron a persuadirlo. Dios, expulsado con el elemento capaz de extinguirlo todo, ha sido cesado de la vida. “¿Dónde está Dios?—, exclamó, ¡se los voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos unos asesinos!” Se ha dado muerte a la divinidad creadora a través del fuego, y de modo desafiante se le proscribe de la vida, porque solo fue una imaginería de las mentes humanas y no un ser partícipe del ámbito factual de los acontecimientos reales. El poeta alegoriza en el fuego la noción primera y última de la vida, del fuego venimos y en el fuego cesamos. No hay entonces, otra sustancia más poderosa en la tierra que el fuego que lo aniquila todo. El fuego representa el poder total que el poeta enarbola para dar muerte al creador. “Lo que en el mundo había hasta ahora de más sagrado y más poderoso ha perdido su sangre bajo nuestros cuchillos, y ¿quién nos quitará esta sangre de las manos? ¿Qué agua podrá purificamos? ¿Qué solemnes expiaciones, qué juegos sagrados habremos de inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la magnitud de este hecho?” . Luego de cometido el hecho, el poeta desafiante constata la inexistencia de aquella noción tan arraigada en las diversas civilizaciones. La luz ha cesado de existir en los espacios cotidianos como son las calles y moradas de los habitantes. Madrugada. La luz, muerta en las esquinas y en las casas. Los hombres y las mujeres ya no estaban. —Vete. Alberti transmutado en panteonero certifica que ya no hay un ser omnipotente que pueda habitar ni participar de las circunstancias humanas. De ahora en más, Dios carece de sentido porque su ausencia no importa, no resulta decidora para nadie. Hay una transición, una prehistoria del hablante respecto a su posición de origen. La posición primaria del vate es una posición agnóstica, pero es una posición de transito porque esta fase posicional no alcanzo a arraigarse del todo y propicio una fase nueva. En ese primario hábitat del autor, las constantes ausencias de la divinidad del acontecer mundano, propiciaron su desplazamiento dudoso hacia una posición activa de eliminar a través del ateísmo y el “carbón ardiendo”. La rotunda certeza del asesinato del ser supremo produce el vacio corpóreo, por cuanto antes, al menos existía la duda existencial, la incertidumbre acerca de la existencia de Dios, en tanto que el reemplazo de la duda agnóstica no provocaba el despojo total porque quizás como posibilidad Dios podía contener algún tipo de existencia, pero tras el crimen mayor, tras el magnicidio ocurre el vacio del cuerpo que queda deshabitado.¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro? ¿No hay que encender las linternas desde la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros que han enterrado a Dios? . La muerte de Dios es una circunstancia que lega un vacio, una vacante, la nada existencial: Quedó mi cuerpo vacío, negro saco, a la ventana. Se fue. Pero este despojo es únicamente corporal, más no una condición cabal de los sentidos. Y no necesariamente estos versos expresan la solemnidad colosal de la pérdida, porque también abren desde la otra faz, desde la faz antagonista, una hermenéutica de la ironía. El cuerpo desplazado ha salido por la ventana con todos sus vestigios pasados, se procuro dar espacio a la duda de la existencia de Dios, pero no fue posible hallar su huella entre los vivos. Su energía no pudo ser aprehendida ni mucho menos pudo traspasar hacia las zonas del alma. Se fue, doblando las calles. Mi cuerpo anduvo, sin nadie. Las resonancias religiosas de este poema de Rafael Alberti, inscriben una estética del abandono y una condición existencial de las grandes interrogantes humanas como es la pregunta por la existencia de Dios. El narrador expone su temporalidad, es un ser transeúnte que finalmente enuncia que “¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto!” . Es en estas instancias donde el cuerpo que anduvo sin nadie percibe cierta oscuridad, la alegoría de la ventana es el despojo total, las circunstancias que cesan y donde el poeta muestra la potencia de su posición final y el reiterado vocablo “vete” resuena infinitamente sólido en los silencios de la muerte. Bibliografía Rafael Alberti (2003): Antología Poética. Córdoba: Ediciones del Sur. Friedrich Nietzsche (2013): La Gaya Ciencia. Valparaíso: Editorial Pensamiento Universidad de Valparaíso.