La imborrable huella jesuítica
Los jesuitas Los miembros de la orden religiosa de la Iglesia Católica, fundada en 1534 por Ignacio de Loyola y denominada Compañía de Jesús, tuvieron un notable rol en la Argentina, desde su llegada en el siglo XVI hasta su expulsión en siglo XVIII por Carlos III, debido al ascendente poderío político, económico, social y religioso que habían adquirido. “Amar y servir”, lema y esencia de la orden, fue el impulso que los condujo a convertirse en destacados educadores, intelectuales y fundadores de escuelas, distinguiéndose en aspectos educativos, evangelizadores y productivos. Al originarse la Compañía de Jesús y siguiendo el ejemplo de los apóstoles, se aventuraron en el nuevo continente para llevar a cabo su misión, dedicándose con empeño, principalmente, a las misiones populares y a la educación. En nuestras tierras La orden se estableció en zonas de los alrededores de Buenos Aires y al norte de la capital. También, llegaron a otras provincias del país, como Misiones y Córdoba. Entre 1599, se asentaron en la provincia de Córdoba con grandes construcciones conocidas en la actualidad como el Camino de las Estancias Jesuíticas, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a principios de este siglo. Las llamadas Estancias, magníficos templos y palacios en la provincia de Córdoba, incluyen un grupo de estancias en el interior de la provincia que abastecían las instituciones religiosas y educativas de la Compañía y que reciben, al día de hoy, visitas turísticas. Este conjunto arquitectónico es el reflejo del pasado indígena y producto del vestigio jesuita, lo cual lo convierte en una obra de incalculable valor arqueológico. Jesús María Jesús María, ciudad al norte de Córdoba, lugar de antiguos orígenes y destacada riqueza cultural, fue una población indígena llamado Guanusacate, que con el paso del tiempo se fue desarrollando gracias al asentamiento de la orden jesuítica. En la actualidad, es el centro financiero y agrícola más importante del norte de Córdoba, testigo del legado que dejó tras su paso la Compañía de Jesús en el norte de la provincia. En 1618, los jesuitas adquirieron la Chacra de Guanusacate, nombre con el que designaban a esas tierras los indígenas. En 1620, rebautizada con su actual nombre cristiano, esta iniciativa de la Compañía de Jesús concentraba a los aborígenes para brindarles educación y trabajo. Para autoabastecerse, los jesuitas crearon establecimientos agroganaderos que tuvieron una intensa producción y La Estancia Jesús María se caracterizó por su producción vitivinícola. Misioneros Las misiones religiosas, denominadas reducciones, fueron conformadas por indígenas organizados por los sacerdotes jesuitas como parte de su obra civilizadora y evangelizadora. El fin de dichas tareas fue conformar una sociedad con las virtudes y beneficios de la sociedad cristiana europea, introduciendo el catolicismo y modo de vida europeo, junto a un notable empeño en la educación. Entre las virtudes atribuidas a los jesuitas figuran el afán por aprender y valorar la lengua indígena, para incorporar algunos de sus valores culturales, y también el esfuerzo por mejorar la vida de los nuevos creyentes. Asimismo, abogar por la justicia y la caridad. La impronta educativa de los jesuitas los llevó a convertir las Estancias en centros de formación. Ellos impulsaron un sistema de escuelas que cobró un significativo papel en el desarrollo de la educación católica en muchos países. La obra jesuítica fue de gran trascendencia para la primera organización del territorio y para los fundamentos de la sociedad latinoamericana como es conocida en la actualidad. Conclusiones El importante rol que tuvieron en la sociedad de aquel entonces fue justamente ganado y valorado a través de los años, ya que las misiones jesuíticas presentaron, a través de su ejemplo, la capacidad de ejecutar planes educativos, tareas evangelizadoras y producciones de autoabastecimiento, lo que contribuyó a disminuir la falta de civilización. De este modo, marcaron una época, a través de la loable y azarosa empresa que llevaron a cabo durante cientos de años. En la indeleble huella de la experiencia jesuítica en la Argentina existe un visible proceso de civilización, a través del marcado intento de promover la educación y la evangelización, facilitando el proceso de evolución del ser humano. Por lo tanto, se podría afirmar que hoy, luego de 400 años, se puede interpretar a las misiones jesuíticas como un método de comprensión del pasado y del deseo de educación y civilización que operó en él, presentando un vestigio intempestivo de la época. Esto lleva, indefectiblemente, a realizar una intensa revalorización de tan importante legado.
Mayra Valije