Las palabras en libertad de León Felipe
Dedicatoria a los 50 años de su muerte
Arturo del Villar
EN estos 50 años transcurridos desde la verdadera muerte de León Felipe, acaecida en México, D. F., el 18 de setiembre de 1968 (verdadera porque antes las agencia internacionales de Prensa la habían anunciado erróneamente), su obra poética ha alcanzado en su patria el reconocimiento merecido. En vida no lo obtuvo, primero porque su poesía quedaba al margen de las tendencias de actualidad entonces, impuestas por los poderosos integrantes del grupo del 27, con los que no tenían nada en común su primer libro, publicado en 1920; después porque se instaló voluntariamente en América y allí editó los tres libros siguientes, y finalmente porque regresó a España para defender a la República contra los militares monárquicos sublevados, lo que le llevó al exilio con la derrota, esta vez forzoso, en donde continuó publicando sus libros, prohibidos en España por pertenecer a un enemigo declarado de la dictadura fascista.
Monumento en Tábara, su tierra.
Su poesía es autobiográfica, escritura de un republicano “español del éxodo y del llanto”, como dice el título de un poemario impreso en México en 1939. En el exilio está compuesta y publicada la mayor parte de su obra, por lo que resulta el tema general de su lírica. En el largo exilio de 1939 a 1968 siguió combatiendo a la dictadura, denunciando la perversión del régimen impuesto por la fuerza de las armas al pueblo español, y clamando por su libertad. Pero lo hizo desde su sentimiento personal, sin dejarse condicionar por las consignas de los partidos políticos. Tanto en política como en poética León Felipe fue independiente. Debido a ello consideraba su poesía como un testamento, según aseguró al presentar ese libro:
Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde no hay disputas con el canónigo ni con el corregidor. Donde no hay política. A la hora de la muerte no hay política. Ni polémica tampoco. Polémica ¿contra quién? Como no sea contra Dios… Porque delante del poeta no están más que el Misterio, la Tragedia y Dios.
(Las citas se hacen siempre por sus Poesías completas, editadas por Visor en Madrid y en 2010; ésta se encuentra en la página 265.)
Sin embargo, en su vida se comprometió siempre con la causa del pueblo, lo que llevó a participar en la guerra española contra quienes la habían organizado, los militares monárquicos, y sus patrocinadores nazifascistas. No quiso integrarse en un partido ni en una tendencia lírica, fue independiente y original. Romero solo se definió en su primer poemario, Versos y oraciones de caminante (1920), peregrino solitario por el mundo, aunque implicado en todos sus avatares y defensor de los derechos humanos.
Poeta de cárcel
Para redactar un testamento es preciso tener mucha herencia que repartir. En ese primer libro León Felipe reconoció que no poseía nada material, de modo que su legado había de ser lírico. Nos ha dejado una obra compacta, resumen de su vida. Se dio a conocer al público en unos momentos en los que la poesía vanguardista preconizaba el rechazo de la realidad, suplantada por la fantasía. Concretamente en España sorprendían los descaros líricos de los creacionistas y ultraístas, enfrentados a los lectores habituales de poesía, que suelen ser burgueses cultos. No se dejó contaminar por ninguna moda. Entró en la escena literaria al mismo tiempo que los poetas del grupo del 27, una espléndida reunión de creadores líricos impulsores de un momento excelso en la cultura española, pero mantuvo escasa relación personal con ellos, y ninguna con su estética.
Debe tenerse en cuenta que empezó a componer poesía cuando estaba encerrado en la cárcel de Santander, a causa de las deudas contraídas. Los antiguos contertulios en la rebotica instalada al fondo de su farmacia, en donde se hablaba de literatura más que de medicamentos, se avergonzaron de saber que estaba preso. Seguramente si hubiera prestado más atención al negocio que a la poesía habría prosperado en lugar de arruinarse. El destino de algunos de los mejores poetas españoles hizo que sufrieran la pena de cárcel: fray Luis de León, Juan de la Cruz, Cervantes, Quevedo, Gaspar Melchor de Jovellanos, Miguel Hernández, José Hierro y tantos otros nombres insignes dan prestigio a las prisiones españolas.
La experiencia carcelaria tal vez le animó a identificarse con los sufridores de injusticias. Mucho antes de que se buscase la manera de involucrar a una mayoría de lectores en la afición por la poesía, León Felipe procuraba encontrar la complicidad con un público ajeno a la cultura, mediante el verso desnudo de recursos retóricos, un verso salmódico y a menudo monótono, sin artificios, en el que se ejecuta la libertad total de las palabras. Parece como si la circunstancia de iniciar la escritura lírica en una prisión le impulsara a ejercer la libertad creadora sin sujeción a normas.
Padeció las miserias de un tiempo caótico, entre 1884 y 1968, con noticias de guerras, crisis económicas, hambre, pobreza, sublevaciones militares, exilio y toda una serie de calamidades. En consecuencia su poética es una antiestética en la que tuvieron sitio los problemas humanos de esa era problemática. Su lírica está muy cerca de la épica, con versos a veces arengarios, otras conminatorios, siempre independientes de las modas y de las preceptivas clásicas, cercanos a la prosa voluntariamente, o eran prosa.
El gran responsable
En sus testamentos expuso las experiencias proporcionadas por su trabajo lírico. Se preguntó por la condición del poeta y por las motivaciones de su tarea creadora, así como por las consecuencias derivadas de ella. Las respuestas son los mismos poemas, compuestos para explicar las causas de su escritura. En los prólogos a sus libros, en muchos poemas, en declaraciones explicativas de su estética, indicó su propia experiencia como respuestas válidas para extenderlas a otros.
Nunca fue gratuita su toma de posición, ya que pensaba en una responsabilidad trascendental que atañe al poeta. Tanto es así que le consideraba “el gran responsable” del acontecer humano, puesto que tiene el encargo de alentar al pueblo. El poeta, el obispo y el político son las tres figuras calificadas por él de responsables, cada una de ellos desde su función específica en la sociedad. Y así descubrimos cómo imaginaba la misión esencial del poeta, la de alentar al pueblo, convirtiéndose en su portavoz cuando fuera necesario para exponer sus razones.
Por supuesto, el gran responsable debe ser consciente de sus obligaciones, aceptarlas y ejecutarlas. El poeta no es un ser especial, no es un filósofo ni un mago ni tampoco un sabio ni un superdotado: es, sencillamente, un ser humano como los demás, con la función social de hacer de intermediario. Rechazaba el sobrenombre de profeta, por considerar que representaba otra misión. Se reservó con mayor modestia el de médium, que es también un intermediario, un anunciador, pero sin valor en sí mismo: es la voz que repite lo que le inspiran, algo parecido a un eco de resonancia múltiple. Por lo mismo está obligado a no callarse, y ahí radica su responsabilidad.
Descifrar las voces confusas
Un poema de sus años finales, perteneciente al libro ¡Oh, este viejo y roto violín! (1965), describe perfectamente la condición del poeta, en la imagen de ese instrumento musical. Se titula “Autobiografía”, para que no quepa ninguna duda respecto a quién señalan los versos, pero es claro que pueden ampliarse a los demás poetas en genera. Tras declarar que tiene cumplidos 81 años niega que él hubiera sido un profeta, y da cuenta de cuál era la verdad de su trabajo cotidiano al componer sus versos:
¿Eres tú un Profeta, León Felipe?
¡Oh, no!
Yo soy una cosa sin nombre
nacida de la Tierra. […]
Oigo unas voces confusas
y enigmáticas
que tengo que explicar.
A veces las escribo sin descifrar
para que las descifremos entre todos,
porque no quiero que me engañe el Oráculo. (P. 824.)
Según esta confidencia su labor consistía en redactar las voces escuchadas por él, se supone que en su cerebro, esas voces misteriosas a las que han aludido también muchos iluminados. Pero aclara asimismo que en ocasiones no ha sido capaz de descifrarlas, por lo que solicita la colaboración de los lectores cómplices para entenderlas. En consecuencia, esa interpretación se hará colectiva, y la responsabilidad del poeta quedará igualmente satisfecha con mayor precisión. Trasladados al público los mensajes escuchados para alentarle, cabe al público la función de oírlos atentamente para descifrarlos, según su entender. Así el poeta se identifica más aún con su público, y hasta cierto punto comparte las responsabilidades.
Una misión histórica
Creía León Felipe que el poeta no sólo era responsable ante el pueblo, representado por sus lectores, sino ante la historia. En realidad lo que llamamos historia no es más que una sucesión de acontecimientos protagonizados por el pueblo. Como intérprete en el mejor de los casos, o sencillamente como transmisor de mensajes, el poeta ha de marcar el camino de los pueblos, uniéndolos en su devenir y en su pasado.
Es más: de los tres granes responsables, el poeta es el unificador, en tanto los otros dos a menudo lo desunen, al estar empujados por motivos que consideran inamovibles y sobre los cuales no admiten discusión. El poeta, en cambio, procura conseguir la unión por medio de su palabra, como lo manifestó en el prólogo a la traducción del Song of Myself de Walt Whitman, poeta con el que se hallaba plenamente identificado por su común amor a la libertad y la democracia:
¡Qué alegría cuando nos damos cuenta de que los pueblos están tan cerca unos
de otros al través de sus poetas!
¡Que sólo la palabra separa a los hombres:
los cabildos y los concejos!
Un día, cuando el hombre sea libre, la política será una canción.
El eje del universo descansa sobre una canción, no sobre una ley. (P. 1102.)
Sin la menor duda, el gran cantor de los derechos humanos, el gigante americano, como ha sido llamado Walt Whitman, refrendaría esas palabras, que se hallan muy cercanas a su propio mensaje poético.
Por lo tanto, León Felipe expuso muy claramente cuál es la misión histórica del poeta en todos los tiempos: debe alertar a los pueblos para unirlos en libertad, el sueño ideal de las democracias. Suele decirse que la historia la escriben los vencedores, pero él rechazaba esa interpretación. Es cierto que los vencedores de la guerra en España estaban escribiendo su historia a su manera, no aceptada más que por ellos mismos. Podían argumentar según sus creencias la teoría de las cusas y acontecimientos ocurridos, pero el poeta tenía la obligación de relatar los hechos tal como él los conocía, para dejarlos en claro ante la posteridad. Era lo que llevaba haciendo con su escritura lírica sin cansancio, pensando en que algún día tendría que imponerse la verdad del relato según él lo refería.
Podemos aceptar esa propuesta, pensando que, a fin de cuentas, lo que sabemos sobre la guerra de Troya es lo que relató Homero en sus versos vencedores del tiempo. Igualmente Pablo Neruda resumió su biografía y su escritura asegurando que había nacido para cantar la victoria de Stalingrado. Como testigo de la historia, el poeta es el que fija la verdad de los acontecimientos, de acuerdo con las interpretaciones obligadas en cada época.
Un tiempo para gritar
Lamentablemente la suya le parecía trágica, y con razón. Exiliado, sin nada propio, dudando de la esperanza futura, no le quedaba más que la poesía por toda herencia. Su poesía era asimismo su autobiografía. Contaba lo que no podía cantar, porque sus experiencias resultaban trágicas, pero se sabía obligado a relatarlas. De ese modo expresaba su libertad en el exilio, mirando a su patria vencida. Un poema de Ganarás la luz (Biografía, poesía y destino), libro publicado en 1943, expone el método seguido para escribir aquellos poemas padecidos antes de pasarlos al papel:
No he venido aquí a arrojar mi discurso contra nadie
ni a disparar vítores y cohetes debajo del balcón del Presidente.
He venido a dar libertad a mis palabras.
Creo que en realidad he venido a hacer algunos ejercicios de garganta.
Creo que por ahora no he venido más que a gritar,
a derramarme como el agua y como el llanto.
Y no sé a quién fecundo
ni a quién anego
ni a quién quito la sed.
Estamos en la época del grito y de las lágrimas y aún no hemos llegado a la
canción.
No importa que los poetas vanidosos digan lo contrario. (P. 531.)
Estas consideraciones explicadas en verso, o en versículo, se resumen en la obligación del poeta de alertar al pueblo que lee sus palabras, teniendo en cuenta que ese deber le exige narrar la verdad histórica en una doble responsabilidad, ya que de la interpretación de semejante papel se derivarán aconteceres impulsados por él. Su función histórica le impele a actuar previamente, indicando el camino a seguir, y también con posterioridad, redactando los acontecimientos. En el primer caso obra como médium, y en el segundo como reportero.
Se objetará que la interpretación del papel del poeta en la sociedad resulta desmesurado en la consignación hecha por León Felipe. Hemos de tener en cuenta las circunstancias extremas en las que desarrolló la escritura. La experiencia vivida durante la guerra en España le hacía desconfiar de los políticos, de los militares y de los sacerdotes. Le quedaban sin contaminar los poetas, que precisamente durante el período bélico produjeron una acumulación de poemas, en especial romances, en los que exaltaban acontecimientos heroicos, denunciaban acciones criminales y ensalzaban el valor del pueblo en su justa lucha por preservar sus libertades.
El poeta como espectador
Para León Felipe la razón final de la existencia de los poetas radica en advertir a sus lectores sobre la realidad del tiempo en que viven. En una carta escrita el 29 de abril de 1959 a Camilo José Cela, hizo un examen de conciencia que además contiene implícita una poética:
Estoy avergonzado de haber escrito la mayoría de mis versos. Casi todos no son más que actualidad. Al final creo que no he sido más que un reportero con un énfasis de energúmeno.
La confesión no concuerda con las ideas expresadas en los mismos poemas. Ser un reportero de su época trágica era lo que le correspondía, aunque el calificativo de energúmeno tal vez indica que lamentaba haber exagerado los hechos al contarlos. Conforme con sus creencias líricas, tenía la misión de describir los sucesos observados, para que los lectores dedujesen las consecuencias pertinentes. Para ello precisaba observar los sucesos que estaban conformando la historia de ese tiempo. Debía ser un espectador atento para convertirse en reportero de aquellos momentos. Era “la época del grito y de las lágrimas”, en la que no tenían representatividad los poetas vanidosos. No era culpa suya que la actualidad que le correspondió vivir fuese trágica.
Un año antes de redactar esa confesión había publicado El ciervo, en donde “el viejo guardián de la heredad” hace esta definición del poeta y de su función social al hombre, su interlocutor:
El poeta es el hombre que mira,
y a ti te toca ahora mirar –nos miran y miramos--. […]
Luego, si quieres,
puedes cantar una canción o un himno
dando gracias a Dios que te ha elegido
para venir aquí
y mirar sin cesar por la ventana… (P. 643.)
Estos versos aclaran los conceptos anteriores. La religiosidad de León Felipe era muy personal, tanto como para hacerle pasar de las creencias en un Dios trascendente a incitarle a blasfemar contra él, debido a las miserias acumuladas en este mundo creación suya. En los versos copiados queda explicitada la función social del poeta según la estamos examinando: el poeta ha sido elegido por Dios para mirar los acontecimientos de su tiempo vital, y después contarlos, en verso, por supuesto, a los lectores del momento y de la posteridad.
Su escritura se convierte así en un reportaje parecido a los periodísticos, aunque con más calidad literaria, es de suponer. Reunirá las palabras en libertad para darles una forma lírica, que por ello constituirá también su testamento. Esta creencia es fundamental para entender la poética de León Felipe, errática a menudo, porque seguía las vicisitudes de su vida errante. En su primer libro, ya citado, Versos y oraciones de caminante (1920), encomendó sus versos a la protección de Dios:
¡Oh, pobres versos míos,
hijos de mi corazón,
que os vais ahora solos y a la ventura por el mundo…
que os guíe Dos! (P. 73.)
Muchos años después reconoció que el mismo Dios invocado entonces era el que le había elegido para componer sus versos. Cumplió la misión encomendada, realizó su obra poética narrando lo que veía. Su comunicación lírica era una crónica testimonial de su época, y también su testamento espiritual. Lo que resalta en esta aventura literaria es que León Felipe realizó su papel en la vida con plenitud ejemplar.