Algunos apuntes a partir de La llamada de la Tribu, el ensayo de Mario Vargas Llosa sobre el liberalismo

Amira Armenta

Tengo que confesar que leí con bastante gusto el libro de Vargas Llosa, aunque durante la lectura no me pude desprender de una cierta inquietud causada por algo que me parecía que no quedaba claro en su discurso. Hasta que me di cuenta de que Vargas Llosa, que se considera a sí mismo liberal en la tradición de los grandes pensadores de esta ideología, no tiene en cuenta la diferencia entre el liberalismo y el neoliberalismo, y los trata como si fueran la misma cosa. Conociendo un poco las opiniones políticas del autor, no es difícil suponer que la ausencia en el libro del concepto ‘neoliberal’ no es gratuito. Este concepto fue introducido por los críticos del mercado libre y los anticapitalistas, y desde entonces lo usan sobre todo (aunque no exclusivamente) sindicalistas y analistas económicos con una visión social y progresista, es decir, de izquierda. O sea, un grupo de gente a la que Vargas Llosa es alérgico. Sin embargo, el concepto ha hecho tanta carrera que hasta The Economist (un medio no precisamente izquierdista) lo utiliza a veces. Pero cuando el autor afirma que las políticas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan (máximos prototipos del Neoliberalismo) en los años ochenta fue lo mejor que les pudo pasar al Reino Unido y a Estados Unidos, está a todas luces adoptando una postura neoliberal. Vargas Llosa ignora completamente en el libro la crítica a este modelo. Ignora lo que dicen reputados economistas como Joseph Stiglitz o Thomas Pikkety, que este modelo es responsable de que el nivel de desigualdad económica en los países europeos sea hoy comparable al que había hace un siglo. Mientras la ideología liberal defiende la libertad de los ciudadanos, a la ideología neoliberal lo que le interesa es defender el mercantilismo entre empresas y Estados, con el argumento de que si a las empresas les va bien también los ciudadanos se benefician. Pero basta ver el aumento del empobrecimiento de los sectores populares para comprobar que esto no siempre se cumple, y que solo ha servido para aumentar las divisiones sociales y económicas, y para extender –¡con razón!– el resentimiento de la población. Gracias a este modelo, cada vez más, unos pocos ricos acaparan una parte más grande del pastel. A los de abajo no les llegan ni las migajas. Este es el modelo que defiende Vargas Llosa. Ya en la introducción del libro dice que Thatcher y Reagan “me ayudaron a convertirme en un liberal”. No, Mario, te ayudaron a convertirte en un neoliberal, que es otra cosa. El autor ataca el ‘Estado benefactor’ del estilo del que era la Gran Bretaña de antes de Thatcher, un Estado que, según él, afortunadamente “supo interrumpir el formidable sobresalto libertario de Margaret Thatcher”.¿Libertario? Sí, si hablamos de libertad para las empresas. Tres décadas más tarde, Vargas Llosa todavía no se ha dado cuenta de que lo que hizo la política neoliberal de sus ídolos fue tirar al bebé junto con el agua de la bañera. El libro es un ensayo sobre la evolución de las ideas liberales a través de un vistazo a varios de sus principales ideólogos, en todo caso, los autores que conforman el bagaje teórico de Vargas Llosa en esta materia: Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Jean-François Revel. Como he dicho, los capítulos se leen bien –el tema es apasionante y Vargas Llosa es un buen escritor– aunque algunas partes hacen pensar en la lectura informativa de una página de Wikipedia. El título del libro proviene de una idea de Popper, que se refiere al ‘espíritu de la tribu’: “el irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional -la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad…, sometido, igual que el animal, en la manada… adormecido entre quienes hablaban la misma lengua… odiando al otro, al ser diferente, a quienes podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían en la tribu”. “Este llamado es escuchado una y otra vez por naciones y pueblos”. Y en otra parte: “El espíritu tribal, fuente del nacionalismo, ha sido el causante, con el fanatismo religioso, de las mayores matanzas en la historia de la humanidad”. El pensamiento liberal expresa todo lo contrario al espíritu de la tribu, ese primitivo sentimiento que no desaparece, que está latente hasta en las sociedades más democráticas. De acuerdo. Lo malo es que, para los tiempos que corren, Vargas LLosa no identifica bien la llamada a la tribu. Por un lado, apoyado en uno de sus autores favoritos, Jean-François Revel, le molesta la crítica que hacen los intelectuales progresistas al capitalismo. Revel decía que esta crítica terminaría por derrumbar a la democracia. La historia no le ha dado la razón. Si la democracia se está derrumbando no es por la crítica (ésta justamente tiene que estar garantizada por la libertad de palabra que ofrece el liberalismo) sino por los mismos desarrollos del capitalismo neoliberal, el ‘capitalismo accionista corporativo’ del que habla el premio Nobel de Economía, el estadounidense Paul Krugman. En su fascinación por Thatcher-Reagan, Vargas Llosa no ve que una de las consecuencias desastrosas de ese modelo es precisamente el regreso a la tribu (al nacionalismo, a la xenofobia) por parte de las grandes masas de población empobrecida por las políticas neoliberales que destruyeron el bienestar social y económico que habían construido sus predecesores. Esta población de excluidos del pastel (en la Alemania del este, en las banlieues deprimidas de las grandes ciudades de Francia e Inglaterra) ya no cree en la democracia liberal y está votando masivamente por los partidos ortodoxos nacionalistas de la ultraderecha. Esos mismos partidos (tribalistas) que pregonan el odio al otro, al ser diferente. Isaiah Berlin, por quien Vargas Llosa tiene tanto respeto, se lamenta de la política del laissez faire del siglo XIX en Inglaterra, esa “libertad económica que llenó de niños las minas de carbón”, dice. Si fuera consecuente con las enseñanzas de su maestro, Vargas Llosa podría también lamentarse del laissez faire del siglo XX (Thatcher/Reagan), causante de la lenta pero segura destrucción del bienestar público (salud, educación, vivienda), y el origen de todo lo que va mal en el mundo de hoy. En vez de eso lo aplaude. La democracia no está en peligro por la crítica (ambientalista, anticapitalista) sino por la codicia neoliberal. Como dijera alguna vez Noam Chomsky, “el neoliberalismo siempre ha estado en desacuerdo con la democracia, no se puede tener ambas cosas, éstas simplemente no encajan. Así que, cuando los neoliberales hablen de libertad, no les crean”.

 

 


Comentarios (2)

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No lo afirmas pero seguro eres "socialitista". Yo no tengo dinero, incluso me considero pobre ,pero eso no me va a hacer pensar que el socialismo es la panacea; no puede ni va a existir jamas por la misma naturaleza del ser humano. Chomsky no me...

No lo afirmas pero seguro eres "socialitista". Yo no tengo dinero, incluso me considero pobre ,pero eso no me va a hacer pensar que el socialismo es la panacea; no puede ni va a existir jamas por la misma naturaleza del ser humano. Chomsky no me parece nada respetable. Nos guste o no le democracia y el capitalismo son las únicas formas viables para el mundo actual; hasta que el ser humano despues de tres guerras atomicas y de miles de años de evolución mental y espiritual esté preparado para compartir lo propio con otro ser humano.

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Estimada Amira:
Leí el libro. Interesante su punto de vista en la crítica.
¿Cuál sería entonces para Ud el sistema más justo y equitativo basado en la democracia?
Muchas gracias

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