Aristóteles: Política

Madrid, Tecnos, 2018.         

¿Por qué no recordar, una vez más (tan a propósito como siempre viene el tema), que la política es esa piedra donde el hombre tropieza innumerables veces? Y se reitera en el tropiezo, y hasta (para escándalo del esteta) se goza en ello? ¿O, acaso, tal vez lo necesario no sea el recordar este axioma (o casi) sino advertir de cuantos males para el hombre social derivan de la mala práctica de la política diaria, cotidiana, común, la única real?. Para nuestro bien, una vez más nos viene a asistir la vieja (y nueva) filosofía griega, en este caso a través del padre Aristóteles: “Parece imposible que se gobierne bien una ciudad (‘digamos que hablo de Madrid’, como se titulaba la canción) donde no rigen los más aptos para el gobierno de ella, sino los ineptos para ello” O los corruptos, los depredadores del erario público, el cual, habiendo de estar para sufragar necesidades colectiva, lo destinan los malos gobernantes para tantos vergonzosos bienes privados o particulares.                 Y entiéndase que al hablar de bienes sería oportuno entender bienes no solo materiales, sino de toda disciplina: académicos, morales… La queja es inevitable cuando el mal se extiende, se generaliza, se encastra como actitud. Y si a ello se une esa perversión de desustanciar el lenguaje para justificarlo todo (incluso lo uno y lo contrario) el mal se vuelve aciago y maligno y contagioso. Y la desconfianza, el antídoto para el ciudadano feliz, se asienta hasta el punto de haber de recordar aquella famosa frase mordaz que bien podría tener naturaleza quevediana: “Y el vulgo ya da en sospechar, no le pongan gabela por el respirar” Esto es, todo en contra del necesitado, todo a favor de los caprichos de los ‘desgobernantes’.        “La aristocracia –entiéndase aquí el valor democracia también en sentido ético- asigna los honores distribuidos de acuerdo con la virtud, porque la virtud es el rasgo característico de la aristocracia; en tanto que la riqueza lo es de la oligarquía y la libertad el de la democracia” La máxima para el comportamiento justo y correcto es clara. La advertencia oportuna… hasta que llega la sentencia del refrán: “predicar en desierto (desierto de entendedores) sermón perdido”            Es cierto que no ha de hacerse de la queja un molde para todo comportamiento, pero a la hora de analizar la política de verdad, la política como administración de los bienes públicos a favor de la satisfacción de las necesidades del ciudadano, la quiebra y desazón y burla es tal que ello hace inevitable asirse a un discurso, cuando menos de redención, de justicia.         Si queremos entender como una forma de tiranía un calculado gobierno asentado en la corrupción, podemos volver a la enseñanza del filósofo: “Dos son las causas por las que principalmente se ataca a las tiranías, a saber, por el odio y el desprecio a los tiranos. Pues de ellas, el odio, siempre está presente en los tiranos, y del desprecio provienen muchos derrocamientos (…) Además, hay que considerar a la ira como una parte del odio, pues en cierto modo es motivo de las mismas acciones. Con frecuencia es incluso más eficaz que el odio, pues ataca con más vehemencia debido a que la pasión no se guía por el cálculo, especialmente suele generarse en el ánimo debido a la insolencia”    Ay, por qué, por qué gobiernos malvados se obstinan en desoír tan esenciales verdades!

Ricardo Martínez www.ricardomartinez-conde.es

 

 

 

 

 


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