AMELIA PÉREZ DE VILLAR, MI VIDA SIN MICROONDAS: LOS MIEDOS DEL ALMA
La vida se compone de diferentes melodías que nos acompañan a lo largo de los días. A veces, lo hacen sin molestar, y otras, de una forma estridente. En este caso, Amelia Pérez de Villar combina unas y otras a la hora de definir y modelar a su protagonista, Clara, que, como cualquier heroína anónima, se pierde por los pentagramas de unas partituras que no entiende por mucho que se esfuerza en ver algo de luz a través de ellos. Estos días sin vino ni rosas están narrados desde la proximidad de aquel que siente en su propia carne la desdicha de no poder llevar a cabo aquello con lo que siempre ha soñado; y si no los consigue es por la oposición que los demás ejercen en su vida. El letargo de los días, sin duda, lo compone la estridencia de decisiones que en ocasiones nos encubren a la gloria y en otras nos depositan en la miseria, por ello, lo verdaderamente difícil es saber andar sobre ese filo de la navaja que siempre nos persigue en modo de amenaza. Explorar ese agujero negro y dar con su salida es el gran reto, aunque ésta ni sea la definitiva ni la mejor de las opciones que se nos presentan. El alma se compone de varios caparazones y llegar a su núcleo es una tarea complicada, tanto para el que la posee como para el que la busca. En ese geografía de incertidumbre y nostalgia, posesión y destreza, armonía y ritmo es donde la protagonista de esta novela, Una vida sin microondas, deposita los miedos del alma, y lo hace en una especie de cofre donde guarda el amor a su hijos, el deseo hacia su vecino, la fidelidad a su amiga y la devoción por su madre. En esa amalgama de diferentes formas de amar es donde Clara tropieza una y otra, como si todo se redujera a una mala nota emitida a destiempo o demasiado alta, pues en muchas ocasiones ella nos deja ver su imposibilidad para amar. Para amar de la forma en la que ella entiende que es el amor y su materia prima: heterogénea, caprichosa y leal. En ese cubo donde se mezcla la pasión con el miedo es donde los monólogos de Carla ganan. En esa interioridad desnuda de falsedades donde la vida es cruel y sabia a la vez es donde la fuerza narrativa de la autora gana muchos enteros, pues es capaz de llegar directa a la esencia de la vida que se nos presenta como una pradera bañada por el sol del atardecer en primavera. Lejos del ruido de los demás, los miedos del alma de Clara alcanzan su cima en una larga serie de confesiones que no necesitan de ninguna aprobación salvo la del eco de su voz, o el de su pensamiento. Una vida sin microondas es una novela escrita de una forma ágil y a través de capítulos cortos que nos incitan a seguir su lectura, sin dejar de lado el juego de elipsis que Amelia Pérez de Villar sabe dosificar muy bien para atraer la atención del lector. A lo que habría que añadir esas desfragmentaciones en el texto ya presentes en su primera novela, El peso de la desmesura, y que le dan un tono distinto a su escritura, como de afluente dentro de la corriente de un río. Un río que estaría representado por el barrio madrileño en el que se desarrolla la acción a modo de un microcosmos dentro de la gran ciudad; una ciudad, Madrid, donde todavía unos y otros se conocen, y donde dan rienda suelta a sus mezquindades. Aquí la ciudad no es la protagonista del ruido que nos acompaña a lo largo de nuestras vidas, si no la ausencia, pues los personajes se apoyan en unas pocas calles, locales comerciales y viviendas a modo de plató de una serie de televisión. En ese pequeño espacio en el mundo es donde la autora encuentra los ecos y reverberaciones de sus personajes, y donde los hace entrar y salir bajo las coordenadas existenciales de Clara, a modo de ventana a la cotidianeidad del siglo XXI, tal y como referencia Manuel Rico en la contraportada de la novela. Amelia Pérez de Villar compone en esta novela una melodía de reflejos interiores, búsquedas y mapas de sensaciones, donde, por ejemplo, el microondas del título es una perfecta metáfora de la vida que llevamos, de los valores que nos mueven y de las prisas que nos atropellan los sentimientos. Melodías estridentes, a las que la autora, sin embargo, sabe manejar con firme batuta a la hora de encaminarlas hacia ese otro lugar donde los ecos del sonido se transforman en los miedos del alma.
Ángel Silvelo Gabriel.