Algunos sonidos
La memoria tiene una sociedad estrecha con los sentidos. Hemos escrito tantas veces acerca de aquellos aromas que nos llevan inmediatamente a otro tiempo. El cafe recien molido, aquel perfume a rosas o violetas que guardaban los cajones de la cómoda, el olor a madera y cuero que tenia el portafolios escolar, el aroma de los tilos en las frescas mañana de primavera, el primer olor de la lluvia sobre la tierra candente del verano... Y tantos mas, que seducen el recuerdo y que hacen que a veces olvidemos a los sonidos... No pretende este trabajo mas que movilizar las propias experiencias...acompañenme un poco.... Suele ser el domingo al atardecer un momento depresivo, hay algo del mismo adherido a mi memoria, el ruido del gozne de las hamacas en el parque de la tarde que ya se termina...la proximidad del colegio y las obligaciones del dia siguiente ufff. El remoto trueno que anticipa la tormenta, y la tormenta misma que suele poner una pausa a la locura cotidiana. Mi vieja casa con techos de chapa, que arrullaba la siesta cuando la lluvia caia. El sonido como de reloj, del piñon de la bicicleta. En el pasillo de mi casa, que no tenia entonces rejas ni proteccion alguna, delataba la visita de algun familiar o amigo que confiadamente accedia sin llamada previa. El reloj carrillion en el gran comedor de la casa de Quilmes, que mansamente anunciaba el paso de la vida, inextinguible por entonces... La corneta del carro de la Panificacion Argentina, que placidamente ofrecia sus productos por las calles del barrio. El trote de cascabeles del carro del sifonero, que daba tiempo a juntar las monedas para el pago de la compra. Los trenes a lo lejos (Perdon amigo Martinez Yantorno). El timbre glorioso de la salida al recreo, que misteriosamente se transformaba en detestable 5 minutos despues... (Me pregunto hace tiempo si ese timbre fatal sonara para cada uno alguna vez).... Una musica lejana e ignota. En el fondo de mi casa escuchabamos en la nochesita de verano, ejecutar a un vecino su humilde verdulera. Y por ultimo, las manos golpeados (No habia timbres por entonces) que anunciaban la llegada siempre de alguna buena noticia, porque lo malo siempre llega sin avisar.... Me voy silbando, como aquel diariero, que a las 5 empezaba el reparto, y pintaba con la impronta de su silbido, las calles de aquel dulce arrabal.
Norberto Velazquez