Juan Massana: Belleza atemperada
Trea, Gijón, 2017.
Las primeras palabras, las que acogen con su título al lector, ya tienen algo de invocación, de horizonte diseñado. Y, como no podría ser menos, poseen la vocación interiorizada del autor, pintor de larga trayectoria que aquí, en este libro –también él con trazo firme y color, al modo de un cuadro- aporta belleza literaria al conjunto de su obra. Por tal, por reivindicación de los secretos que reclaman desde el cuadro, podrían citarse los versos, tan definidos en su diseño humanizado: “Esa palabra y su sombra,/ forman la abrupta cicatriz que recuerda tu nombre” Se trata, en efecto, de una poesía de trazo, esto es, con voluntad descriptiva, didáctica, clara en cuanto al objetivo, y todo ello con esa larga evocación hacia una imagen abierta, sutil, de descubridor de mundos no solo reales, sino emocionales. Una simbiosis de palabra y gráfico intuido que resulta de una convocatoria difícil de eludir para el buen observador: “Camino sobre las aguas/ hacia el color por nombrar./ Una especie de azul/ para envolver atardeceres,/ como un añil bonjour tristesse” Parece como si el espectador hubiera de estar necesariamente implícito dentro de la composición, de esta relación significación-color, lo que otorga al texto una profundidad muy peculiar que le añade una a modo de relieve atractivo: “No esperaba este privilegio,/ pues hace tiempo perdí/ el crédito de los espejos,/ y gané, con dardos cargados,/ mi lugar en el enfaldo de las palabras” Una poética, también, narrativa, más donde el protagonista no puede estar alejado como portador, a su vez, de voluntad, de sugerencia propia. Remite el texto, digamos, a una forma de humanización renovada donde la sensibilidad del mirar-actuar (el ejercicio de voluntad que suponen) es el protagonista del efecto artístico que se propone como ejercicio de expresión. Apreciemos ese pensar-sentir: “Anochece sin color./ Protegida por el fieltro/ oscurecido del silencio,/ la piel de la memoria/ roza tu nombre,/ y el aire de esa inquietud/ agita la borra del recuerdo./ Soledad deshilachada,/ danza ingrávida del abandono,/ que amortigua el deseo/ de imaginar” Pues eso.
Ricardo Martínez
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