T.S.Eliot: Cuatro cuartetos
Alianza, Madrid, 2017
Nunca es tarde, nunca es tarde para volver sobre la poesía de Eliot, el autor que ha decantado con tal minuciosidad no solo cada palabra, sino cada significado (apoyándose, bien es verdad, en el conocimiento y las recomendaciones de Ezra Pound) como para que su discurso perviva más allá del propio poeta, tal como es, o ha de ser, esperable de todo artista de verdad. Es el sentido de la trascendencia, esa forma de religión, de re-ligare entre la palabra y el infinito que significa, quede que nos vincula con una cierta forma de eternidad. De ahí que hoy, todavía arrobados, leemos: “Déjame enumerarte los dones reservados a la vejez/ Para coronar el esfuerzo de tu vida entera./ Ante todo la fricción helada del sentido que expira// Sin encanto, sin ofrecer promesa,/ sino la amarga insipidez del fruto espectral/ Cuando empiezan a separarse cuerpo y alma” Aquí, tal como ha de ser a tenor de lo que el canon clásico concuerda o establece, no solo hay una forma de decir, sino también una forma de pensar. El hombre a solas busca siempre, en un momento u otro, al poeta como consuelo, como compañía, como redención. De ahí que el poeta haya tenido en la historia, y tenga todavía en las almas nobles, la simbología de un camino a seguir, de un bien cuyo horizonte, sin invadir la libertad del caminante, orienta y acompaña, aunque fuere a semejanza de la eterna mar. Es de recordar, por otro lado, el primoroso comienzo del cuarteto ‘East Coker’, allí donde se puede leer: “En mi principio está mi fin” Y he aquí que para todo aquel que ha entregado su soledad, su inteligencia y su tiempo al discurso de quien le habla desde el libro, poco más hay que añadir: es la invocación en favor de una rememoración (¿tal vez trágica, o sencillamente humana?) del tiempo, de la soledad de nuevo, pero también del horizonte por venir, de esa libertad que, en efecto, no existe sino que es ese algo a lo que se tiende. Hermosa entrega, pues, la de este libro que está destinado a permanecer no solo en la historia de la literatura, sino en el corazón sintiente del hombre; que ha de ser su compañía en la extraña y fecunda letanía del tiempo. La traducción –pues, por fortuna, la edición es bilingüe- es un precioso ejercicio de aproximación al ritmo y sentido poéticos. A la vez, el aparato de Notas que acompaña al texto es muy clarificador
Ricardo Martínez
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