De manantial sereno: Segunda oscuridad, de Andrés Trapiello
Fernando Yubero
Reseña del libro Segunda oscuridad, col. Cruz del Sur Editorial PreTextos Valencia, 2012
Segunda oscuridad es el título del nuevo libro de poemas de Andrés Trapiello. Recoge la poesía escrita por el poeta leonés entre 2004 y 2012,aunque una breve muestra la conocíamos ya por la antología El volador de cometas, que preparó Eloy Sánchez Rosillo en 2006. Allí se incluían cuatro poemas de los cuales tres han pasado a formar parte del nuevo libro, con ligeras modificaciones en la mayoría de los casos, si exceptuamos El Retiro un día de diario del que podemos decir que las variantes son tan numerosas que en realidad se trata de un nuevo poema; además el autor ha reducido los 52 versos de que constaba a 28. Como es habitual en la poesía de Andrés Trapiello estas correcciones responden al irrenunciable deseo del poeta de conseguir esa retórica de la sencillez y la transparencia que caracteriza su poesía desde sus inicios, pero sobre todo desde Rama desnuda (2001). Una sencillez, claro está, lograda siempre a través de un riguroso trabajo sobre el lenguaje y la métrica. Y esta es la primera nota que habría que destacar de estos nuevos poemas: el lenguaje, claro, limpio y extremadamente exacto, rico en matices imaginativos, logra siempre elevar la palabra para transfigurar la menuda y humilde realidad de la que se hable: por ejemplo, en la contemplación de una vieja rama de cerezo se percibe que “han abierto las flores su camisa/ y doncellas se dan en cuerpo y alma”. Se trata de una figuración simbólica cuya interpretación nos llevaría a hablar de la pureza y la entrega y, desde luego, al territorio moral de esta poesía. Buena muestra de ello es también el poema Jilguero: Canta, jilguero, hasta llegar la noche, articula en tu lengua lo que siente tan a oscuras la fe, la rara disonancia que extasía hasta sacar el tiempo de su horma. Da la impresión de que el lenguaje aquí (de raigambre claramente simbolista), aún más que en Rama desnuda (2001) y Un sueño en otro(2004), va abriendo el cauce al pensamiento, a las sensaciones, a la emoción de ese “mundo elemental de lo más bello”, como nos dice en Nostalgia de un pasado remoto. La expresión fluye sin obstáculos, con la naturalidad del agua (semejante a lo que sucede en Regalo de cumpleaños) Así de simple, o de complejo realmente, porque lo que sorprende es la rara capacidad de esta poesía para llegar a la pura emoción y, al mismo tiempo, hacer claro lo oscuro, en unos poemas que aúnan verdad y belleza (si no son la misma cosa) con toda naturalidad. Y algo, desde luego, tiene que ver con todo esto el aforismo cervantino que tantas veces nos recuerda el propio Trapiello en sus Diarios: “Quien sabe sentir, sabe decir”. Por no hablar del tono Trapiello inconfundible aquí, en sus Diarios y novelas, entodo cuanto escribe. La crítica ha destacado siempre como características de su poesía la intensidad emotiva y plástica, el intimismo, la facilidad descriptiva, la tendencia a la narratividad, el ruralismo, la tonalidad elegíaca, melancólica y de todo ello el lector va a encontrar elocuentes muestras en Segunda oscuridad. Pero son rasgos que no bastan, como decimos, para explicar la originalidad (él que siempre abomina de ella) de estos versos. Ya en el primer poema del libro, una especie de “declaración de principios”, nos lo dice: “No me importa, poema, quién te escriba/ ni cuándo ni en qué sitio,/ni si no fuera yo”. Los poemas de Segunda oscuridad se pueblan de mendigos y gorriones, de desvanes y nieves de la infancia, de vuelos y pájaros, del olor de la menta,el cantueso o el tomillo. Solo después vendrán la meditación, la reflexión y el reconocimiento de la propia vida: Somos cántaros rotos que no esperan sino manos pacientes que devuelvan su forma primitiva a esta vieja canción en la que cantan los cántaros del mundo los momentos felices, los únicos que tienen ya sentido. Junto a la exaltación (siempre en voz baja, como susurrada) la meditación y el pensamiento, que en esta poesía, tienden a ocultarse tras la emoción y la contemplación pura. Los temas no son otros que los eternos de la poesía, pues sabe bien Trapiello que el pensamiento poético varía muy poco, al punto de que podría hablarse, apropiándonos de uno de sus títulos, de “el mismo libro”:la evocación de la infancia, el tiempo y la memoria, la presencia de la muerte, el diálogo con las rosas, el viento o la noche estrellada. Pero lo importante es cómo las palabras, el tono y la andadura del ritmo van creando el pensamiento y la emoción a través de la presencia de la materia; en este sentido poemas como Olores del verano o Golondrinas son ejemplares. Si todo poeta selecciona ciertos espacios geográficos como un territorio propio, no cabe duda de que la mirada de Andrés Trapiello privilegia el espacio geográfico leonés, tan determinante en su obra por estar enraizado en la infancia del poeta. Hay un poema en Segunda oscuridad que de manera explícita hace referencia a este espacio geográfico concreto: “Una carretera”, la que va, como nos dice el poeta, “de Ruiforco a Palacio” y junto al Torío. Es este el escenario elegido para la meditación melancólica sobre el transcurrir del tiempo y la pérdida, aunque debemos preguntarnos en este caso, ¿pérdida o ganancia?; porque en realidad, esa evocación del viaje en carro hasta las Manzanedas que el poeta recuerda, cuando tenía seis años, está guardada en su “almario” desde entonces y así lo afirma desde los primeros versos. No se canta aquí, como decía Machado, “lo que se pierde”, sino, al contrario, la resistencia del pasado a desaparecer : Todo sigue lo mismo, es un decir, los árboles que crecen como un túnel son aún más corpulentos de lo que recordaba y las casas de adobe, cuanto más resistieron, más firmes me parecen. La llama de un candil son los recuerdos. Me alumbran sólo a mí, como luciérnaga que guiara la punta de mis pies. Le basta al poeta una pequeña llama de candil (imagen clásica del espíritu)que alumbre, aunque sea tenuemente, temblorosamente, este recuerdo. Más que nostalgia lo que hay en el poema es melancolía de lo que ya no podrá ser. En definitiva, en Segunda oscuridad estamos ante poemas en los que se asume la oscuridad, que es lo mismo que decir que se asume el dolor, el desvalimiento humano, la honda soledad, pero, al mismo tiempo, poemas que nos empujan siempre a celebrar y salvar la vida. Seguro que muchos de ellos, como se canta en Ánades, también alcanzarán sus “charcas inmortales”.