Luis Benítez, un narrador con patente de corso
Por Esteban Lozano
Los piratas no han muerto: se hallan en estado de vida latente, esperando el momento oportuno para brincar sobre nosotros —ya sea con ambas piernas o con una pata de palo— y arrebatarnos la bolsa o la vida, pero dándonos a cambio, generosamente, la suspensión de la incredulidad que habrá de permitirnos gozar, una y otra vez, de sus improbables aventuras, siempre políticamente incorrectas. Los piratas han poblado no sólo nuestros mares desde tiempos inmemoriales, sino nuestra imaginación, ávida de filibusteros, corsarios y bucaneros (no es que falten a nuestro alrededor, pero son de otra estofa), gracias a maestros de la literatura como Daniel Defoe, Herman Melville, Robert Louis Stevenson, Jules Verne, Emilio Salgari y, más recientemente, Michael Crichton, cuyas “Latitudes de piratas” se publicó, póstumamente, en 2009. Y así llegamos al aquí y ahora en que se inscribe el “Madagascar” del multipremiado escritor argentino Luis Benítez (conocido por su prolífica obra como poeta, ensayista, antólogo y narrador), engrosando la cartografía literaria de los Siete Mares con sus propias coordenadas, es decir: con la desfachatez, la brutalidad, el humor, el desenfado, pero también el idealismo, de que hacen gala los piratas de su cosecha; piratas muy particulares éstos, sin embargo, capaces de ser originales y plasmar algo nuevo (como sucede con el arte mismo): nada menos que fundar una “república de iguales”: Libertatia, vale decir: llevar a la práctica la “Utopía” de Tomás Moro en el agreste marco de la enorme isla del océano Índico. Personajes como el extravagante fraile Giacomo Antonuzzi y los capitanes Thomas Taylor y Olivier Masson lidian estoicamente con las vicisitudes del atribulado siglo XVII que les ha tocado vivir, en un marco de agitación político-religiosa que tiene como protagonistas a los protestantes franceses que pugnan por volver al poder y a los ambiciosos católicos que responden a Luis XIV, sin que falten a la cita, para sumar discordia y emoción, los navegantes esclavistas que surcan las aguas del África… Antonuzzi es un radical hecho y derecho, y su ideario va incluso más allá de fundar la utopía. Las reformas que desea proponerle al Papa son verdaderamente revolucionarias, entre otras: la abolición del celibato; la igualdad entre monjas y sacerdotes; y que cardenales y obispos, así como el mismísimo Sumo Pontífice, salgan a predicar, dejen de hacer la guerra como si fuesen señores feudales y donen a los pobres las riquezas de la Iglesia... Lo antedicho, más un dilatadísimo etcétera, recorre las páginas de “Madagascar” con un ritmo arrollador y una pirotecnia verbal que semeja las chispas del pensamiento recorriendo vertiginosamente las circunvoluciones del cerebro; un cerebro agradecido, por cierto: el del lector cada vez que vuelve una hoja y encara una nueva sorpresa, como si transitase un anchuroso río de aguas profundas, brotado de recodos que ocultan lo insospechado… Se dice que el primer escritor en utilizar el género de la ciencia-ficción para transmitir ideas filosóficas fue H.G. Wells: “La máquina del tiempo”, “Los primeros hombres en la luna” y “La isla del Dr. Moreau” así parecen demostrarlo. Quizá sea Luis Benítez quien siga los pasos del autor británico, aunque, en su caso, reemplazando la fantasía científica por la novela “de piratas”, todo un género literario por derecho propio. Lo curioso, y loable, es que Benítez se ha valido de esta “herramienta de transmisión de ideas” de manera recurrente a lo largo de toda su trayectoria como novelista, con el valor agregado de vestir, en cada caso, el corset de los géneros más variados (por dar sólo un ejemplo: “Sombras nada más”, su novela ambientada en Buenos Aires en los días posteriores a la muerte de Eva Perón, parece escrita por un Jean-Paul Sartre rioplatense). En “Madagascar”, su más reciente opus, el lector podrá sentir, al volver cada página y con la casi imperceptible brisa que ese mínimo acto provoca, el aliento de los grandes hombres de letras citados al comienzo de esta reseña, haciéndolo partícipe de una desacostumbrada y bienvenida “aventura del espíritu.” Es probable que, como cantara Serrat, no haya “historia de piratas que tenga un final feliz.” En cuanto a los que pueblan el “Madagascar” de Luis Benítez, si bien son arrastrados por la fatalidad hacia su propio sino, no nos dejan en la boca el amargo regusto de la derrota. Muy por el contrario: nos regalan el delicioso sabor del viaje; un viaje del que nos sentimos parte, como si fuésemos un personaje más entre todos ellos, con o sin parche en la vacía cuenca ocular, con o sin garfio por mano, con o sin lorito a lomos de hombro, con o sin pata de palo, pero yendo siempre —como el oficial Starbuck de Melville en “Moby Dick”— al encuentro de lo desconocido con la risa a flor de labios. “Madagascar”, de Luis Benítez (Editorial Vestales, Buenos Aires, 2017). 320 páginas.
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