SOBRE CIEN AÑOS DE SOLEDAD: MI HUMILDE COMENTARIO.
Asomarme a la literatura y al pensamiento de Gabriel García Márquez, a través de su novela CIEN AÑOS DE SOLEDAD en este caso, fue para mí como sobrevolar en globo los abismos del ser humano y de la vida sin sentir miedo, un dejarme llevar por el encantamiento de su genialidad. Su lectura nos sumerge, casi sin percatarnos de ello, en ese paisaje mágico creado por el autor sobre el que se puede caminar con los sentidos, caminar sobre sus espacios repletos de tierra con oro escondido donde nace el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la caña. Es imposible no maravillarse ante el maestro; ante la sutileza de su contar, que va transformando sin darnos cuenta nuestra condición de observadores en la de actores capaces de respirar el aire de ese humedal infinito de la jungla, cuya extensión casi nunca permite a los ojos que puedan ver el mar, pero sí imaginarlo. Pero la realidad es que son las palabras, y solo las palabras, las que nos llevan por su laberinto caprichoso e interminable a cualquier momento del teatro de la vida, donde todo tiene sentido hasta que deja de tenerlo... porque así es el sentido de la vida, sabiendo que podríamos ser arrollados por la fuerza de cada historia si no fuesemos capaces de echarnos a tiempo a un lado. Creo que hay una realidad inequívoca, cuyo compás navega a merced del instante, y cuyo instante ha hecho del espacio infnito algo tan reducido que en él están obligadas a convivir pegadas esas múltiples realidades que pueden alzarnos al cielo o sumirnos en el lodo infernal del abandono y de la miseria más injusta. Es por ello, por todo ello, que leer a Gabo siempre fue para mí un dejarse endulzar los sentidos por lo mágico, por lo maravilloso, por lo extraordinario, y comprender que esta dulzura es un ingrediente necesario para vivir agarrados a ese motor que nos nueve y que lleva por nombre ESPERANZA. Muchas gracias.
En Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), a 24 de junio de 2017.
Francisco Jesús Galindo Sanchez