El nuevo texto de Dante Avaro, Dos días imperfectos (2017), lleva al lector a un viaje a través de las vicisitudes de la realidad contemporánea tanto local como global, explorando múltiples desafíos políticos, económicos y filosóficos que hoy en día encara no solamente la sociedad argentina, sino el mundo en su totalidad, un mundo cada vez más dominado por perversas fuerzas autoritarias que utilizan discursos fundamentalistas para promover un estado de pánico generalizado. Dentro de este contexto de inestabilidad universal, el escritor indaga en varias de las características primordiales del ser humano para cuestionar las bases de algunos de los pilares más significativos de la sociedad occidental, tales como la democracia, la pluralidad y la responsabilidad individual. El análisis de estos pilares revela su fragilidad innata dentro de un ambiente donde con frecuencia reinan fuerzas individualistas y egocéntricas con poco interés en la propagación de un bien global. Desde el inicio de este itinerario, el autor se centra en la estupidez humana, una potencia impresionante y totalizadora difícil de controlar. A través de una exploración ontológica queda claro que esta posee la capacidad de contagiar a todos aquellos que entran en contacto con ella. Como una enfermedad infecciosa, la estupidez se esparce entre la población y transforma los desatinos más incoherentes, promulgados por diversas estructuras políticas y económicas, en verdades absolutas que rehúsan cualquier cuestionamiento o pensamiento crítico. En su elaboración sobre la importancia que la estupidez ha llegado a obtener en el día de hoy, Avaro deleita en citar una plétora de estudios filosóficos y sentencias populares que demuestran el modo en que esta ha logrado penetrar todas las esferas sociales y se ha transformado en parte indeleble de muchas de las interacciones humanas al principio del siglo XXI. Esta investigación multidimensional significa la creación de un verdadero bricolaje intertextual que se basa en una variedad de citas y referencias a textos clásicos y modernos, a eventos reales y ficcionales, que exitosamente construyen una pluralidad de voces y pareceres transformando el viaje del protagonista, un trayecto que cronológicamente ocupa nada más que dos días en el mes de junio del 2016, en un recorrido por la filosofía, literatura e historiografía mundial que demuestra tanto la erudición del escritor como la necesidad de sustentar el estudio de nuestra realidad disfuncional en un sólido fundamento teórico para, tal vez, poder contrarrestar, por lo menos hasta cierto punto, los peligros que la estupidez plantea para todo tipo de estructuras sociales, democráticas y representativas en la actualidad. De un modo borgiano, Avaro juega hábilmente con la veracidad de algunas de las referencias para recalcar una vez más la inestabilidad de nuestro entorno cuyas rarezas y aberraciones políticas y económicas frecuentemente borran los límites entre lo factual y lo imaginado y nos hacen dudar de nuestra propia subjetividad. Es impresionante el modo en que a lo largo de sus indagaciones literarias el autor alcanza manifestar las directas consecuencias políticas de la estupidez y de la incoherencia discursiva que a menudo rigen a nivel local y a nivel global, apuntando con particularidad hacia los peligros de la burocracia y de la corrupción que, como Hidras posmodernas, amenazan con sus varias cabezas los perennemente celebrados éxitos de la civilización occidental tales como el progreso y la democracia. Los personajes de Avaro se enfrentan, literal y metafóricamente, con distintas peripecias de índole kafkiana que los dejan enfurecidos, desolados y alborotados, algo que quizás también le suceda al lector de este texto, el cual no promete ningún final feliz. La arrogancia y la agresión que tienden ser características típicas de los diferentes representantes gubernamentales en nuestra cotidianeidad también quedan reveladas en la obra. Estas terminan eliminando todo tipo de responsabilidad personal e institucional en un mundo donde falta una clara consciencia histórica de los fracasos del pasado, situación que, de un modo inevitable, previene a los seguidores del profeta argentino que aparece en las páginas de Dos días imperfectos esquivar los desastres que aquel ya había pronosticado desde la época colonial. También es importante reconocer la destreza de Avaro de servirse de una sátira perspicaz para ostentar los defectos de nuestra sociedad en la época de la globalización cuando el interés propio resulta ser el beneficio máximo que procuran todos aquellos que llegan a ocupar cualquier posición de poder. Al mismo tiempo, aquellos que se ubican al margen de las estructuras pudientes tampoco quedan absueltos de los vicios de la corrupción, ya que el autor no teme utilizar su pluma sardónica para aclarar que dentro del contexto de la democracia neoliberal no hay inocentes—todos anhelan ser el consumidor supremo que consigue engañar al otro, ya que el estúpido siempre es el otro. Dentro del contexto de la realidad argentina, el escritor usa la sátira para exponer las múltiples convenciones sociales que obstaculizan cada intento de mejorar la situación nacional, ya que las costumbres de sus compatriotas a menudo producen escenarios descabezados donde, bajo el mantra de una lógica desmoralizadora, cualquier colaboración o reciprocidad, aun aquellas que beneficiarían a todos, se consideran sospechosas y rápidamente terminan desalentadas y descartadas.
Dr. Assen Kokalov Purdue University Northwest