Alfredo Panzini: En la tierra de los santos y los poetas.
Ed. Ardicia, Madrid, 2016.
Un texto delicioso, en verdad. Un texto para reconciliar al lector con el texto, para recomponer el gozo de leer, o escuchar, pues de estas páginas, de estos cuentos –que, en ocasiones, poseen un nivel de intimidad, establecen unos grados de sinergia con el atento lector que parecieran dictados al oído- se desprende un a modo de hálito humano que se diría forman parte íntegra de quien tiene la voluntad –la buena voluntad- de atender. El ritmo, el lenguaje ‘manual’ por sencillo, la anécdota que se resalta, todo contribuye a pensar en la literatura no como una exigencia sino como una buena compañía para ese camino que todo hombre inicia cuando nace: “Pregunté luego si se habían divertido (a dos aldeanos que conducían sus bueyes) en las fiestas de Recanati. En las fiestas se divierten los que tienen dinero, respondió uno de ellos” Este fragmento es indicativo, creo, de la voluntad de uso de un lenguaje llano, de una forma serena y paciente de entender la realidad, lo que contribuye a acercar de una manera racional y emotiva el discurso al lector. Es como si un paisaje real, bello y sencillo pusiese fondo a los argumentos vertidos. Y continúa: “Su respuesta me pareció sincera. Pregunté entonces quién era ese Leopardi al que se rendían tantos honores.Él me miró de través con desconfianza, pero yo me mantuve sereno y le di a entender que, en mi calidad de ciclista que recorre el mundo, me estaba permitida una cierta ignorancia de las cosas que ocurren en un pueblo perdido del estilo de Recanati (en la provincia de Macerata, en la región de las Marcas; un precioso ejemplo de pueblo sacado de un cuadro renacentista) Entonces, volvió sus ojos hacia dentro como buscando una idea, idea que le vino y que me pareció más feliz que muchos sabios discursos de críticos y eruditos. La mente del aldeano la captó, y finalmente sus labios la expresaron. Dijo: Leopardi era uno de la sociedad que una vez cuando el papa estaba aquí, y en Nápoles había otro rey y los alemanes paraban en un lugar distinto, predijo el poder de ahora. Fue al Parlamento, habló y construyó Italia”. Pura lección de historia escolar, como cuando se explicaban bien las cosas, directas y por lo llano. Y añade: “Puesto que luego llegó lo que él había pensado, ahora le hacen las fiestas, ¿comprende? Pero era, entiéndame, un hombre de letras, un estudioso, nada de un g…” Pues bien, nada más que decir. El ejemplo extraído, si bien extenso, creo que resulta definitorio de su contenido, una promesa para poder leer y gozar, pues el libro en sí es ecuánime en lo narrativo, ligero en el estilo, didáctico. En fin, una propicia compañía para atender a esos difíciles interiores del hombre, del actual hombre tan frecuentemente atribulado
Ricardo Martínez