Adan Kovacsics: El vuelo de Europa
Eds. del Subsuelo, Barcelona, 2016.
Resulta casi inevitable que al escritor Kovaccis se le haya de recordar, paradójicamente, más por todos aquellos escritores que él no ha sido que por sí mismo. Pero acaso en ello debería advertirse una cierta injusticia literaria.Él ha traducido, a lo largo de su trayectoria profesional, a autores que han contribuido en buena medida a pergeñar –bien leídos, bien atendidos- nuestro gusto no sólo ético (por su calidad humana y literaria) sino estético. Baste nombrar a Kertés, a Peter Nádas, Foldenyi o Krasznahorkai, éstos solamente desde su lengua materna, el húngaro. Pero también nos ha revelado la obra de otros significativos autores desde su lengua académica, el alemán, como o Kraus, o Szweig, o el casi moralista Kafka, por ejemplo. Verdad es que, gracias a su dedicación al conocimiento, al desentrañamiento interno de una lengua, el español, podamos decir que, desde su lengua materna, el híngaro, o la estudiada, el alemán, hayamos tenido conocimiento de los mejores autores del este de Europa, aquellos que han introducido, como un valor inexcusable, el pensamiento en la narración. El origen de lo que se ha venido en definir la meta-literatura. Ya queda expreso que son muchos los autores a citar, no obstante, a título personal, no quiero dejar pasar el gozo intelectual que, particularmente, me ha propiciado el conocimiento de la obra de Szentkhuty, sobre todo ese auténtico emblema moral y ensayístico que es su último libro, ‘Leyendo a Agustín’ Pero lo que cabe resaltar ahora es hasta qué punto él mismo, por méritos propios o por asimilación inteligente, ha propiciado una obra propia digna de elogio. Y ha sido una sorpresa porque hay ocasiones en que el lector parece estar ante el vuelo de la escritura en estado natural. El vuelo de la imaginación. El vuelo del aprendizaje sustancioso, humanista, preciso y precioso: “Se embebía la mirada de las puestas de sol, absorbía la hierba roja, la vibración del aire, el cielo que se enfriaba como la ropa de un muerto, las farolas que se encendían como dudas, pero a la vez el alma negaba la vista y sus objetos, pues para el éxtasis todo deviene en interior” Soberbio: he ahí, simbólicamente, una expresión con profunda raíz observadora para el sosegado lector. Bienvenida sea, pues, este texto que nos entrega la editorial Subsuelo como prueba de su buen olfato literario. Y bien sea que un autor que ha sido tan generoso con la obra de otros como traductor (‘Me crié con dos lenguas, el castellano y el húngaro. En casa se hablaban las dos. A ellas se sumó luego el alemán’) y, a la vez, con los lectores a los que nos ha entregado su sobrio y elegido trabajo, reciba ahora el homenaje merecido. Su aprendizaje lector ha granado en buena tierra y sirve ahora –también por su condición de autor- como referencia didáctica para todo aquel solitario que sabe entender y escuchar. Que sabe y quiere leer, sencillamente
Ricardo Martínez