Valle-Inclán: Obras Completas
Vols.I-II-III Biblioteca Castro, Madrid, 2016
No el marqués de Bradomín, un tanto atrabiliario en emociones y acaso excesivo en su resguardada melancolía, sino el Tirano Banderas, más original, más hecho como personaje y valioso como nuevo referente literario, sería, para mí, el protagonista que cabría resaltar como ejemplo dentro de la arriesgada y valiente (e innovadora) propuesta literaria que este gallego -también él, un tanto atrabiliario- formuló como paradigma estético dentro de las corrientes de la narrativa española de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Característica autoral que no ha de excluir, sin duda, su inexcusable, si acaso (por razón de la dominante literaria del momento), y demostrada conciencia social: “El acaso –escribe en ‘La cara de Dios’, vol. I), solamente el acaso da o quita el triunfo. Así como la sociedad es una serie de monopolios, la vida es una serie de casualidades, una lotería que la mayor parte de los billetes no tienen nunca premio. Ahora considera si todo eso es justo.¿Es justo que el derecho a la vida no sea de todos? ¿Es justo que los bienes de la tierra, al igual del aire, no sean repartidos entre todos?” Un prurito de justicia social asoma siempre, indemne, por el trasfondo literario del siglo Por estas fechas estaba muy de manifiesto en España como propuesta estético-literaria un realismo muy veteado de sociedad con sentimiento de derrota (es el período en que se juntan la pérdida de Cuba y Filipinas) y un sentimiento político de desconfianza, a lo que habría de añadirse un desasosiego de las clases bajas por la ausencia de perspectivas de futuro y una desestructuración social que puso bien de manifiesto la obra de Ortega. De ahí que quepa ser resaltada la novedad de un lenguaje enriquecido en americanismos, casi desafiante (desde luego para la censura oficial) en sus postulados sociales, y una modernidad en los planteamientos vitales de los personajes que habría de suponer, a la larga, un principio de renovación en la escena teatral, en el arte dramático pero, por extensión, en toda la concepción de la literaria, ética y estética en adelante. Por ese momento es cierto que brillaba en España el llamado naturalismo de la Pardo Bazán, el realismo social e histórico de figuras como Baroja y Galdós, por no citar la poesía, tan hondamente humana, de Machado o el lúcido desafío intelectual de Unamuno, cuyo pensamiento había de ser seguido tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En lo que hace a lo específico de la obra literaria de nuestro autor, importantes son, desde luego, la trilogía de novelas bajo el título genérico de ‘La guerra carlista’, donde se lleva a cabo una recreación literaria del ambiente que se respira en el norte de España durante la rebelión de los partidarios del aspirante don Carlos; ello aparece como una insurrección casi religiosa en la mente de algunos personajes que mitifican un conflicto dinástico y político y lo elevan al ámbito de la sacralización ideológica, un rasgo propio en los en ocasiones exagerados –tal vez buscando un didactismo social de fondo-personajes que han dado forma de una manera imperecedera a su narrativa. Esto explica el tono de cruda grandeza que alcanza la narración de algunos episodios protagonizados por el cura Santa Cruz, remedo, tal vez, de algunos episodios de levantamiento o sublevación reivindicativa propios, consabidos, de la realidad política gallega donde el tono de cruel violencia es lo que constituye el fondo histórico del relato. Está aquí, probablemente, el precedente de los Esperpentos, construcciones dramáticas donde el tono de extresa violencia y el lenguaje duro y arriesgado constituyen una cierta visión de España –patente desde luego en algunos episodios históricos, una vez más, de su Galicia natal- que se hará más aguda y profunda en las obras posteriores donde recobra importancia como referencia ese trasfondo histórico. Prima, sin embargo, como queda señalado más arriba, el lenguaje nuevo –y la expresividad verbal de las situaciones, y la dinámica social que encierran- la obra Tirano Banderas, que renueva y refuerza, de una parte, la significación, notoria, de la obra de Valle, y de otra, de algún modo, la abre a nuevas experiencias y manifestaciones literarias que generarán ricas influencia en sus contemporáneos. Desde luego, su no muy larga pero sí muy provechosa y secreta estancia en tierras americanas dio lugar a un autor más audaz, de una audacia verbal que resalta en el panorama español del momento: “Nachito, tras la palabra que se desvanece en la verdosa penumbra, queda suspenso sin cerrar la boca. Oíase el doble de una remota campana. Las luces del altarete tenían un escalofrío aterrorizado. La manflota en camisa rosa –morena prieta- se santiguaba entre las cortinas. Y era siempre sobre su tema el Coronelito de la Gándara: mañana.¡Y si no cuando me entierren! Nachito estalló en un sollozo: siempre va con nosotros la muerte. Domiciano, recobra el juicio, la plata de nada la remedia. Por entre cortinas salía la daifa, abrochándose el corsé, los dos pechos fuera, tirantes las medias, altas las ligas rosadas: ¡Domiciano, ponte en salvo! Este pendejo no te lo dice, pero él sabe que estás en la lista de Tirano Banderas!” En este párrafo hay, sin duda, lenguaje, escenario y figuras de un dinamismo –interno y externo- muy sugerentes. Digamos que los vols. que se nos presentan ahora (pendiente la aparición posterior de otros dos donde se pretende recoger el teatro –un aporte clave en su obra y en la literatura de su época- y la poesía –su lenguaje, en muchos casos, tiene una inequívoca raíz de características emotivas y poéticas) recogen Narrativa y Ensayo, y es por eso que aquí aparecen obras tan relevantes, que lo habían de ser de nuestra literatura, como es el caso de ‘Corte de amor’, la citada trilogía de ‘La guerra carlista’, las ‘Sonatas’ o el nombrado ‘Tirano Banderas’, además de otras obras como ‘El ruedo ibérico’ (¿tal vez el que había de acuñar, más o menos implícitamente, esa expresión de ‘romance de lobos’ para referirse a una relación perfectamente humana?), debiendo citar también ‘La lámpara maravillosa’ y los ‘Ejercicios espirituales’ Una obra, la de Valle Inclán, en fin, que nos devuelve el mundo duro, historiado y maravilloso por tantas razones de un autor como este imprevisible gallego que, se diría, tiene todavía un largo recorrido de estudio, representación y lectura. Por cierto, a resaltar el detalle editorial de que las cintas de tela que hacen las veces de separadores de lectura tengan el color de los distintivos de Galicia, algo que añade un detalle más, sutil, al conjunto. Y resaltar esa labor ingente, detallada y oportuna de la presente edición como un todo esencial.
Ricardo Martínez