Cuando Juan Ramón Jiménez encontró a su Dios
Arturo del Villar
LA culminación de la Obra juanramoniana, ese ente autónomo al que otorgó el poeta la inicial mayúscula de los nombres propios en castellano, se produjo cuando llegó a presidirla su dios deseado y deseante. Así lo expuso en el segundo poema del libro titulado Animal de fondo, impreso en Buenos Aires en 1949 con la versión francesa de Lysandro Z. D. Galtier, como anticipo del libro mayor en el que estuvo trabajando mientras pudo hacerlo, Dios deseado y deseante, sin conseguir publicarlo ni quizá terminarlo. Titulado “El nombre conseguido de los nombres”, es el nombre de Dios, sagrado en las religiones, que los judíos no se atreven a escribir ni a pronunciar, y dirigiéndose a él cuenta cómo lo encontró en la etapa final de su escritura, que inexorablemente coincidió con la de su vida anímica:
SI yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Es, por lo tanto, un dios personal, sin relación con ninguno de los adorados en las múltiples religiones existentes. Por eso lo escribía con la inicial minúscula de los nombres comunes en castellano. Es el dios de la Obra nada más, ideado por el poeta como remate de su tarea creadora literaria, con el propósito de colocarlo en la que denominaba su circumbre. Debido a ello resulta deseado por el autor para poner un fin digno a su escritura, y al mismo tiempo deseante por parte de la Obra, ya que formaba parte de ella.
Por tres mares
Y en el cuarto poema explica que el hallazgo de ese dios singular se produjo en 1948 “en mi tercero mar”, cuando se dirigía a Buenos Aires, en donde había sido invitado para dictar unas conferencias. Han discutido los estudiosos cuál era ese mar tercero, que con mayor exactitud debiera ser llamado océano. Parece probable que el primero fuese el que en 1916 le llevó a los Estados Unidos para casarse con Zenobia, que tuvo como consecuencia el Diario de un poeta recién casado, impreso al año siguiente; el segundo el que condujo a los dos en 1936 a los mismos Estados Unidos, para cumplir una misión diplomática encargada por el presidente de la República Española, que dio origen a En el otro costado, inédito a su muerte, y el tercero el que le trasladaba a la Argentina como poeta universal, cuando se produjo el sensacional descubrimiento del Dios deseado y deseante.
Sin embargo, es muy probable que el primer encuentro entre el poeta y Dios, un ente espiritual propio, que debe llevar en consecuencia la inicial mayúscula, ha de adelantarse algunos años y algunos libros. Seguramente se produjo en su mar primero, y no en el tercero. Así lo da a entender un misterioso poema compuesto al regresar a España en 1916, terminando ellargo viaje de bodas con Zenobia, iniciado en tierras estadounidenses y continuado por el océano Atlántico. Vamos a comprobarlo ahora.
No lo incluyó Juan Ramón en el grueso volumen, sobre todo para un libro de poesía, que le editó Calleja en abril de 1917 con el Diario incompleto. Me satisface el honor de haberlo publicado, junto con los otros textos desechados, en el número doble 541-542 de la revista madrileña Cuadernos Hispanoamericanos, correspondiente a los meses de julio y agosto de 1995, con el título elemental de 54 nuevos poemas del Diario de un poeta reciencasado: aquí era obligado utilizar el título definitivo que el autor quiso dar al poemario, uniendo el adjetivo y el sustantivo en una sola palabra. Se hicieron separatas, así como de mi introducción.
El encuentro
El poema número 46 de esta edición se titula “Mar ideal”, y seguramente incorpora en la Obra al Dios que acabaría presidiéndola. Carece de fecha, aunque al situarlo uno de sus versos finales “Hoy, en la costa” permite datarlo el día 19 de junio de 1916, cuando el vapor Montevideo, de la Compañía Trasatlántica Española, se acercó a la costa gaditana. El mismo día quedan recogidos en la edición del Diario nada menos que siete poemas. Comprobamos que el retorno a su Andalucía siempre deseada y deseante le produjo un arrebato lírico imparable. Volvía casado con Zenobia, la amada ideal, para comenzar una nueva vida con una nueva escritura aprendida durante las largas singladuras sin otra distracción que contemplar las olas y las nubes. Repasemos atentamente los dieciocho versos de “Mar ideal”:
ME fui a la borda
oscura y fría de aquella luz con risas y palabras
a llorar solo, con la luna
en la frente, y las estrellas
en mis lágrimas.
Yo no sé qué tiempo
pasó, ni qué hora era ya.
De pronto
volví los ojos, y tú estabas
serio, callado, quieto, allí conmigo.
Se entró en mi corazón el mar, y mi oleada
alta, sola e inmensa
te dio las gracias torpemente con mi vida náufraga
en su sombra de luces infinitas.
No te vi ya.
Hoy, en la costa
con sol, te grito: ¡Gracias! con la fuerza
de la aurora en el pecho.
Juan Ramón le habla al misterioso pasajero sin obtener ni esperar ninguna respuesta. Es la misma actitud adoptada en Animal de fondo, en donde los poemas componen un diálogo imposible del poeta hablador con el dios silente, que no puede contestar porque se halla integrado en los versos inspirados por él. Pero así son las oraciones dirigidas en todas las creencias a los dioses lejanos y mudos, en las que unas veces se les solicita su intervención para resolver un problema en favor del adepto, y otras se les agradece su ayuda por haberse solucionado favorablemente el caso.
Acción de gracias
Nada indica el poema acerca de una petición del poeta, pero le da las gracias al innominado pasajero.¿Qué es lo que agradece y a quién se lo dice? Es un ser del género masculino, que estuvo a su lado “serio, callado, quieto”, ignoramos en qué eventualidad. Se evoca un momento pasado, sin explicar cuándo ni cómo fueron sus circunstancias, del que únicamente sabemos que sucedió durante la travesía. Sólo el poeta y el misterioso personaje conocen lo sucedido, y no se lo explican a los lectores.
Conforme a lo versificado, Juan Ramón se apartó una noche del resto de los pasajeros, lo que debió de ocurrir con frecuencia, dado su carácter retraído, y se puso a llorar en la borda del barco. Tampoco nos informa acerca de las causas de ese lloro. Si el acontecimiento ocurrió durante el viaje de retorno a España, Zenobia y su madre acompañaban al poeta, pero no se las menciona en los versos. El lector puede preguntarse si ellas motivarían las lágrimas del poeta, por alguna desavenencia conyugal. No es lícito hacer suposiciones, al desconocer los datos relacionados con el caso.
La primera estrofa del poema se limita a narrar el suceso para los lectores, sin dirigirse a nadie en concreto, con una descripción del lugar y del ambiente, en una noche iluminada por la Luna y las estrellas. La segunda añade una referencia temporal a esa escena espacial, aunque tampoco determinada con exactitud, puesto que no se dio cuenta del paso del tiempo, igualmente como un aporte representativo de la situación. Varias leyendas medievales refieren que algunos monjes permanecieron trescientos años inmóviles en el jardín del convento, escuchando los trinos de un pájaro, como san Virila, abad de Leyre, o san Ero de Armenteira. No llegó a tanto Juan Ramón, pero perdió la noción del tiempo transcurrido mientras lloraba por algún motivo que no quiso revelarnos.
En la tercera estrofa le habla directamente al pasajero extraño. Le cuenta a él, y de paso a los lectores, que lo vio de repente a su lado, “serio, callado, quieto”, como una aparición sorprendente, y ante su vista se produjo en ese instante un cambio sustancial en la situación anímica del poeta. Llega a reconocer que entró el mar en su corazón, y con esa “oleada / alta, sola e inmensa” le dio las gracias al acompañante enigmático.
La vida náufraga
“Mar ideal” nos incita a ir descubriendo los misterios encerrados en sus versos. El adjetivo del título ya señala una característica favorable: lo entendemos en la acepción de “perfecto” facilitada por el Diccionario de la lengua española elaborado por la Real Academia. El mar resultó favorable para los propósitos juanramonianos, aunque por tratarse de un elemento natural sin capacidad volitiva, colegimos que mereció el calificativo de ideal por ser el escenario en que se produjo el suceso. La noche y la soledad son los otros dos fundamentos necesarios para su realización.
Nos hallamos ahora en condiciones de entender una primera deducción explicativa de los hechos: los motivos del lloro estaban originados por una incertidumbre anímica sentida por el poeta. Le faltaba la seguridad en sí mismo, agrandada por el desasosiego interior. Al descubrir junto a él a ese extraño ser, se sintió consolado y recobró la placidez espiritual. Por eso le dio las gracias “con mi vida náufraga / en su sombra de luces infinitas”, escribe en bella imagen poética.
Califica de náufraga a su vida porque hasta entonces había carecido de rumbo o sentido, y por ello andaba entre sombras sin ver las luces infinitas del Universo. Al encontrar a su lado al inescrutable viajero, entendió repentinamente las razones de su existencia, fue como si se entrara el mar en su corazón, para llenarlo de explicaciones en una oleada inmensa. Declara que se lo agradeció torpemente, sorprendido ante lo inesperado del encuentro y la revelación advertida. Lo hizo sin palabras, mediante el ofrecimiento de su vida náufraga hasta ese instante maravilloso.
Con la aurora en el pecho
La escena mágica termina, y escribe Juan Ramón un corto verso aislado para señalar su importancia: “No te vi ya”, de modo que el personaje sorprendente desapareció sin decir nada, de una manera tan insólita como se produjo su materialización. Muy significativo es que el dato referencial asegura que dejó de verlo, con lo cual incluso cabe suponer que carecía de existencia corporal, lo que le permitía materializarse y desaparecer a voluntad en cualquier sitio. No lo había visto hasta entonces en el barco.
La última estrofa alude al presente, en ese 19 de junio de 1916 tan próximo al solsticio del verano, cuando el vapor está a punto de concluir su travesía oceánica en Cádiz. Se ha modificado el ambiente: lo sucedido antes ocurrió en la noche, mientras que ahora nos hallamos a plena luz del dia. Ya no tiene el poeta “la luna / en la frente”, como aquella noche del encuentro, sino “la aurora en el pecho”. Ese amanecer significa un renacimiento espiritual, que disipa la oscuridad de las dudas y le libera del lloro. Sigue sin aclararnos las motivaciones de sus lágrimas, pero ya no importa conocerlas, puesto que han terminado. Salió de las tinieblas nocturnas para adentrarse en las luces de la aurora. La simbología es clara también.
Ese renacer en la mañana con “la noche sosegada / en par de los levantes de la aurora”, como diría Juan de la Cruz con su visión mística siempre segura, le proporciona a Juan Ramón una gran fuerza para gritar “¡Gracias!” al ser innominado que lo acompañó silenciosamente en la noche oscura de su alma en alta mar. Es lógico suponer que el agradecimiento esté inspirado por esa callada compañía en un momento de angustia. Al finalizar el breve encuentro nocturno le había dado “las gracias torpemente”, pero ahora, iluminado por el Sol del amanecer, se las grita vigorosamente “con la fuerza / de la aurora en el pecho”.
Ahora bien: si el pasajero asombroso ya no estaba próximo al poeta en el barco, debemos preguntarnos por qué le dio las gracias, si no podía escuchar sus palabras.¿O acaso creía que sí las entendía, a pesar de no hallarse presente? Si poseía el don de materializarse y desaparecer a su voluntad, no era un hombre de carne y hueso, sino una aparición fantasmal o espiritual. Por eso escucharía el agradecimiento expresado por el poeta, en la otra dimensión en donde se encontrase.
El conde Arnaldos
Hagamos un inciso para tratar de comprender el poema de Juan Ramón, con la complicidad de otro poema muy alejado en el tiempo, aunque dotado de elementos misteriosos también, que han dado lugar a variadas glosas interpretativas. Se trata del Romance del conde Arnaldos, traducido a numerosos idiomas en los que mantiene su encanto oculto,muy encarecido por Juan Ramón en varias citas que sería ocioso recordar ahora.
La acción del romance se sitúa en “la mañana de san Juan”, el 24 de junio, día mágico por excelencia en los calendarios desde los más primitivos, por corresponder al solsticio del verano, el día más largo del año, fiesta de la luz. El cristianismo quiso eliminar la tradición pagana, dedicando la fecha a conmemorar el milagroso nacimiento de Juan el Bautista, llamado el precursor de Jesucristo. El 24 de junio celebraba Juan Ramón su onomástica, felicitado siempre por familiares y amigos.
El conde madrugó ese día para ir de caza, “con vn falcon en la mano”, pero sorprendentemente lo hizo a la orilla del mar, un lugar apropiado para la pesca, no para la caza, lo que implica algún ritual no revelado por el anónimo autor del romance. Sigue relatando que “vio venir una galera”, y el “marinero que la manda / diziendo viene vn cantar / que la mar fazia en calma / los vientos haze amaynar”, y además consigue atraer la atención de los peces y las aves, de modo que es un cantar mágico.
Extasiado también el conde, ruega “por dios” al marinero que le diga ese cantar, a lo que él se niega, algo insólito en una época en la que los llamados nobles eran dueños de vidas y haciendas del pueblo. El marinero justifica su osadía porque se trata de un canto iniciático: “yo no digo esta cancion / sino a quien conmigo va”, dos versos finales que dejan el romance cargado de connotaciones misteriosas. Sin embargo, pese a la imposibilidad de conocer la canción, el conde fue venturoso por haber encontrado al marinero, según advierten los primeros versos conocidos del romance, seguramente incompleto en la versión de los cancioneros:
Qvien vuiesse tal ventura
sobre las aguas del mar
como vuo el conde Arnaldos
la mañana de san juan […]
La única explicación aceptable es que la simple visión del marinero le produjo una gran ventura. Esto significa que era un personaje sagrado, como lo demuestra la capacidad maravillosa de su cantar “que la mar fazia en calma / los vientos haze amaynar”. Los tres evangelios sinópticos relatan un episodio milagroso realizado por Jesucristo, al calmar una tempestad en el mar por orden suya, lo que obligó a los testigos a preguntarse: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo, 8:27).¿Qué hombre es el marinero de la galera, que manda sobre el mar y los vientos? ¿Por qué su visión aporta ventura al conde Arnaldos?
El marinero enigmático
A Juan Ramón le inquietaba la personalidad del marinero cantor, que es el protagonista del romance, aunque lleve como título el nombre del conde. En varias ocasiones se refirió al asunto, planteando la cuestión sin dar una respuesta, ya que el autor del romance no facilitó ninguna pista para conocer su identidad. Imaginamos su pertenencia a una fraternidad secreta, según era habitual en los gremios medievales, que conocía una canción taumatúrgica reservada para los iniciados entre sus rituales secretos. Por ese motivo la cantaba en el mar, para calmar el oleaje y amainar los vientos, pero no se la podía revelar a ninguna persona ajena a la fraternidad, por muy alta que estuviera en la escala social de la época.
En un aforismo de fecha incierta, posiblemente anterior a 1920, recogido por Antonio Sánchez Romeralo con el número 301 en su edición de Ideolojía (Barcelona, Anthropos, 1990, página 80), se preguntó Juan Ramón la identidad del marinero cantarín: “¿Quién es el marinero del barco? ¿Es Dios, es el Arte, es el Amor o la Muerte?”, con esa exuberancia de iniciales mayúsculas habitual en la escritura modernista, y sin respuesta.
Años después, en una conferencia sobre “Poesía y literatura”, dictada el 15 de enero de 1940 en la Universidad de Miami y editada al año siguiente por el mismo centro docente, despues de leer el Romance del conde Arnaldos preguntó al auditorio: “El marinero que va en la galera, ¿quién es, el amor, la gloria, la muerte? ¿Es un verdadero o un engañador?” Tampoco respondióél a la cuestión, y no sabemos si lo hicieron los oyentes.
Si unimos las posibles identidades propuestas entre los dos textos, algunas coincidentes, tenemos estas personificaciones: Dios, el arte, el amor, la gloria o la muerte, devolviendo las iniciales minúsculas a los nombres comunes. De las cinco, solamente Dios tiene capacidad para comunicarse con sus adeptos en las variadas religiones existentes, aunque a menudo lo hace mediante unos mensajeros: la palabra castellana ángel es una simple adaptación de la griega ángelos, equivalente a mensajero, que la vagancia de los traductores bíblicos prefirió incorporar a nuestro idioma.
El mar para Juan Ramón
Puesto que Juan Ramón carecía de respuesta convincente para su pregunta, dejemos la cuestión planteada, para insistir en el papel preponderante del mar en el romance, y también en la Obra. La relevancia primordial del mar en la lírica juanramoniana se debe a sus implicaciones estéticas, no al tema en sí mismo. Así lo afirmó el propio poeta en enero de 1953, en respuesta a un periodista recopilada por Francisco Garfias en su edición de La corriente infinita (Madrid, Aguilar, 1961, página 250): “Mis épocas mejores (Diario de un poeta y Animal de fondo) salieron del mar.”
De acuerdo con la cita, a finales de su vida creadora, culminada en 1954, Juan Ramón prefería entre todos sus libros el compuesto esencialmente en el océano, durante el viaje de ida y vuelta a los Estados Unidos en 1916 con motivo de su boda con Zenobia, editado al año siguiente, y el que significó su encuentro definitivo con su dios poético durante el viaje a la Argentina en 1948, publicado fragmentariamente al año siguiente, sin estar concluido siquiera, ya que Animal de fondo era un simple anticipo del libro total titulado Dios deseado y deseante, dejado inédito a su muerte.
Lo publicó Antonio Sánchez Barbudo en 1964 (Madrid, Aguilar), con unos comentarios sobrantes, ya que continuamente declaró no entender el significado de los versos. Se diría que los poemas juanramonianos son tan esotéricos como la canción que el marinero se negó a revelar al conde Arnaldos, por lo menos para el profesor Sánchez Barbudo.
Juan Ramón llegó a explicar que el ritmo innovador de los versos en el Diario se lo enseñaron las olas, y por ello lo calificaba como “ritmo de ola”. Es cierto que ese libro significó una renovación de su escritura, por lo que puede aceptarse que se encontró con la poesía desnuda, pasión de su vida, en una travesía oceánica. De la misma forma, descubrió al dios culminación de su Obra durante otra travesía, y así pudo sentir que había conseguido su plenitud creadora, al localizar “El nombre conseguido de los nombres”, que le permitía concluirla con un final grandioso: divino.
Más expresiones de agradecimiento
Volvemos a intentar descubrir la identidad del pasajero enigmático, al que Juan Ramón dio las gracias por algún favor que le prestó, según hemos deducido al leer “Mar ideal”. Vamos a cotejar esa acción con otras señaladas en Dios deseado y deseante, ya que varios poemas de este libro le sirvieron a Juan Ramón para dar las gracias a ese dios encontrado en el océano, que él llamaba mar. En 1948 nombró explícitamente al dios como destinatario de su agradecimiento, lo que nos permite deducir que en 1916 anticipó ese acto en parecidas circunstancias, en ambos casos sobre un navío. Sigo la numeración impuesta en la edición citada de Aguilar.
El poema 51 empieza con esta declaración de agradecimiento: “Gracias, mi dios de todas las ventanas, / mi conciencia en belleza”, ya que en esos años finales de su vida intelectiva estaba seguro de haber trabajado con éxito en la definición de la belleza, según veía desde todas las ventanas del mundo, para equipararla a su conciencia.
De igual manera, el poema siguiente comienza también demostrando su agradecimiento al dios colocado en la circumbre, como él decía, de la Obra: “Gracias, dios deseante, aurora grana, / dios, sol entre los árboles cobrizos de este hoy”, porque ilumina su vida con luz resplandeciente. Recuérdese que en “Mar ideal” atisbó al ser extraño en la oscuridad de la noche, y entonces le “dio las gracias torpemente”, hasta que al llegar el barco a la costa gaditana en un día soleado, sintiendo “la aurora en el pecho”, le gritó con fuerza su agradecimiento. La misma situación ambiental en dos tiempos distantes. En 1948 el dios era la “aurora grana” que le iluminaba, muy posiblemente desde dentro del pecho.
El final del poema 57 es todavía más explícito: “Gracias, yo te las doy siempre.¿A quién las doy? / A la belleza inmensa, se las doy, / que yo soy bien capaz de conseguir; / que tú has tocado, que eres tú”, dos explicaciones complementarias: le expresa el agradecimiento “A la belleza inmensa” que él mismo conseguía encerrar en su escritura, porque la belleza era el dios. Lo anuncia el prime verso del poemario: “Dios del venir, te siento entre mis manos”, en el momento de la escritura, manifestándose sobre la blancura del papel, realizado en el lápiz que fue siempre el instrumento utilizado por el poeta, ya que nunca se molestó en aprender a escribir a máquina, tarea en que le auxiliaba Zenobia.
Gracias al Dios posible
Contamos con otro escrito muy esclarecedor, unas “Notas” dispuestas para incorporarlas a la prevista edición de Dios deseado y deseante, lo mismo que Animal de fondo lleva otras a su final. Mediante ellas pretendía Juan Ramón ayudar a los lectores para interpretar correctamente sus poemas, consciente de las dificultades que acompañan la lectura. En ellas lamenta la mala educación religiosa recibida en el colegio de los jesuitas en el Puerto de Santa María, en el que estudió en su niñez, y explica el motivo de su agradecimiento a Dios. Las reprodujo el jesuita Carlos del Saz-Orozco en su ensayo Desarrollo del concepto de Dios en el pensamiento religioso de Juan Ramón Jiménez, editado en Madrid por Razón y Fe en 1966. Leemos en la página 194 esta confesión del poeta:
UNA de las luchas diarias de mi vida, desde mi adolescencia, y sobre todo después de salir del colejio de los jesuitas, ha sido y sigue siendo pensar en Dios sin todo ese aparato que le han puesto los hombres durante tantos siglos sobre su inefabilidad. Yo querría que al decir yo “Gracias, Dios” (y yo suelo dar gracias al Dios posible más que pedirle sino cosas grandes y no de utilidad práctica) no me representara un ídolo, un ente idolátrico, […]
De acuerdo con esta confidencia, entendemos que el poeta prefería dar gracias al que llama Dios posible, no el falsificado por las interpretaciones interesadas de sus autoproclamados ministros, en lugar de pedirle la realización de milagritos cotidianos. Explica su afán por olvidar la imaginería acumulada en los templos y en los libros catolicorromanos, para conseguir pensar en el Dios revelado, ese ser que se definió como el eternamente existente al manifestarse a Moisés en el Sinaí, y que al entregarle el decálogo prohibió a sus adeptos en el segundo mandamiento la realización de imágenes (Éxodo, 20:4 y Deuteronomio, 5:8).
Mediante un monólogo con apariencia de diálogo, el creyente se dirige a su Dios en oración, sin esperar una respuesta hablada, presumiendo ser escuchado, y confiando en que serán atendidas sus peticiones. Relata Mateo en su Evangelio (6:6) que Jesucristo aconsejó practicar la oración a solas, con la puerta del aposento cerrada, dirigiéndose al Padre que está en los cielos para pedirle solamente pan, perdón y fortaleza. También se incumple este precepto en la Iglesia catolicorromana.
Una corrección significativa
Con todo este aparato explicativo podemos volver a “Mar ideal”, para continuar las pesquisas interpretativas acerca de la identidad del pasajero enigmático al que dio las gracias Juan Ramón. Examinamos ahora el manuscrito original del poema, y descubrimos cinco tachaduras, eliminadas lógicamente al transcribirlo. De ellas cuatro obedecen a sustituciones de palabras, y una, la más significativa, a la eliminación de un verso heptasílabo. Es el verso precisamente que explica el contenido del poema.
Después de la estrofa en que declara no haber sentido el paso del tiempo en su abstracción, cuenta que descubrió al ser misterioso “serio, callado, quieto, allí conmigo”. El verso siguiente, tachado y no sustituido por otro, decía: “¡Amigo, muchas gracias!”, y se presta a varias interpretaciones, como todo el poema según estamos comprobando. Parece que Juan Ramón prefirió eliminar esas deducciones posibles, quitando las pistas con objeto de oscurecer el sentido del poema, haciéndolo tan misterioso como el Romance del conde Arnaldos.
En numerosos escritos místicos se denomina Amigo a Dios, por serlo de los seres humanos. Hacia 1275 Ramon Llull compuso el Llibre d’Amic e d’Amat, a partir de la declaración manifestada por Jesucristo a sus discípulos, conforme la expone Juan en su Evangelio: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre os las he dado a conocer” (15:15). De modo que el cristiano es el amigo de Jesucristo, del mismo modo que Abraham es llamado el amigo de Dios en el Antiguo testamento bíblico, por ejemplo en el segundo libro de las Crónicas, 20:7.
Un Dios amistoso
Ahora es el momento de preguntarnos quién es el amigo de Juan Ramón, y qué es lo que le agradece. A juzgar por cuanto llevamos visto, parece que ha de ser Dios, encontrado en el mar, no en el tercero, sino en el primero, en el viaje de bodas. Aquí no es posible hacer más precisiones acerca de su esencia, como las que haría años después en Dios deseado y deseante.
Respecto a los motivos para el agradecimiento, deducimos que fueron debidos al hecho de haberse materializado junto a él cuando estaba afligido y lloroso, proporcionándole el sosiego necesario para recuperar la perdida paz interior. Relata la experiencia sin explicarnos lo que sucedía en su alma para provocarle esa situación anímica tan triste, pero sí que la aparición misteriosa y silenciosa fue suficiente para disipar su angustia. Lo hizo, como diría su admirado Juan de la Cruz en el Cántico espiritual, “con sola su figura”, sin pronunciar una sola palabra de aliento. Y se ilumina la noche oscura en el mar ideal. Su actuación no podía ser más amistosa.
Por lo tanto, parece lícito interpretar el poema como una oración o acción de gracias a Dios, por haber querido auxiliar al poeta ayudándole a superar un momento de soledad y aflicción. Se dirige a él en un monólogo sin respuesta con apariencia de diálogo, como lo es toda oración. El encuentro tuvo lugar en la inmensidad del océano iluminado por los astros de la noche, solos el poeta y Dios, al que restituimos la inicial mayúscula de los nombres propios en castellano, porque aquí es un ser espiritual, pero tangible, distinto del dios creado por Juan Ramón para que ocupase la circumbre de esa Obra en la que estuvo trabajando durante toda su vida intelectiva.
Más que una poesía, “Mar ideal es una oración elevada al Dios del cristianismo, la creencia en la que fue educado Juan Ramón en el hogar y en el colegio jesuítico. Por eso el poema lleva ese título indicativo: el mar resultó el sitio ideal para sentir la presencia de Dios, “serio, callado, quieto”, materializado para incitarle a superar la soledad y el dolor. Su presencia sensible le ayudó a sobreponerse en la tremenda singladura espiritual por la que pasaba, hasta llegar al alba de oro íntima.
El mundo poético creado
En resumen, parece indudable que el encuentro de Juan Ramón con Dios se produjo en 1916, durante su viaje a los Estados Unidos, o quizá con más exactitud al regreso ya casado con Zenobia, si la escritura de “Mar ideal” fue próxima al acontecimiento poetizado. Su aparición en la poesía juanramoniana, podemos interpretar que tuvo una repercusión tan destacada como para variar su expresión. El mismo poeta aseguró que con el Diario de un poeta recién casado inauguró una nueva etapa en su Obra.
Suponemos que la presencia del misterioso pasajero a su lado le facilitó un entendimiento de las cosas ignorado hasta entonces. Lloraba por encontrarse desvalido, cuando la aparición silenciosa le insufló el conocimiento. Desde entonces se dedicó a la depuración de la Obra, tanto la recién creada como la ya impresa, para hacer su verso “sencillo y espontáneo”, conforme escribió en las notas a la Segunda Antolojía poética (1922).Necesitaba fijarla con exactitud para que permaneciese en la memoria de los seres humanos después de su muerte, que es la manera asequible de perpetuarse en la Tierra. Hasta ahora lo ha conseguido.
Mediante su trabajo creador fue modelando un mundo propio, al que llamó la Obra, a semejanza del Universo creado por Dios; una semejanza fatalmente limitada a causa de su condición humana. Pero lo mismo que Dios creó el Universo mediante la palabra, según expone el libro bíblico del Génesis, Juan Ramón creó su universo literario por medio de su palabra poética muy depurada. Día a día y libro a libro, acumulando esperanza.
Ese universo lírico se depuró a medida que su inteligencia le facilitaba “el nombre exacto de las cosas”, como explica un famoso poema de Eternidades (1918). Cuando estuvo concluido, en los últimos años de su trabajo creador, halló a su dios deseado y deseante para situarlo en su circumbre, y por una vez en Animal de fondo le dio la inicial mayúscula en el segundo poema, el que relata ese proceso: “El Dios. El nombre conseguido de loa nombres”, ese nombre sagrado en las religiones que los judíos no se atreven a escribir ni a pronunciar siquiera.
Por este motivo hasta 1948 no ocupó Dios el lugar preponderante que tenía reservado en la poesía juanramoniana. Fue el tiempo necesario para consumar su génesis poética, según lo detalla en este segundo poema:
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Un mundo requiere que todo cuanto se halla en él reciba su nombre adecuado. Fue lo primero que hizo Adán en el paraíso, todavía sin compañera, imponer nombre a todos los animales, según cuenta el libro bíblico del Génesis, 2:19. Es lo mismo que hizo Juan Ramón en su mundo, creado mediante la palabra exacta proporcionada por su inteligencia.
El mar en el corazón
Entre junio de 1916, cuando compuso “Mar ideal”, y junio de 1948 transcurrieron 32 años de labor creadora sucedida en verso y prosa. Al inicio del año 33, que es la edad tradicionalmente aceptada para fijar la muerte de Jesucristo, una vez consumada su tarea en la Tierra, a las nueve de la mañana de 8 de julio de 1948 Zenobia y Juan Ramón subieron al Chevrolet de su propiedad en Riverdale, para dirigirse a Nueva York, en donde embarcaron rumbo a Buenos Aires.
Fue en ese preciso momento cuando Juan Ramón sintió la esencia y la presencia de Dios, y empezó a componer en su memoria lo que sería Animal de fondo.Así lo contó en Buenos Aires, antes de leer unos poemas del libro en construcción, y se lo repitió en una carta dirigida a Ángela Figuera en 1949. De modo que el libro se originó en tierra, lo mismo que el Diario, pero se ejecutó en el mar, en aquel instante más ideal que nunca, puesto que le facilitó el encuentro definitivo con su dios deseado y deseante.
Refirió en aquel “Mar ideal” de 1916 al innominado personaje silencioso y misterioso, que al descubrirlo a su lado “Se entró en mi corazón el mar y mi oleada / … / te dio las gracias torpemente”. Estos versos tuvieron su correlato en 1948, en el poema 19 de Animal de fondo, titulado“Para que yo te oiga”, en donde le asegura al mar: “y tú me entras en tu gran rumor, / la infinita rapsodia de tu amor / que yo sé que es de amor, pues que es tan bella”, dos maneras de sentir la entrada del mar en su interior.
Así consiguió Juan Ramón cantar un cántico nuevo, como el postulado por el salmista bíblico, que solamente dijo a la inmensa minoría que sigue yendo con él, lo mismo que aquel enigmático capitán de una galera misteriosa reservaba su cantar para quien iba con él. Sus lectores tenemos la suerte de acompañar a los dos sobre el tiempo.