Un viaje por mar con Unamuno
Arturo del Villar
EL estreno de la película La isla del viento, dirigida por Manuel Menchón, pone de actualidad el nombre de Miguel de Unamuno, algo olvidado en estos tiempos en los que han quedado relegadas las grandes inquietudes trascendentales que atormentaron su vida. El título alude a su destierro en Fuerteventura, una de las sanciones que le fueron impuestas por real orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, fechadas el 20 de febrero de 1924: acusado de injurias al rey Alfonso XIII, fue desterrado a la isla de Fuerteventura, depuesto de sus cargos de vicerrector de la Universidad de Salamanca y decano de su Facultad de Filosofía y Letras, y suspendido de empleo y sueldo como catedrático. Ni le sorprendió ni le preocupó la noticia: el destierro no iba a modificar su manera de pensar y de escribir sus pensamientos, sino que le animaba a reforzar su lucha personal contra el rey, en la que acabaría resultando vencedor. Fue contradictorio en su vida y su escritura, como él mismo reconocía, e incluso presumía de su apego a las paradojas. Sin duda fue paradójico que el proclamado ciudadano de honor de la República se convirtiera en propagandista internacional de los militares sublevados contra la República, o que el autor de los peores insultos al dictador general Primo, “el ganso real”, según su definición, se paseara por las calles de Salamanca del brazo de su hijo, el fundador del fascismo español, y acudiera a su mitin. Vamos ahora a comentar las preocupaciones vitales unamunianas, insertadas en su escritura, al acompañarle en un viaje por mar. La travesía le facilitó la posibilidad de meditar sobre esas cuestiones causantes del sentimiento trágico de su vida. Las observaciones se tradujeron en verso, un vehículo ideal para expresar la contemplación del paisaje marítimo. NARRATIVA SIN PAISAJES Podría considerarse contradictorio también que el gran contemplador de paisajes naturales se olvidara de ellos en su obra narrativa. Aficionado a dar largos paseos a pie por el campo, y a descubrir parajes singulares, sus libros de viajes constituyen una guía paisajística, en títulos como Paisajes (1902), Por tierra de Portugal y de España (1911) o Andanzas y visiones españolas (1922). Sabía mirar, y acertaba al describir su percepción. En cambio, evitó las descripciones espaciales en sus novelas y relatos, con las únicas excepciones de unas mínimas referencias en la primera y la última. En el prólogo a las Andanzas y visiones españolas razonó sus motivos para eliminar las observaciones paisajísticas en los relatos novelescos: Y ello obedece al propósito de dar a mis novelas la mayor intensidad y el mayor carácter dramáticos posibles, […] Fácil me hubiera sido distribuir entre mis novelas las descripciones de tierras y de villas, de montañas, valles y poblados, que aquí recojo, pero no lo he hecho por darles ligereza El que lee una novela, como el que presencia la representación de un drama, está pendiente del progreso del argumento, del juego de las acciones y pasiones de los personajes y se halla muy propenso a saltar las descripciones de paisajes […] Y en cambio el que gusta del paisaje literario va a buscarlo en sí y por sí. Las citas de Unamuno se hacen por la edición de sus mal llamadas Obras completas publicadas en Madrid por Escelicer; la copiada se encuentra en el primer volumen, Paisajes y ensayos, 1966, página 345. Sabemos que Unamuno escribía para inquietar al lector, y que pretendía inculcarle sus propias dudas. Pero el paisaje suele ser firme y seguro, de modo que no le permitía meter en él sus inquietudes, y en consecuencia no le servía como argumento narrativo. Solamente en su novela más preocupada y preocupante, San Manuel Bueno, mártir, la montaña y el lago ofrecen una perspectiva simbólica, que aprovecha el autor para hacer removerse entre ellos el alma del sacerdote incrédulo. LA NATURALEZA HUMANA Los libros viajeros de Unamuno procuraban también desasosegar al lector, según su costumbre; pero lo proyectaban precisamente desde la contemplación literaria del espectáculo natural y su interiorización en el ánimo del escritor. Lo que a él le importaba únicamente era trascender su existencia, e intentar averiguar si continuaría siendo de otra manera en otra dimensión después de su muerte física. Una pretensión imposible a la que entregó buena parte de su vida, con temor y temblor, pero también vigor. Ante cualquier paisaje se planteaba por qué los seres humanos estamos incapacitados para alcanzar una supervivencia como la de de la naturaleza, que se modifica sin cesar en sus transformaciones, pero sigue siendo ella misma desde siempre. La visión del mar le hacía pensar en la idea de la eternidad, porque se halla en cambio permanente y sin embargo es el mismo ser continuado en sí mismo. Por el contrario, el ser humano, destinado por su inteligencia a dominar el planeta, sabe que su fin es perder el cuerpo dentro de la naturaleza.¿Y después? Eso es lo que se preguntaba incesantemente, y nos lo planteaba a los lectores, por si entre todos conseguimos descubrir una respuesta convincente. En sus poemas también proponía cuestiones intranquilizadoras para él y para los lectores. Y aquí sí utilizó a menudo referencias a paisajes como telón de fondo de sus ideas, a diferencia de su actuación en los relatos novelescos. Se debe a que un poema contiene una idea predominante, inspirada por cualquier asunto, y soslaya la retórica, que era exactamente el peligro evitado del autor en su prosa narrativa. No siempre el resultado era feliz, ya que suele admitirse que el verso requiere un lenguaje diferenciado del prosaico, algo inadmisible para Unamuno. Le importaba la eficacia del texto, mejor que su belleza expositiva, por lo que rechazó en principio los recursos retóricos. Sin embargo, al ser la narrativa una expresión literaria, solía utilizarlos cuando le convenía y como le conviniera, ya que también en este aspecto acostumbraba a contradecirse. Cuando quería describir un paisaje en un poema, lo hacía con la rotundidad de su prosa, y en algunos casos hay que calificar el resultado de prosaico, debido precisamente a sus consideraciones acerca de la creación literaria para ser eficaz. No obstante, el paisaje es natural, como el del pintor realista que lo copia, y en medio de él aparece siempre el poeta con sus preocupaciones trascendentales. Así que el lector participa de su escritura, tanto si comparte su ideología como si la rechaza. EN EL MAR El mar le incitó a mirarse en el hondón del alma, como él decía, algo a lo que siempre fue aficionado. Mucho más le animaba a procurarlo una travesía en barco, al permitirle un aislamiento social que le obligaba a tomarse como medida de todas las cosas. En Salamanca, ciudad a la que el destino académico le vinculó para siempre, le era imposible ver el mar, así que cuando tomaba contacto con él le dedicaba unos versos contemplativos. En julio de 1910 fue invitado a actuar como mantenedor en unos juegos florales en Las Palmas, por lo que hizo un viaje feliz en libertad a Canarias, prólogo del que se vería forzado a realizar en 1924 por real orden sin felicidad ni libertad. Compuso entonces “El poema del mar (Letanía del mar)”, y una serie de poemas a los que tituló “A bordo del Romney, rumbo a Oporto”, además de otros sueltos de tema marítimo. De regreso de Las Palmas de Gran Canaria, a bordo de ese barco, entre el 20 y el 23 de julio, fue anotando sus observaciones de viajero en poemas sucesivos de temática distinta. No publicó Unamuno este poema, sino que lo recopiló Manuel García Blanco en su edición de Poesía, volumen VI de las citadas Obras completas, aparecido en 1969, en donde figura a partir de la página 867. El pasajero poeta se fijó, como es natural, en sus compañeros de navegación, y trazó unos apuntes en verso acerca de ellos y en relación con el mar, único elemento de comparación posible en aquellas circunstancias. Pocas variedades podía ofrecerle cada singladura. La travesía le resultó monótona: a un viajero incansable sobre caminos de tierra, muchas veces a pie, que contemplaba con atención las variaciones del paisaje, los encuentros con personas interesantes, o los descubrimientos de lugares llenos de sugerencias, tenía que aburrirle no divisar más que el mar y el cielo, y tropezarse siempre a los mismos individuos, que además le parecieron muy tediosos, por no hallar un tema de conversación con ellos. Así que al cruzarse con otro barco imaginó que allí iba otro “islote de aburridos” semejante al que le transportaba a él, y escribió como pasatiempo: ¿De dónde viene? ¿a dónde va? ¿su nombre? ¿Qué nos importa? Otro flotante islote de aburridos ¡vaya en buen hora! Mas en tato quebranta esta tremenda monotonía eterna de las olas. Lo único positivo que descubrió en el paso cercano del otro barco fue que gracias a ello se rompía la “monotonía eterna de las olas” en la singladura. El adjetivo es notable, por cuanto a Unamuno le inquietaba sobre todas las cosas el problema de la supervivencia, y sentía “hambre de eternidad”, según su característica expresión. En las olas de mar halló un ejemplo de eternidad, al observar que componían un movimiento incesante por todos los siglos, siempre nuevas y siempre iguales. A él no le costaba nada imaginarse la eternidad, porque constituía su anhelo más hondo, y en el mar se representó un modelo de cómo puede ser. Le pareció monótona, pero deseable, y le dio motivo para proseguir sus soliloquios y meditaciones. LAS OLAS Y EL TIEMPO Observó a un hombre que se pasaba el viaje jugando a las cartas, y tan vulgar acción le proporcionó otro acicate para pensar en la eternidad: el movimiento de las cartas en su ir y venir de las manos del jugador a la mesa le resultó semejante al de las olas, que a su vez le obligaban a situarse en el tiempo que se sucede siempre a sí mismo en su duración efímera. El concepto temporal es una invención humana, que lo divide en milésimas de segundo, haciéndolo otro distinto cada instante sin dejar de ser el mismo: Se pasa el día dándole a las cartas que así vienen y van como las olas en su eterno juego sobre el inquieto mar. Siempre lo mismo, en incesante cambio, en un fijo variar, siempre lo mismo y diferente siempre; así la vida va. No hay dos olas iguales, es muy cierto, fábula es la igualdad, fábula no, que el mar es todo uno ¡y una es la eternidad! Repárese en que el poema distingue las olas y el mar como dos sustancias diferentes: las olas juegan “sobre el inquieto mar”, dice, como si no formasen parte de él, como si no fueran el efecto del movimiento del agua. Deseó establecer la distinción por considerar eterno al mar, mientras que las olas son instantáneas: “No hay dos olas iguales”, observó, pero podía añadir también que no hay una ola que dure más que un instante, mientras el mar permanece, parece haber originado la vida en el planeta y es muy posible que sobrevivirá a todos los humanos, animales y vegetales. Se apoyan los versos en la doble distinción del mar y la ola por una parte, y de la eternidad y el tiempo por otra: el mar se compone de olas, y la eternidad de tiempos. Las olas y los tiempos son instantáneos y se pierden para ser sucedidos por otras olas y otros tiempos. En ese largo contacto con el mar durante la travesía monótona sin ningún acontecimiento interesante, se dio cuenta del cambio continuo que implica una aparente quietud formal. Para Unamuno la vida era un ansia de confirmar la eternidad renovada cada instante, y cualquier detalle le incitaba a representarla. EFECTOS DEL MAR Al ver a un dormilón su mente literaturizada le obligó a evocar obras muy conocidas de Calderón de la Barca y de Shakespeare con el sueño como materia paralela. Coincidía con ellos en creer que la vida es sueño, y el sueño una imagen de la muerte. Del mismo modo, al fijarse en un bebedor sospechó que el mar infunde sed, tanto puede ser de agua como de licor, según le sucede a su compañero de viaje, o de eternidad, que así era la suya. Al atisbar a una mujer pensativa, su imaginación de novelista se puso en movimiento para conjeturar una historia de amor, con esta deducción: Es la mujer una pregunta siempre como lo es el mar, afirmación propia de un aficionado a inventar historias en sus relatos, pero sin duda exagerada: la pregunta no la induce la mujer, sino la curiosidad del mirón, que crea una aventura fantástica sobre ella, seguramente sin ningún fundamento por ser obra de su fantasía. En cuanto a la pregunta sempiterna planteada por el mar, hay que decir lo mismo: el que se propuso resolver cuestiones metafísicas acerca del Universo y del ser humano como parte integrante de él, fue Unamuno, mientras el mar no pasa de ser un sujeto pasivo sobre el que recae su actuación pensante. Y eso lo hacía estimulado por la contemplación del mar, lo mismo que de cualquier otra cosa animada o inanimada, porque constituía su problema esencial: todo revertía sobre ese tema inolvidable, pero irresoluble, que agitó su existencia hasta el final. De un hombre que entretenía las horas fumando en pipa, afirma oír “un cantar extraño / que se pierde en el canto de las olas”. De modo que el ruido provocado por el oleaje le parecía un canto, y nos obliga a recordar el mito de las sirenas a las que escuchó Ulises en su fabulosa travesía marítima. Se trata de una figura retórica, pero de gran sencillez, incluso vulgaridad. En relación con ello leemos el pareado inducido por otro hombre, que pasaba el viaje tocando el piano a todas horas: Música y mar es todo uno y lo mismo, se ahoga el pensamiento en el abismo, y para entenderlo es preciso recordar que Unamuno era muy poco aficionado a la música y desdeñaba los versos musicales, porque prefería los poemas de pensamiento. Pero en el mar se ahoga el pensamiento, afirma, en clara contradicción con lo que estaba haciendo, que era escribir en torno a las ideas proporcionadas por la observación del mar. En consecuencia, su pensamiento no se había ahogado, sino que estaba muy vivo y atento. LO QUE SABE EL MAR La primera parte de “A bordo del Romney, rumbo a Oporto”, presenta un diálogo entre el poeta y el mar. Es curioso comprobar que aplica al mar el artículo masculino, pero le llama madre, e incluso virgen madre. Es cierto que el mar es ambivalente en castellano, aunque al ser femenina la palabra madre parece correcto acompañarla del artículo femenino también en el caso de la mar. Igualmente llamativa es la invocación de virgen madre, porque nos obliga a pensar en los misterios de la mitología y la religión: ¡Oh, es eterna tu niñez, oh madre, virgen madre, tú guardas el secreto de la vida, tú sola lo sabes! Es aceptable la alusión a la eternidad, como queda dicho, porque suponemos que el mar existirá mientras ruede la Tierra alrededor del Sol. Ese lapso no va a resultar eterno, aunque en comparación con la limitada persistencia de la humanidad sobre el planeta pueda parecerlo. A causa de esa presunta eternidad sugiere el poeta que el mar se mantiene en la niñez, pese a contar con millones de años, puesto que es previsible que sobreviva muchos más. Y esta niña es madre, la madre de todos los seres animados: los científicos apuntan que la vida en la Tierra se originó en el mar, efectivamente, por lo que en cierto modo es correcto deducir que la ha engendrado. Debido a ello añade que el mar conoce el secreto de la vida, y de esta manera volvemos a las preguntas existenciales que acompañaron a Unamuno a lo largo de la suya. Lo que él deseaba lograr era conocer el secreto de esa cuestión esencial, con la que se hallaba en continua discusión durante sus soliloquios y meditaciones, sin conseguir hallar una respuesta aclaratoria. En consecuencia, su evocación se refiere al tema que le inquietaba siempre. Y al saber que el mar conoce la respuesta, intenta ahí ese diálogo que inevitablemente ha de ser monólogo, por lo que el poema se convierte en un resumen de su filosofía existencial. LO QUE DICE EL MAR Mediante el poder de la poesía, Unamuno hace que el mar le responda lo que él teme saber; el rumor de las olas al romper contra el barco parece insinuarle unas palabras que traduce en su alma, y que le desasosiegan, porque no son lo que deseaba escuchar: --“No hay secreto, no hay secreto” –me contestas-- “vivo, sólo vivo, “vivo, con mis olas juego “y así mato el tiempo.” ¡No, tú nada dices, oceano, soy yo quien interpreto tu cantar, soy yo quien me hablo, yo solo, mar! --“Siempre es así, pobre hombre, “nada te dice nada, “tú te lo dices todo; “¿por qué no callas?” ……………………………………………………… Con su rebaño de olas así dentro de mi alma está cantando el mar. Unamuno escribía oceano, como palabra llana, aunque el Diccionario de la lengua española elaborado por la Academia solamente reconoce la pronunciación esdrújula. El habla castellana prefiere la llaneza, de modo que en lenguaje popular se usa con esa acentuación. De los versos se deduce que lo mejor para el ser humano es dejarse vivir para matar el tiempo, antes de que el tiempo se ocupe de matarlo a él. Se trata, al parecer, de una guerra a muerte con final conocido: el ser humano inquiere a las cosas por su trascendencia, en un intento por descubrir su propia inmanencia, y ninguna le contesta; sin embargo, él inventa las respuestas para consolarse a sí mismo de su ignorancia. Se atreve incluso a escucharle una respuesta, en la que el mar llega a calificar de “pobre hombre” al preguntador incansable, y le sugiere que se calle, que deje de incordiar con sus dudas irresolubles, porque nadie se las va a resolver. Eso era lo que él suponía, y encuentra confirmado en el rumor de las olas según la interpretación que él mismo hace. El ruido de las olas se produce en el mar, aunque él asegura escucharlo dentro de su alma. Lo que no explicó es dónde sentía el alma, porque no es un órgano corporal. Escribir es una manera de matar el tiempo, dedicación a la que era aficionado Unamuno, si bien lo que él buscaba no alcanzó tanta radicalidad, sino el modo de “pasar el tiempo sin adquirir compromisos serios”. La literatura resultó para él un pasatiempo, aunque tomado muy en serio: al transcribir sus dudas existenciales confiaba en dar con una solución para ellas. Pero no fue así, y llegó al final de su vida con toda su angustia dentro. No obstante, esa ocupación y preocupación han sido fructíferas para el enriquecimiento de la literatura española. EL FIN DE LOS TIEMPOS En la segunda parte del poema se desarrolla la idea del fin de los tiempos, adivinada desde el concepto de muerte personal: llegará un momento en que el desarrollo del planeta se convertirá en un retroceso, y en ese instante comenzará el retorno hacia el principio. Si la vida tuvo un comienzo, también le alcanzará su fin, puesto que la materia es destructible. Al imaginar ese instante calculó que solamente quedarán vivos el mar y la tierra, como en el inicio de los tiempos, hasta que incluso el planeta desaparezca: Y luego nada, nada, nada, es decir: ¡todo! Este rincón de lodo a quien llamamos Tierra y que el hombre fustiga con la guerra se tornará un recodo de paz inalterable, inacabable, sumergido en el fondo del oceano y rodarán las olas del abismo como rodaban antes de la vida…¡lo mismo! En opinión de Unamuno, en ese momento en que la Tierra, y seguramente el sistema solar completo, vuelvan a su origen, será el todo, esto es, la plenitud de los tiempos, según está anunciado por algunas religiones. Se habrá completado así el ciclo natural, de acuerdo también con las predicciones de los astrónomos. El final está implícito en el principio, y todas las cosas tienden a él, incluida la vida de los seres humanos. El mar es, pues, origen y término de la vida, y ya que todo tiende inevitablemente a su destrucción, el ser racional mientras vive tiene que hacer de su existencia algo positivo que sirva para justificarla. Será llegado el momento de la paz inalterable, una entelequia en las etapas históricas acumuladas por los seres humanos, resumidas en un enfrentamiento permanente entre contrarios. La historia de la humanidad camina hacia su inexorable destrucción cósmica. A pesar de saberlo, el ente calificado de racional por su capacidad para pensar la vuelve todavía más fatigosa, con la sucesión de guerras mantenidas entre enemigos a los que debiera unir la lógica de la realidad. En el supuesto de que los humanos supiéramos actuar con lógica. VIVIDO EN EL RECUERDO Hemos comprobado que esa primera travesía marítima de Unamuno resultó muy provechosa para la literatura. Ya de regreso en su casa salmantina creía sentirse todavía acunado por el mar y lo reveía en sueños e imaginaciones, según dejó constatado en la parte final del poema. Su paisaje habitual había sufrido un cambio que influyó sobre su pensamiento, y en consecuencia repercutió sobre su escritura. Deducimos que le impresionó especialmente la contemplación del nacimiento y de la puesta del Sol sobre el mar, lo mismo que les sucedió a los pintores impresionistas, maravillados ante la variedad de colores cambiantes que proporcionan. En su caso, el espectáculo le obligó a meditar una vez más sobre la eternidad: suponía que se hallaban fundidos el principio y el fin como una manifestación del eterno retorno. Su espíritu religioso, atormentado por las dudas, admiraba la grandiosidad del mar y pretendía racionalizarlo, para alcanzar un entendimiento entre ciencia y religión: es la eternización de aquel momento en que la fuente de la luz se baña de la vida en la fuente, es el eterno abrazo de la ciencia con la vida, abrazo allá a los lejos, […] Vio la eternidad en aquel espectáculo natural contemplado en el barco. Es verdad que se hallaba propicio a descubrirla en cualquier sitio, ya que constituyó la gran inquietud de su vida. Sin embargo, es significativo que la advirtiese en ese horizonte perdido en que mar y cielo se confunden, igual que lo hacen la aurora y el ocaso: esto es, el origen y el término. La visión real del mar le sirvió a Unamuno para meditar en torno a la existencia, como era obligado en él. Compuso un largo y espléndido poema, en el que era preciso detenerse mucho al leerlo, por requerirlo su extensión y su intensidad comunicativa. Hasta entonces el mar había sido una simple referencia literaria, pero desde ese momento se convirtió en una presencia real, que le permitía atisbar un sentido de la eternidad en la vida. Si no resolvió sus dudas, le propició una manera de difundirlas.