José María González García: La mirada de la Justicia
Machado libros, Madrid, 2016
Es probable que la palabra Justicia haya sido una de las más pronunciadas a lo largo de la historia. Junto con las palabras amor y libertad, tal vez lo haya sido. Ahora bien, justicia implica, por sí, contraposición, a sabiendas de que no ha de ser, necesariamente, la misma la idea de justicia del acusado y la del acusador. Es, pues, una palabra (un concepto, una filosofía) dialéctica pura. No es posible verla de forma unívoca, ha de examinarse su valor, su contenido, con carácter comparativo, a tenor no ya solo de la norma, sino de esa connotación de justicia personal-humana que todos portamos como identidad para relacionarnos con la realidad; por no hablar de la justicia poética, una estimación que alude a realidad e imaginación a partes desiguales. Este libro, oportuno –por cuanto tal concepto ha venido siendo portada permanente de todos los comportamientos, sobre todo políticos de los últimos tiempo- y necesario –por cuanto es necesario aproximarse como fuere para intentar fijar lo más precisamente posible un valor/medida universales- ocupa, pues, un lugar destacado dentro de las novedades bibliográficas, y ha de saludársele como tal. Viene a ser este libro -cuidadamente editado por Machadolibros en la prestigiosa colección La balsa de la medusa-, en su contenido, un decurso histórico, una reflexión crítica de distintos códigos y períodos donde ha habido motivo para reparar en sus variados significados, haciendo alusión, a la vez, de una manera directa, a la simbología que desde siempre ha servido para definirla o referirse a ella. Así, habremos de entender que, cuando en el Antiguo Egipto se alude al ‘Sol de la justicia’ se pretende considerar ésta como una realidad inmutable, necesaria; como un bien. Y así ha de ser su concepción si entendemos que su ‘ser’ implica elección entre dos opuestos tan perennes como inexcusables: la diferencia de intereses, de criterios, entre un hombre (o colectivo) y otro. Valórese que, desde el momento en que el hombre optó por vivir en sociedad como medio más acorde por razón de relación y de defensa, el conflicto está servido. Luego vendrá la consideración del concepto ‘Ojo de la ley’, esto es, el juez lejos de la venda que obstruya el mirar y distinguir para dirimir en verdad, sin inclinación alguna, deformada o perversa en sus fines. Y curiosamente, se ha dicho muchas veces que también ha de ser ciega, a saber, no queriendo dirimir sino entre valores o intereses, siempre en procura del bien, de lo razonable a tenor de la ley. Claro, cabría pensar, que si la justicia ha de ser equitativa, habría de ser justa la ley en que se base. De otra parte, no es extraño señalar una paradoja como ejemplo de mala práctica en defensa de intereses espurios: es cuando se oye: ‘hay quien confunde la ley con la justicia’ a sabiendas de que los jueces no siempre ejercen de árbitros imparciales, de intérpretes razonables, dicho sea en clave irónica. Por fin, hay algo que no se podría obviar como premisa latente, obsesiva, en la Historia: la asociación de la justicia a la religión, y, a partir de ella, a todo lo demás.¿Será necesario recordar aquí la importancia social, política, cultural- que tuvieron en su día en nuestra escasamente gloriosa monarquía la aparición de los llamados “Relox de Principes”, esto es, el equivalente a los manuales de uso para gobernantes que, para ejercer su justicia terrena, han de imitar la figura de Dios como gran juez? “Durante toda la Edad media, la figura más relevante de la Justicia divina es el Juicio final, representado una y otra vez por los artistas, explicado constantemente durante siglos por la predicación de la Iglesia e introyectado en la conciencia de los fieles con gran fuerza” En efecto, algunos pasajes del evangelio de Mateo nos pueden servir para situar la acción que será representada tantas veces en la pintura, en grabados –cuando la cultura era ‘visual’- y en la escultura religiosa. El texto es inequívoco: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria (…) Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ’Venid, benditos de mi padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’ (…) Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles” Unas palabras, ciertamente, que han generado más confusión racional, más incertidumbre que no arrojado necesaria claridad. Hasta hoy. Así que, cabría plantearse, ¿por qué se habría de estar lejos, como conducta personal, del planteamiento que Lutero hizo a la presentación de sus propuestas ante el rey en la Dieta de Worms (1521): “no es seguro ni honesto actuar contra la propia conciencia”? Y que Dios nos ayude y la Justicia nos ampare. Amén.
Ricardo Martínez