La casa de Luis Goytisolo
La casa de Luis Goytisolo se va empequeñeciendo poco a poco mientras Silvia pisa el acelerador. Yo le sonrío y ella me devuelve la sonrisa. Ha sido un día largo para mí y duro para ella y para Laura, que se han encargado de organizarlo todo. A la cita, donde se desvelaba el jurado de la II edición del Premio Vuela la Cometa de Arola Editors, han acudido periodistas de todos los rincones del país, escritores, libreros, editores y otras personalidades. Ahora toca relajarse y hablar de lo ocurrido. Entre él y yo se sientan Laura y Silvia, sus relaciones públicas; a su izquierda su novia y justo enfrente se sienta Juan Andrés. Ya han pasado varias horas y sigue sin creérselo. Nervioso, no deja de sonreír ni de hablar de Goytisolo. Todos los presentes hemos estado ahí y todos le hemos visto. Pero él es el único que sigue alucinando; no se lo puede creer.«Llevo toda mi vida queriendo conocerlo. Y justo cuando lo tengo enfrente ¿qué hago? Bloquearme». Se ríe a carcajadas, le da un trago a su cerveza y me mira. Se levanta, pide un asiento a mi lado, me pone un brazo en el hombre y empieza a hablar.«La literatura no morirá jamás» dice tan pronto se sienta.«No mientras gente como Goytisolo sigan gritando con ella».«O como tú» le corrijo yo tan pronto cesa su discurso. Se gira hacia mí, sonríe, da un trago a su cerveza, y empieza de nuevo a hablar. Marcelo García es escritor, por mucho que él se empeña en definirse como «filólogo que escribe en sus pocos ratos libres». Un arsenal de novelas, premiso y certámenes le pesa a la espalda y, aun así, él todavía se niega a admitir que ya es un escritor. Se podría definir como una falsa modestia, pero sus carcajadas a mi lado y su perenne cerveza en la mano despejan esa sospecha. Hoy se le gradúa con todos los honores como ganador del I Premio Vuela la Cometa.«Empecé a escribir por mi padre» me dice.«No hay nada más motivador que plantarse en los treinta y pico, con un padre agonizando y la terrible sensación de ser su mayor decepción». Cierra los ojos bien fuerte, arquea hacia arriba los labios y se acerca la copa a la boca.«Por él escribí mi primera novela, por robarle una última sonrisa antes de que la muerte me lo robara a mí». Aprovecho el momento y saco la grabadora: «¿Te importa si grabo esta conversación?» IA: ¿Ha sido duro llegar hasta aquí? MG: Por supuesto. Sobre todo con esta novela. Literariamente es una de mis favoritas. Ha sido uno de los libros con el que más he disfrutado escribido, pues me siento cómodo con la novela como género literario. Otras, como por ejemplo fue el caso de «Reconstruyendo la partida», no disfruté tanto al ser una especie de diario. El diario es un género alejado del que yo estoy acostumbrado a tratar. IA: ¿Cuáles han sido tus motivaciones para empezar a escribir? MG: A parte de mi padre, el amor a la literatura es lo que me despierta a las tantas de la madrugada y clava mis ojos en la libreta. A mi padre le detectaron cáncer y le dieron cinco años de vida. Yo para desahogarme empecé a escribir una especie de diario. Pero poco a poco fue tomando forma y acabó convirtiéndose en una novela: «Reconstruyendo la partida». El pilar principal sobre el que descansa el argumento de la novela fue el nexo de unión entre mi padre y yo: la música y el ajedrez. La enfermedad, sumada al hecho de que yo nunca pude adquirir las habilidades musicales de mi padre, hicieron que me diera prisa en publicar un libro antes de que él se fuera. Al final duró un años menos de lo esperado pero llegó a ver tres de mis libros publicados: «El efecto mariposa en los tiempos del wolframio», «El culto» e «Instrucciones psicóticas para no seguir en épocas de crisis». IA: Todos sabemos que los primeros jueces son los amigos y conocidos.¿Cuál ha sido su veredicto con respecto a tus novelas? MG: (Una risa nerviosa precede la respuesta). La frase más repetida entre el público primerizo de mis libros ha sido, miméticamente, “no me he enterado de nada”. En parte yo les entendía porque mis primeros libros eran muy experimentales y complicados. Pero a pesar de ello siempre tenían unas bonitas palabras para lo que les dejaba leer. IA: ¿Recuerdas alguna crítica que te doliera en especial? MG: No exactamente. Te cuento. Oviedo es más o menos como Tarragona de grande, por lo que todos se conocen en cada ambiente por frecuentar los mismos lugares. Excepto yo. Ya sea porque empecé a escribir tarde o porque coincidió con que me marché a trabajar a Madrid, pero quedé como un outsider del mundillo. Eso ha derivado en que ahora mismo no tenga ni filias ni fobias personales en ese ambiente, y eso me da rabia, porque creo que lo que me hace falta en Oviedo es un buen enemigo literario. IA: ¿En algún momento te has visto superado por la frustración? MG: Definitivamente sí, y miente quien, en sus inicios, diga no haber experimentado tal sentimiento. Corrían tiempos de crisis y coincidían con que a todo el mundo le había dado por publicar una novela histórica: si no salía la Guerra Civil o Hitler, no era un libro publicable. Y yo, por convencimiento o tenacidad, me negaba a seguir la moda del momento. Claro que, quieras o no, eso era nadar a contra corriente y frustraba que a uno no le publicaran nada. IA: ¿Se puede vivir exclusivamente de lo que uno escribe? MG: Eso depende. Exclusivamente de los derechos de autor de los libros de uno, yo creo que, exceptuando alguna eminencia de las letras, es imposible. Pero si hablamos de otros temas como colaborar en revistas, escribir guiones de televisión, conferencias, charlas, etc., uno sí puede, al menos, comer y pagar el alquiler. IA: ¿Qué ha supuesto para ti conocer a Goytisolo? MG: Una mezcla a partes iguales de nerviosismos y emoción. Estar al lado de alguien como él hace que uno se sienta muy pequeño e insignificante. Pero una vez intimas un poco con él y te das cuenta de lo cercano que es, te relajas y solo piensas en disfruta el momento y aprender lo que puedas. IA: Para terminar, ¿tienes algún proyecto en mente? MG: Algo hay. El año pasado sucumbí a los cantos de sirena y casi por inercia acabé metido en política. Luego la experiencia no resultó ser lo que yo esperaba, y lo que parecía nuevo y rejuvenecedor acabó por parecerse bastante a lo viejo y decadente. Así que al salirme de aquello tengo mucho material para un nuevo proyecto que espero vea la luz muy pronto. Me despido de todos ellos convencido de que nos volveremos a ver, de que tarde o temprano, o él, o Andrés Moya, segundo clasificado del certamen por su novela «ISHQ: el color de las granadas» volverán a sonar bien alto en algún otro lugar del mundo y yo sonreiré para mis adentros y les susurraré mis más sincera enhorabuena.
Ibra Assez Fou