Svetlana Aleixiévich: Últimos testigos
Debate, Madrid. 2016.
He aquí, de nuevo, la prosa limpia, humanísima, sencilla y sincera de una escritora a la vez que transparente, profunda. Agua nueva y fecunda entre la literatura de circunstancias que casi amenaza la nutrición del lector. El tema queda sucintamente explícito en la nota del editor (esta vez sí confeccionada sobre la realidad) “La Segunda Guerra Mundial dejó casi trece millones de niños muertos y, en 1945, solo en Bielorrusia vivían en los orfanatos unos veintisiete mil huérfanos, resultado de la devastación producida por la guerra en ese país. A finales de los años ochenta la premio Nobel Svetlana Alexiévich entrevistó a aquellos huérfanos, y estos testimonios componen un emocionante relato de una de las mayores tragedias de la historia” Consideremos, pues: de nuevo la historia humana como germen de los argumentos literarios y, a la vez, la literatura como fuente histórica. Invocando una invitación a la lectura, quepa resaltar la confidencia –avivada en la necesidad- de una hermana a la otra después que, un día, “la vecina se puso a cocer almohadillas, unos caramelos grandes y cuadrados… Y nos dio esos caramelos para que los vendiéramos… ‘Esta almohadilla ha quedado más grande que la otra, ¿no te parece? Venga, Irma, vamos a chuparla un poco…” Y luego salían a venderlos O bien, en otro pasaje: “Compartíamos un abrigo entre tres y un par de botas de fieltro. A menudo nos quedábamos en casa. Nos contábamos cuentos… Nos explicábamos libros… Pero era aburrido. Era mucho más interesante soñar con el fin de la guerra e imaginarnos cómo viviríamos después. Que solo comeríamos bollos y caramelos” Los testimonios se encadenan entre poesía y dolor, entre esperanza y realidad. Es decir, el ser humano en estado puro, eso sí, bajo la dura promesa de una realidad cargada de necesidades, de enfermedad, de miedo. Todo por causa, una vez más, de las guerras –siempre tan injustas sobre todo para los más necesitados- y bajo la amenaza de esa degradación física y espiritual que todo conflicto entre humanos suscita. Es un testimonio de una viveza subyugante gracias, sobre todo, al estilo directo y llano de quien cuenta y, sobre todo, cómo lo cuenta implicándose a conciencia en lo narrado, en la transmisión del dolor y la necesidad de redención. ¿Por qué no tomar en consideración este testimonio cuando las guerras siguen desangrando la voluntad y la esperanza de tantos hombres y mujeres, de tantos niños como promesa? Los gastos en armamento aumentan, los migrantes por causa de los conflictos no cesan. La hipocresía social del hombre aparentemente libre y culto no parece tener coto. Leer como virtud, pues, como ejercicio de conciencia que sigue confiando… en la utopía.
Ricardo Martínez