Roland Barthes: “El placer del texto”

Carlos Elío Mendizábal

La obra de Barthes presenta una evolución que va del estructuralismo al postestructuralismo. En concreto, “El placer del texto” pertenece a esta última etapa postestructuralista que supone un alejamiento, por parte del autor, del estructuralismo y una denuncia del discurso científico que pretende constituirse en paradigma del conocimiento. Es una obra intuitiva y al mismo tiempo reflexiva que no se propone tanto desarrollar una teoría sobre la interpretación del texto como apuntar las potencialidades del texto, los significados plurales que contiene el texto en sí mismo considerado. Nos centramos, por lo tanto, en un tipo de texto concreto: el texto poético. En “El placer del texto” no interesan tanto las consideraciones de corte metafísico como las de carácter ético y estético. Barthes se sitúa no tanto en el papel de autor como en el del lector del texto. En este sentido conviene señalar las implicaciones del texto en el ámbito de lo objetivo y de lo subjetivo. Barthes reacciona contra la pretensión de objetividad de la ciencia y su olvido del sentido del texto, de los elementos subjetivos. Para Barthes el sentido del texto es el placer: “Babel feliz” donde se produce el disfrute del lector libre de cualquier tipo de ataduras. Donde no importan las acusaciones que desde la lógica puedan llevarse a cabo, donde no importan las contradicciones. Donde el lector se convierte en el antihéroe que se despoja de todos los convencionalismos que la tradición ha impuesto y simplemente disfruta con el texto. Confusión de lenguas, pluralidad textual, incompatibilidades, infidelidades...todo cabe en el texto desde el punto de vista del lector en cuanto disfruta del mismo. Barthes, pretende instalarse en el texto, quedarse en el puro goce del texto. El texto es el absoluto donde establece su morada el lector, desapareciendo así toda referencia al autor y a sus pretensiones de “verdad”. Barthes adopta respecto del lenguaje una actitud estetizante y hedonista. El texto es juego y es juego de seducción: “La posibilidad de una dialéctica del deseo, de una imprevisión del gozo: que las cartas no estén echadas sino que haya juego todavía”. En este juego de seducción, lógicamente, el lector debe percibir que es objeto de deseo “El texto que usted escribe debe mostrarme que me desea. Esa prueba existe: es la escritura. La escritura es esto: la ciencia de los gozos del lenguaje, su Kamasutra (de esta ciencia no hay más que un tratado: la escritura misma)” La sensualidad del lenguaje. El gusto por la corporeidad de las palabras desnudas. El gozo como algo que va más allá del discurso, de la línea argumental. La sensación de desgarro emocional, de conmoción. La voluntad de gozo es lo que imprime fuerza al texto. Barthes, en su obra “El placer del texto”, va más allá y distingue entre texto del placer y texto del gozo, el primero nos remite al disfrute en la cultura, es el texto que no supone una ruptura con la tradición, es el que asimila la convención; el segundo es el texto que se aleja de lo establecido, que nos separa del mundo convencional, que rompe con la cultura. El texto del placer representa lo “apolíneo” y el texto del gozo lo “dionisiaco”. El texto del gozo se instala en el lenguaje, no necesita “comprender” e “interpretar” el mundo, es el paradigma de una “hermeneútica negativa”. El texto es él mismo, sin referencia, sin tradición. El texto es sólo lenguaje sin pretensiones, salvo la de seducir. Entre autor y lector solamente hay una relación de deseo. “Como institución el autor está muerto”. En definitiva la hermeneútica negativa de Barthes constituye una crítica de la cultura y por lo tanto se sitúa en un plano ético. Constituye una deconstrucción, término prestigiado por su discípulo Derrida, de toda una arqueología, de todo un entramado de conceptos y valores manidos. Una denuncia de la univocidad y de la obviedad del lenguaje. Es una reacción contra la pretendida racionalidad sistemática de la cultura.