Entre el concepto y la metáfora
Carlos Elío Mendizábal
Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre la prosa de María Zambrano, cuestionándose hasta qué punto su discurso es un discurso filosófico y hasta qué punto se trata de un discurso literario. No es fácil, en este sentido, encuadrar sus textos en una categoría o en otra, incluso no toda su obra responde a los mismos propósitos. Algunos de sus libros como “Claros del bosque” o “De la Aurora” constituyen un intento evidente de alejamiento de la razón discursiva, un internamiento deliberado en un ámbito inaccesible desde el punto de vista del sentido del texto y en el que resulta arriesgado internarse cuando se hace con un espíritu analítico y acostumbrado a escudriñar conceptos. Es preciso dejarse llevar por las imágenes, navegar entre los símbolos, intuir las esencias de unas experiencias personales que difícilmente son comunicables debido a su carácter inefable. Por eso, nuestra autora, recurre al lenguaje originario, al lenguaje mito-poético, que es el único capaz de sugerir cierto tipo de experiencias intraducibles al discurso lógico. Se trata de un esfuerzo por nombrar lo innombrable, por decir lo indecible.¿No es ésta la tarea de la poesía? ¿Estamos todavía en la filosofía? Paralelamente a su vocación filosófica surge pronto en María Zambrano una atracción especial por la literatura, en su obra son numerosas las referencias al mundo literario: San Juan de la Cruz, Cervantes, Galdós… Existe, en nuestra autora, una preocupación por la palabra que va más allá de su “utilidad al servicio del intelecto”. María Zambrano, se enfrenta a la palabra como expresión de vida, para ella, la palabra es revelación, es aire y es fuego: “Por abstracta, solamente “cosa del intelecto”, que la palabra se nos aparezca, lleva aliento y fuego sutil, tiempo inasible”. Las palabras de María Zambrano trascienden el decir estrictamente filosófico, no es el suyo un lenguaje al uso de carácter filosófico, sus precisiones terminológicas están envueltas en un halo de sugerentes imprecisiones poéticas. La atracción hacia el mundo literario, y más concretamente hacia la poesía, hizo que nuestra autora se relacionase con un gran número de escritores, fundamentalmente poetas, tanto en España como fuera de nuestro país. Antes de la guerra civil española o durante el tiempo del exilio algunos de ellos coincidieron y compartieron amistad con la filósofa malagueña. Así tenemos que hacer referencia a toda una brillante generación poética, como es la generación del 27, Rafael Alberti, Federico García Lorca, José Bergamín, Luis Cernuda, Emilio Prados…y otros poetas que sin estar encuadrados dentro de esta generación desarrollaron su obra por aquel entonces, como León Felipe o Miguel Hernández. Incluso algunos posteriores como es el caso de JoséÁngel Valente o Jaime Gil de Biedma. Fuera de España habría que citar los nombres de Octavio Paz, Lezama Lima, Pablo Neruda… Las relaciones que mantuvo, María Zambrano, con el ámbito literario a lo largo de toda su vida, no sólo constituyen un indicador de la importancia que nuestra autora otorga a la literatura y más concretamente a la poesía, sino que en cierta forma explican la génesis de todo su planteamiento filosófico. No se trata por lo tanto de una mera construcción teórica lo que María Zambrano quiere expresar a través de su razón poética, es una necesidad de unificar en un solo lenguaje toda una experiencia vital. Y es que la literatura, por sí sola, nos pone en contacto con aquellos aspectos de la realidad que muchas veces se escapan a la estricta racionalidad. En el ámbito de la literatura, en general, y en el de la poesía, en particular, nos encontramos con muy diferentes concepciones acerca de cuál deba ser el propósito que persiga el autor de una obra literaria y de cuál deba ser el papel asignado a la misma. Entre estas diferentes maneras de entender lo estético encontramos numerosos ejemplos de autores y de obras que son conscientes del papel que juega el arte en relación a la verdad y que sin abandonar el ámbito de lo estético o quizás por ello, buscan algo más. Buscan adentrarse por los territorios de la reflexión y de la contemplación especulativa. Tras el sueño romántico la poesía se vuelve más consciente de su papel, en este proceso son claves las figuras de ciertos poetas como Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y sobre todo Paul Valery. Respecto de este último autor dirá María Zambrano: “Y en este camino de la poesía consciente, Paul Valery significa un paso decisivo y quizá la identificación más total hasta ahora de pensamiento y poesía, desde el lado poético, en su culto a la lucidez”. Frente al absolutismo de la metafísica la poesía opone a su vez su propio absolutismo. La poesía se basta a sí misma. Estamos en presencia de la “poesía pura”, poesía que aspira a constituirse como un todo, que aspira a expresar con precisión la esencia de las cosas. La poesía adquiere así su rango frente a la metafísica y también frente a la ética, pues el poeta descifra el mundo y está justificado frente al mundo. Poesía y metafísica tienen el mismo objetivo pero sus caminos son diferentes. En nuestra lengua, algunos poetas han querido transmitir ese intento de acercamiento entre la poesía y el conocimiento, buscando el rigor en el nombrar; así Juan Ramón Jiménez en un célebre poema reclama para la poesía el conocimiento exacto de la realidad: “¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!” Por su parte, Luis Cernuda, en su obra “Pensamiento poético de la lírica inglesa del siglo XIX”, reivindica el valor del pensamiento como componente esencial de la poesía y, frente a lo que señala como una decisiva carencia de la cultura española, destaca la función central que la reflexión poética desempeña en la tradición europea. “Metáfora viva” Desde los orígenes de la reflexión filosófica sobre el lenguaje. Desde los primeros planteamientos teóricos a cerca de la relación entre pensamiento, lenguaje y realidad, se ha indagado sobre el valor de la metáfora como medio apto para el conocimiento de la verdad. La metáfora está ya presente en Aristóteles, quien en su Poética la define como el “aplicar a una cosa una palabra que es propia de otra”. Definición que sigue estando vigente y que en gran medida constituye el punto de partida de muchas disciplinas que se plantean las potencialidades de la metáfora más allá de sus incuestionables virtudes literarias. En el ámbito estrictamente filosófico, las diferentes concepciones que se han ido configurando históricamente en relación al papel desempeñado por la metáfora, se pueden agrupar en torno a dos tendencias contrapuestas, según la importancia que atribuyen a este recurso. Aquellas que apuestan por otorgar a la metáfora una función comunicativa, en un ámbito especializado, ajeno a lo que constituye propiamente el núcleo del conocimiento y aquellas otras que por el contrario apuestan por encuadrar la metáfora dentro de lo que es propiamente la genuina naturaleza del lenguaje y del conocimiento. Esta dialéctica está en cierta manera presente dentro de la moderna filosofía del lenguaje. Esta segunda concepción de la metáfora, como “Metáfora viva”, en expresión de Paul Ricoeur, se contrapone radicalmente a cualquier forma de entender la metáfora que la asimile a una imprecisión del lenguaje, o en todo caso a algo que únicamente posee un valor ornamental. En este sentido, María Zambrano, va a romper con esa manera de entender la metáfora como desviación de un pretendido lenguaje científico y neutral que nos muestra el mundo. María Zambrano, sigue el planteamiento nietzscheano que parte de entender que el lenguaje conceptual no es nunca neutral ya que nos aporta una experiencia del mundo y nos confina en una escala de valores aceptados como naturales e incuestionables. Por lo cual lo que entendemos como realidad constituye en definitiva una interpretación de la misma a partir de una herencia cultural y lingüística concretas. Nietzsche, considera que el origen del lenguaje y del conocimiento no se encuentra en la lógica sino en la imaginación, en la capacidad que tiene el ser humano para construir metáforas y símbolos. Su teoría del conocimiento aboga por unir pensamiento y vida, rompiendo así con la contraposición entre mundo sensible y mundo inteligible. Para Nietzsche, conceptualizar es petrificar aquello que está vivo, privar al mundo de su dimensión cualitativa, de su pluralidad y su riqueza. Solamente a través de un lenguaje metafórico podemos expresar lo que está vivo, el devenir, el cambio… María Zambrano, como Nietzsche, va más allá de considerar la metáfora, exclusivamente, como una figura retórica; para nuestra autora la metáfora tiene un alcance ontológico, constituye un elemento indispensable para acercarnos a la vida. Dentro de su razón poética es la metáfora el instrumento que hace posible desentrañar la realidad, que hace posible la emergencia del ser oculto a través de la palabra originaria. Porque es mediante la metáfora como el ser humano toma primero conciencia de sí mismo y del mundo en el que se encuentra inmerso. La metáfora del corazón utilizada por María Zambrano constituye lo que la “gran razón del cuerpo” es para Nietzsche, cuando en “Así habló Zarathustra” proclama con énfasis “Más razón hay en tu cuerpo que en tus pensamientos más sabios” . Frente al “pienso luego existo” cartesiano, frente al absolutismo de la razón, María Zambrano aboga por las “razones del corazón”. Y las razones del corazón no se expresan a través de conceptos, el lenguaje del corazón se manifiesta mediante imágenes, símbolos, mediante metáforas.