Lyndsey Addario. En el instante preciso (Vida de una fotógrafa en el amor y en la guerra)
Rocaeditorial, Barcelona, 2016
En este libro curiosamente, gozosamente, se hace realidad la máxima de la antigua sabiduría china, ‘una imagen vale más que mil palabras’. Pero, a la vez, de algún modo eficaz y didáctico –didáctico para la vida- se enriquece, occidentalizándose, en cuanto que gana con la aportación de la palabra. Así pues, imagen gráfica como resultado de su trabajo como reportera de guerra, y la palabra viva, en directo, de una mujer joven pero llena de una valentía tradicional: una valentía arriesgada hasta el vinculo más humano que pueda existir, el de poner en riesgo la propia vida en favor de los otros, de la necesidad de los otros. Una guerra siempre será una forma de crueldad para la inteligencia, de ahí que el denunciarlas -y denunciarlas ‘desde dentro’, tal como hace la autora-, es mucho más que denunciar; pone en valor la tragedia de sus posibles víctimas, y denuncia implícitamente la de los verdugos que han hecho posible tal atrocidad. El lector, aquí, pues, al leer está haciendo una convocatoria personal, se está implicando con una forma nueva de entender a sí propio y a la naturaleza: la continuidad de la vida, el no a una muerte violenta, impuesta, nunca deseada. A la pregunta de si tiene miedo a la muerte, la autora, transformando la expresión de su rostro con una sonrisa que delata su generosidad, responde: “a estas alturas, habiéndola tenido tan cerca, ya no; sin embargo le confieso que sí temo, y mucho, por mi hijito, por su futuro si no conseguimos extirpar de los intereses del hombre la necesidad de las atroces y miserables guerras” Quepa decir, o, sencillamente, recordar, que las guerras nacen, además de por culpa de los intereses creados, por efecto de la incultura, de la incomprensión entre culturas. Dice también la autora: “mientras la mujer no adquiera su papel, el que le corresponde no solo en la naturaleza como dadora de vida sino también como aquella que transporta el fuego (Chatwin dixit), como referente de supervivencia, nada habrá que hacer. Y la cultura dominante en los países musulmanes ahora mismo resulta una herencia, para ellas, totalmente opresiva, injustificable. La libertad vendrá por ellas, a través de ellas, pero antes habrá de transcurrir el tiempo necesario para que las mujeres adquieran la realidad política de pensamiento y decisión –voluntad ya la tienen- para cambiar las cosas”. Eludir la muerte que traen las cruentas confrontaciones en favor de la cultura constructora, de la vida. Eso es todo. Hay un parágrafo en el libro, pp. 68-70, una charla con el funcionario talibán de nombre Mohamed, el responsable de ‘legalizar sus papeles’, que resulta revelador acerca de la forma de entender sus realidades entre un hombre y una mujer. Un pasaje precioso y preciso. Así lo recoge esta norteamericana (“me crié en Connecticut y fui criada por unos peluqueros”), que nos dona su arriesgado destino como testimonio. Y por ello, no en vano, el propio Spilberg ya está en la gestación de una película basada en este libro impregnado de un argumento llamado razón, supervivencia, cultura; en primera persona. En fin, lean, lean y vean (Yo resaltaría la sugerente emoción que nos trasladan las fotografías de las pp. 199,285-6, por ejemplo) y reparen minuciosamente en cada uno de los contenidos de este libro, los obvios y los ocultos, como reflexión; y asistan a un descubrimiento, el de la realidad oculta de los conflictos, tan necesario como emocionante.
Ricardo Martínez