Los neologismos de Escuela de mandarines
Un neologismo es, según explica Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos, “palabra de nueva creación”. Y sobre cómo se crean los neologismos, dice también Lázaro Carreter: “Puede surgir por composición, derivación, préstamo, metáfora, etc., apelando, por tanto, a elementos significativos ya existentes en la lengua (palabras, afijos, etc.) o en otra lengua. Pero a veces el neologismo es totalmente inventado”. Lo habitual es que las lenguas utilizan los neologismos para engrosar su caudal de palabras y para ampliar su capacidad de nombrar; pero también pueden utilizarse como figuras literarias, como un lujo estético y poético, cuando aparecen en un texto que pretende ser literario. En el libro Escuela de Mandarines, el número de palabras inventadas con fines literarios por Miguel Espinosa, el autor, es muy alto, es una de las características más llamativas de un libro que se caracteriza por contar con muchas particularidades. Tantos son los neologismos, que cabe hacer un esfuerzo por ordenarlos, por agruparlos, por clasificarlos, para dar una idea lo más exacta posible de la extraordinaria riqueza que aportan. La clasificación puede efectuarse atendiendo sobre todo al procedimiento elegido por Espinosa para inventar neologismos, a si se trata de composición, derivación, préstamo, metáfora, cambio de significado. La mayoría de los neologismos de Escuela de Mandarines sustituyen a palabras ya existentes en la lengua castellana, por lo que, de entrada, se podría pensar que no son imprescindibles, que no hacen falta para decir lo que el autor quiere decir. El autor prefiere inventar la nueva palabra “sonrisado” aunque ya exista en nuestra lengua el término “sonriente”, que viene a decir casi lo mismo. Entran también en este grupo de neologismos “originación” en vez de origen, “risadas” por risas o risotadas, “vocacionado” por vocacional, “palabrosos” por charlatanes, “comenada” por inapetente, “terrenizar la idea”, por materializar la idea, “desjuntarnos” por separarnos, “algunas tontucias y ciertas locucias” por locas, “catasalsas” por picaflores, “venía trasudado y tiritante” por venía tiritando, los “cagapoco” por estreñidos, “mohín de aburrición” por de aburrimiento, “pensarosa” por pensativa, “asensitivos” tal vez por insensibles, locucerías por locuras, “excrementosos” por cagones, “tragaollas” por glotones, “lo miniaturado” por miniatura y “sitio descercado”, por sitio abierto, el más espectacular de los neologismos apuntados en esta larga enumeración. Este último ejemplo de sustitución es especialmente jugoso pues presenta una máxima complicación formal, un doble o triple salto. “Descercado” es un neologismo que contiene además la figura literaria conocida como perífrasis ya que el término “descercado” resulta más largo y complicado que su sinónimo “abierto”: se trata de un lítote, me parece, una especie muy particular de perífrasis que consiste en negar cuando resulta más fácil y corto afirmar. La sustitución de una palabra ya existente en la lengua por otra inventada es la manera de introducir neologismos más empleada por Miguel Espinosa en “Escuela de mandarines”, pero también aparecen con bastante frecuencia palabras que ya existían en la lengua pero a las que el autor dota de un nuevo significado por el procedimiento de ponerlas en mayúscula. Al ponerlas en mayúsculas pasan a designar instituciones o cargos de la Feliz Gobernación, el espacio mitad fantástico mitad realista en el que se mueven todos los personajes del libro. El término “Mentores del Hecho”, por ejemplo, pasa a significar, por el procedimiento de ponerlo en mayúsculas, algo así como cronistas oficiales de la Feliz Gobernación; la “Casa Feliz” es el nombre oficial de la residencia de un alcalde; “Gran Consejero de la Espada” es el asesor político del dictador; y forman parte también de este original procedimiento de creación léxica los innumerables títulos que recibe el Gran Padre, la máxima autoridad intelectual y política del imperio mandarinesco: “Contradicción Resuelta”, “Calificador de los Sucesos”, “Creador de la Ortodoxia” o “Intérprete de los Hechos”. Otro procedimiento en la creación de neologismos es dotar de un significado muy distinto al habitual a palabras ya existentes y que figuran en el diccionario; el protagonista del libro, el eremita, llama “parvulito” al personaje demiurgo con el que se encuentra al principio de la novela, los guardias también llaman al eremita “parvulito”; todos los miembros de la casta superior y gobernante llaman “gentecilla” al pueblo, a la más baja casta en la organización social mandarinesca; y en el mismo caso se encuentran los términos “gacela y pecosilla”, que adquieren en esta original novela el significado de muchacha joven y atractiva porque con ese significado, y solamente con ese, los utilizan los personajes que aparecen en la historia de la Feliz Gobernación. Otro procedimiento de creación léxica es el de inventar palabras para conceptos ya conocidos pero que carecen de una palabra específica; parecen ejemplos de este ambicioso plan términos como “vacacionado”, palabra con la que se designa a un cargo institucional que tiene derecho a vacaciones, “encamisarse”, acción de ponerse una camisa, “trajinado”, persona que anda muy metida en trajines, “yermar nuestros campos”, hacerlos yermos, “desherrado”, preso librado de las cadenas, el surgiente, alguien que surge del interior de una cueva, “ya lavatibado”, “manos aboniatadas”, “manchacamas”, “dulcemeadas”, calificativos adjudicados a los señores mandarines y a sus colaboradores más próximos. Los neologismos de Miguel Espinosa sirven también para crear nombres propios a la manera de la novela pastoril. En la novela pastoril los protagonistas se cambian de nombre cuando deciden hacerse pastores porque consideran que el suyo de siempre resulta demasiado prosaico, que no pega con el nuevo oficio al que han decidido dedicarse y que consideran como una actividad superior, tanto en el terreno emotivo como en el intelectual. Son nuevos nombres propios que naturalmente han de resultar sonoros y eufónicos; tal es el caso del personaje al que llaman Melodio, o el caso de Antañón, o el de Nigerio. Algunos de los personajes secundarios con los que se va topando el eremita protagonista en su camino hacia la capital del imperio, hacia la capital de la Feliz Gobernación, se le presentan con la siguiente fórmula: “Me llamo Mosencio, o también Moisés López Moreno”, “Me llamo Martino, o de otra manera, José López Martí”, “Después se presentó como un tal Cebrino, también llamado Antonio Abellán Cebrián”. Y para que el lector tome mayor conciencia de la realidad mandarinesca, para darle tal vez mayor verosimilitud a un mundo en gran parte inventado, Miguel Espinosa define el significado de algunos de estos neologismos en las notas con las que pone fin a cada capítulo. En una de esas nota dice; “gentecilla: sinónimo de pueblo en boca de otras castas”; en otra dice, por poner solo un par de ejemplos: “Vinculado: es decir, adicto a la “Sociedad de los Vinculados”. La Feliz Gobernación es un territorio en gran parte imaginario, y como consecuencia, el autor necesita hacer un gran derroche de imaginación para dar vida a lo que no la tiene. No solamente ha de inventar un mundo sino que también tiene que dotarlo de un lenguaje propio, y en esta línea, cumple una misión destacada la invención muy frecuente de palabras. Otro procedimiento para crear neologismos aunque también está relacionado con el mecanismo de las metáforas serían algunos sobrenombres o motes, sería llamar a los mandarines “crepúsculos pensantes” o a los becarios “sustancia sopada” (que come sopa en grandes cantidades), “sustancia absorta en su porvenir”, o llamar a algunos personajes críticos con el sistema de gobierno mandarinesco, pero que no demuestran con palabras su disconformidad, “honderos del silencio” en un alarde de intuición poética; también podrían entrar en este apartado del neologismo más metáfora los tratamientos oficiales del Gran Padre, del supremo mandarín: el tratamiento de “Opulencia”, el de “Excelsitud”, el de “Munificencia”, el de “Cognición”, o el “Breva Chafada”; “Pertenencia” es el tratamiento que se aplica a los grandes propietarios de tierras, los que componen el grueso de la casta superior. La capacidad creativa de Miguel Espinosa es tan alta en este terreno de la creación de palabras, que no se conforma con un neologismo por personaje o cargo, sino que son frecuentes las listas de términos elogiosos o todo lo contrario con las que define a una casta o a un personaje en particular. Son largas enumeraciones en las que va ensartando neologismos con deslumbrante naturalidad: “tragaollas”, manchacamas”, “dulcemeadas; o “los comenada”, "los excrementosos”, “los medicinados”, “los higienizados”, dos series dedicadas a la casta superior de los mandarines; y para la casta de los becarios: “sustancia sopada”, “sustancia absorta en su porvenir”; o también la ya citada lista de “Opulencia” “Excelsitud”, “Munificencia, Cognición” con la que los súbditos del imperio designan al Gran Padre mandarín. Dejo para el último lugar lo que tal vez sea el procedimiento más valiente y original en materia de creación de nuevas voces, el de desarrollar una familia léxica añadiéndole nuevas categorías gramaticales: se trata de añadir a un lexema o raíz que ya funciona en la lengua morfemas flexivos y derivativos nunca usados con ese lexema, con lo que se crean nuevas categorías gramaticales. Por ese procedimiento el autor crea palabras como “excrementosos”, que añade un adjetivo a la familia léxica de “excremento”; “medicinados”, que amplia con un participio verbal la familia del sustantivo “medicina”; “sustancia sopada”, sobrenombre con el que se refiere a los becarios, grandes consumidores de ese plato, con el que amplia la familia de “sopa” incorporándole un participio; “haber desmemoriado” es una forma verbal a partir del sustantivo “memoria”; el infinitivo “ahuchar”, que viene de “hucha” (“treinta jornadas ocupadas en ahuchar su palabra en mi corazón”). Son también ejemplos de este espectacular procedimiento neologismos como “muchacheaba” (yo muchacheaba); desleñar (cortar ramas para hacer fuego); “lo miniaturado”; la memorió (la recordó), del sustantivo “memoria”. Por último, algunos neologismos alcanzan una capacidad expresiva todavía mayor al sumar en su confección dos procedimientos a la vez: el de designar una parte de la realidad que todavía no tenía palabra y el de ampliar la familia léxica como en los casos de “el surgiente” o de “lavatibado; o por el procedimiento doble de ampliar la familia léxica y de sustituir a un sinónimo ya establecido como en “excrementosos” o en “la memorió”. A continuación habría que encontrar una razón que justifique tamaño trabajo creativo, pero esto ya supondría una interpretación del texto, habría que lanzar alguna hipótesis que por fuerza contendría alguna dosis de subjetividad, habría que intentar introducirse en la cabeza del autor. Como mucho me atrevo a decir que, tal vez, el escritor de este libro tan peculiar creyera conveniente afianzar la impresión de verosimilitud de un universo en parte ficticio: si has de crear un mundo, también tienes la obligación de inventar una lengua; o tal vez la abundancia de neologismos tenga que ver con la intención hiperbólica que aparece por todos lados en esta obra y que tanto tiene que ver con el tono humorístico del libro en general. Puede ser que crear nuevas palabras divirtiera a Miguel Espinosa. Tal vez lo más objetivo y lo menos peligroso sea aventurar que la mayoría de estos neologismos participan también de los artificios literarios conocidos como hipérbole e ironía, dos recursos que tienen mucho que ver con el humor. Un humor hipercrítico, ácido, corrosivo, espectacular.
Gaspar Jover Polo, español, profesor de castellano en la enseñanza media.
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