Sôgi. Shôhaku. Sôchô: Poemas a tres voces de Minase. Renga.

Ed. Sextopiso. Madrid. 2016     

Es curioso, creo, el hecho de que todo libro de poesía oriental tiene siempre, para nosotros, algo de evocación.       Tal vez sea por causa de ese aroma romántico que las ‘formas estéticas’ y el ‘sentir’ de ese lugar geográfico conservan en nuestra memoria (ejercicio de sueño en nuestro inconsciente en razón, también, de lo extraño que le atribuimos); tal vez porque siempre pensamos que lo que ahora tenemos ocasión de leer no es sino una parte más de lo que quedaba por completar. Es curioso: pensamos lo oriental como un algo creciente, o un ser sabio, antiguo y nutriente -¿sol protector, sol naciente?- y le atribuimos unas virtudes que hasta ahora no nos hemos atrevido a sopesar del todo, a saber por qué.                El caso es que decimos, leemos: “Profundo en la montaña/ un pueblo envuelto en la borrasca/ pasa el tiempo” y el efecto de inacabado, de nexo con el origen, de secreto parcialmente desvelado continúa. Somos como niños, también, al leer. Lo dotamos todo de un sentir.   ¿Porque viene de Oriente, como los Reyes Magos en su día? No, no. Porque es Poesía, y eso es como mirar una nube y entonces ella se rehace, nueva, cada vez. Siempre será una nube y siempre será distinta, y atraerá nuestra quebradiza emoción, y nos trasladará más allá de nosotros: hasta el horizonte, nuevo, de una estación de la naturaleza que no hemos bautizado todavía.    Decimos, leemos: “La promesa/ se fue olvidando/ con el pasar de los años” Y no siendo casi nada lo que se dice, lo que leemos, enseguida nosotros lo dotamos de sentido y significado porque intuimos, como lectores sintientes, que ahí hay algo que es verdad; hay algo a lo que pertenecemos. Leemos, decimos, queriendo asemejarnos al poeta: “En los campos de lespedeza:/ cómo desaparece el rocío/ que he de ver mañana” Poco importa que la lespedeza sea un semiarbusto de la clase de las magnoliópsidas, del orden de las Fabales, lo cierto es que en el poema hemos sentido el campo, hemos visto ese extraño y alargado arbusto y, sobre todo, estamos deseando que sea mañana para comprobar que el poeta y nosotros, lectores, no estabamos equivocados. Mañana será rocío de nuevo.                La poesía es así; está siempre ahí. Lo dice este libro                                                                          

Ricardo Martínez

 

 


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