George Steiner: Fragmentos
Siruela, Madrid, 2016
Quien ha vivido tanto tiempo anudado a los textos de otros (ya sea como lector, ya sea, más todavía, como crítico) habrá de aceptarse que ha ido construyendo sus propios textos (sus conclusiones, sus opiniones acerca no solo de la obra, sino de los temas que le han merecido mayor interés) tanto en la memoria como, por qué no, en sus propios papeles. Y es cuestión de tiempo que salgan a la luz, circunstancia que será aprovechada por los sagaces editores por cuanto el marketing lo tiene asegurado: en unos casos por la calidad de lo recogido en esos textos, de otro porque el nombre del aludido ya vende por sí, al margen de la calidad de la escritura o los razonamientos. En este caso, a propósito del texto del afamado crítico George Steiner, estamos ante un libro menor, no ya por el tamaño, sino por lo que en él se nos muestra. Es acertado el título de Fragmentos, y lo es por cuanto es fragmentario en todos los sentidos: sus reflexiones-opiniones son asuntos relevantes pero vienen acomodados a una forma de decir segmentaria, un tanto anodina en algunos casos (‘Amiga Muerte’), puramente transitoria (‘Cuando el rayo habla dice oscuridad) y, si no banal, sí con carácter muy utilitarista pero pobre de contenido, pura recopilación (A veces semeja un ejercicio de ‘cortar y pegar’) Recopilación que, como tal, puede resultar útil y relevante en algún momento para el especialista, pero que leída como tal libro no ofrece mayor interés si no es por el autor aludido o la cita que de él se recoge. Y los ejemplos no faltan respecto de este culto anecdotario. Así, a propósito de la muerte, por ejemplo, se puede leer: “El momento más trascendental en la historia del hombre es el descubrimiento de la muerte (…) la muerte como algo universal, inescapable, predestinado y total: descubrir que toda existencia, todo lo que vive, es el prólogo a una muerte segura” Y luego se muestra partidario de una solución: “Pero el remedio está al alcance. El suicidio encarna, respalda la libertad”. En otro apartado, ‘Amistad, homicida del amor’ comienza resaltando “el valor y el papel trascendentes de la amistad, philia, en la sensibilidad clásica. La amistad es la compensación de la existencia humana, su inmerecida recompensa” Tal vez por ello, al final parece optar por ésta en contra, un tanto, del amor: “Las cartas de amor tienden a ser monótonas, incluso infantiles”, tras lo cual enuncia una consideración: “Puedo estar equivocado, pero esta modulación de eros en philia, el retroceso concomitante del amor, es un tema mayúsculo, ignorado por la ficción clásica y moderna” ¿Ignorado? Sin arriesgar mucho, concluye, al modo manriqueano o manriqueño): “Los ríos turbulentos mueren en la calma del mar. Al fin, el fin. En fin (Tú dirás, buen lector)
Ricardo Martínez