Gregor von Rezzori: La muerte de mi hermano Abel
Sexto piso, Madrid, 2015
Retazos del mejor Von Rezzori, el autor de esa magnífica novela ‘Flores en la nieve’ están aquí, en este texto largo y denso que tiene mucho de ejercicio rememorativo personal, de punto de vista respecto de una civilización que se ha permitido errores inhumanos como las dos guerras mundiales (aquí reflejada sobre todo la segunda) pero que a la vez ha sabido valorar y preservar los cánones de belleza. Todo ello bajo la impronta de un lenguaje rico, directo, sencillo, que unas veces sugiere poéticamente y otros muestra una rara frialdad en la descripción, donde el sexo o la guerra tienen un papel predominante. Una novela-río donde la condición humana se exhibe desde distintos puntos de observación, como un poliedro que, conservando su unidad, exhibe todo tipo de imágenes y colores; de atisbos de carácter y comportamiento, de dulzura y crueldad, no en vano el escenario que se intuye de fondo es el del ser humano solitario, inteligente, en procura de ‘completar’ su identidad. El escenario donde la dignidad del hombre carece de presente por causa del enfrentamiento fratricida: “la mitad perdida –para mí y para otros como yo- en aquel mes de marzo de 1938. Una situación personal, la del protagonista, en parte ‘alter ego’ difícil de rehabilitar, sobre todo considerada desde su perspectiva de creador –guionista de cine, novelista prometedor- que se refiere a sí de un modo tan desnudo como descriptivo: “Yo no soy nada. Ni siquiera soy un apátrida en el sentido jurídico, sino un desarraigado de nacimiento, déraciné par excellence (…) sospechosamente políglota y divorciado de todo vínculo con una tribu, con toda bandera… Pero, eso sí, un hombre en busca de todo eso” Y es aquí donde la presencia, la figura y el significado de la mujer cobra un valor central. Estamos, podría decirse, ante un brillante ejercicio de autoconocimiento, de autoconciencia donde aparece inevitablemente como tema de fondo el concepto de cultura, de cultura europea y donde se analizan con precisión e inteligencia los restos de una herencia histórica que habría de quedar disminuida por el ejercicio de la brutalidad de unos hombres contra otros. Siempre con un extraordinario lenguaje literario como referente, como expresión: “Entonces se desprende del besamanos con una pirueta llena de gracia elefantina y, al girarse hacia los demás presentes y dirigirles sus ‘Buenas noches’, logra adosar a sus palabras un gesto de disculpa, como para insinuar que su estatura en aquel espacio tan recudido no le permitiría despedirse de cada uno de ellos sin incomodar a todos” Como lectura y ejercicio culto de reflexión acerca de la Europa de mediados del XX (París juega un papel definitorio trascendental) y de retrospectiva personal de una vida intensa, la novela probablemente marque un grado de distinción dentro de lo que las novedades del año transcurrido han aportado. Un bien, pues, como ejercicio introspectivo, como aportación estética. Cabe destacar, también, una traducción a mi entender muy atinada y precisa como contribución “para crear el collage inextricable de una identidad” Una lectura sanadora.
Ricardo Martínez