ANTONIO LEYVA DESVELA LOS ÁNGELES DE BÁRBARA RYBICKA

Arturo del Villar

LA galería de arte Orfila exhibe estos días una exposición póstuma de la pintora polaca Bárbara Rybicka, residente durante muchos años en Madrid, en donde falleció en octubre de 2013. Fue aprovechado el acto de inauguración para presentar la monografía que Antonio Leyva ha dedicado a la artista, con texto bilingüe español e inglés, titulada sencillamente con su nombre, y el subtítulo Angels by the River. Es una lujosa edición oportunamente ilustrada con numerosas reproducciones de sus obras, impresa por cuenta de la misma galería. Decía Juan Ramón Jiménez que el mejor crítico de arte es un poeta, y demostró el acierto de la opinión con sus comentarios críticos a las obras de sus amigos. En el caso de Antonio Leyva se cumple el aserto, porque ha demostrado el buen cauce de su inspiración lírica en los nueve poemarios que tiene impresos, y su acierto al juzgar la trayectoria de pintores y escultores en los 17 estudios monográficos editados, por no citar los muchos artículos aparecidos con su firma en revistas especializadas, entre ellas la que fundó y dirigióél mismo, Crónica 3, de feliz memoria. CONJUNCIÓN DE ARQUITECTURA Y PINTURA Nacida en Polonia en 1942, el año en que se libró la épica batalla de Stalingrado, comienzo del fin del nazismo, y dos antes de la práctica destrucción de Varsovia, Bárbara Rybicka sufrió los horrores de la guerra, sin tener consciencia de su realidad, y padeció sus consecuencias. A ello se unió una salud delicada, a consecuencia de un tumor del que fue operada con éxito, pero debió guardar una larga convalecencia, en la que descubrió una terapia eficaz en el ejercicio de la pintura. Graduada en 1967 en la Escuela de Arquitectura de Gdask, mientras seguía cursos de pintura en la de Bellas Artes, explica Leyva que esa conjunción de estudios e intereses tuvo como resultado el descubrimiento del método que debía aplicar para que se materializasen sus ensoñaciones: Dos dualidades en juego: la practicidad rigurosa de la técnica y de la racionalidad, en coexistencia con polaridades de más difícil homologación que pronto iban a inclinarse a favor de la segunda. Esas polaridades se funden en un arduo proceso. Lo que es consecuencia de instintivas repentizaciones, no siempre controladas ni controlables, debe ser sometido a un sistemático aprendizaje, pero sin que ese aprendizaje de lo que es un lenguaje que satisface al que lo emplea y que éste intenta que los otros compartan, interfiera ni altere las espontáneas reverberaciones que nacen de la mente del creador. (Página 25.) Las relaciones culturales entre España y Polonia, geográfica e históricamente distanciadas, son escasas, por lo que no resulta posible conocer sus movimientos estéticos. Ignoramos cómo se comunicaba el lenguaje artístico en Polonia, y de qué manera contagiaba la tarea comunicadora emprendida por Bárbara Rybicka. Sabemos que participó en exposiciones individuales organizadas en su patria, a la vez que realizaba diversos trabajos decorativos y artesanales. Es verdad que el artista contiene dentro de su mente las coordenadas por las que encauzar su afán realizador de objetos estéticos, pero no lo es menos que necesita conocer el trabajo de otros empeñados en la misma tarea. Por ello deseaba tomar contacto por sí misma, no por lecturas, con las manifestaciones logradas por los artistas en otros países, principalmente en París, aunque ya la antigua Ciudad Luz había sido desplazada por Nueva York como capital internacional del arte. Así comenzó su encuentro con las últimas expresiones estéticas, que renovaron su entendimiento de la pintura. En París visitó museos y galerías, y sobre todo pintó y trabajó en un estudio de arquitectura, y desde allí envió sus obras a exposiciones colectivas. Con el propósito de ampliar ese horizonte atractivo, quiso conocer los museos y también el arte de actualidad en Inglaterra, por lo que se trasladó a Londres. Lo que no había planeado, pero sucedió sin sospecharlo, es que allí iba a encontrarse con un joven informático polaco de apellido impronunciable para nosotros, Krzyszof, residente en Madrid, con el que se casó en 1972, y con él se vino a nuestra ciudad. EN MADRID, EN SU MUNDO PROPIO Aquí es donde llevó a cabo la materialización definitiva de sus deseos estéticos. Pasó muchas horas en el Museo del Prado, extasiada ante tal cúmulo de belleza reunida en sus salas, y amistó con artistas de su generación, sin por ello integrarse en ningún grupo. Ella conducía su estilo propio hacia el encuentro acogedor con lo que llamaban los románticos “paisajes del alma”, entrevistos en las ensoñaciones, y pasados al lienzo con gran sutileza. En ese mundo interior caben las más variadas celebraciones sentimentales, aptas para ser reproducidas en la materia y contempladas entonces por los espectadores. Se trata de un proceso onírico que obliga al artista a romper las normas académicas aprendidas, para dejar de sentirse maniatado y expresarse con libertad. Ahí es donde coloca Antonio Leyva a los ángeles anunciados en el subtítulo de la monografía. Son ángeles albriciadotes que descubren nuevos cielos y nueva tierra, según promete el Apocalipsis. Explica el crítico que Bárbara Rybicka, “como no puede hacer nada en su favor ni está segura de que tengan vida propia fuera del acogedor recinto que construyó para ellos en su cabeza, piensa que quizá encuentren favorable el refugio que les ofrecen sus cuadros” (p. 32). Sería tal vez una experiencia semejante a la descrita por Rilke al comienzo de las Duineser Elegien, cuando reprimía su grito por desconocer si sería escuchado por alguien “en los órdenes angélicos”. Pero la segunda comienza con una afirmación tremenda: “Todo ángel es terrible.” Los que inspiraron a Bárbara Rybicka lo eran a menudo, por lo que sus “paisajes del alma” presentan aspectos tétricos a veces, formas telúricas amenazantes, remolinos de materiales ignotos, en los que de cuando en cuando unas figuras patentizan su angustia. Cuando pintó rostros los vio deformes y trágicos. Whast is This?, se titula un óleo reproducido en la página 77, preguntándonos la respuesta a los espectadores, que la ignoramos. No toda su obra pictórica obedece a esta consideración, porque entre las reproducciones de la monografía se encuentran piezas muy claras, aunque aparecen veladas, como si no quisiera descubrirlas, y son la excepción de la regla. Antonio Leyva ha visto estas pinturas “como gotas de un raro elixir de aromas para nada semejantes a otros” (p. 33), una descripción muy acertada. La originalidad exigible a cualquier artista está colmada en la obra de Bárbara Rybicka, y el crítico la saca a la luz con su pausado recorrido por ella. El resultado es una incursión rigurosa por la vida y la obra de esta pintora tan original como compleja. Su técnica de explorador de mundos anímicos obtiene un feliz resultado. Su sensibilidad de poeta le facilita concluir el recorrido por ese mundo mágico con exactitud y firmeza, para mostrarlo en su desnuda precisión.

 

 


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