Rainer María Rilke: Elegías de Duino
Traducción de Juan Rulfo Ed. Sexto piso, Madrid, 2015
El número 7 está considerado el signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia. Y el poeta Rainer María Rilke le reserva un lugar de privilegio a estos valores precisamente en su elegía número 7. Le reserva la invocación del amor; un gesto sublime y acorde a la armonía que tal cifra representa: ”No súplica de amor, no llamamiento/ postrado, sino voz entrañable –que la/ esencia de tu grito no sea un lamento” El poeta cree como pocos en el amor. Podría decirse incluso que su corta vida la dedicó a desentrañar los secretos del amor, a ahondar en esa emoción intensa, precaria y eterna, dulce y amarga del amor. Por eso su canto resulta de una consciencia humana inexcusable: “Gritarías, es verdad, con la pureza con/ que canta el ave/ cuando la estación la eleva, la sublima, /casi olvidando que es apenas un animal/ desmedrado y un corazón solitario” Pero he aquí que la soledad necesita la presencia de su complementario para existir, lo mismo que el antídoto gozo-amargura constituyen, por sí, la esencia del amor. Dualidad, certeza y duda, presencia y ausencia. “Un corazón solitario –continúa el poeta- que él arroja al sereno azul y exalta/ la alegría íntima de los cielos” Qué imagen tan serena y abarcadora a la vez: no solo alegría, sino la alegría más alta y trascendente, la de los cielos. Y vuelve aún sobre el rapto del amor, dejando expreso ese deseo que arrebata y al que, por ello, se entregan todas las fuerzas.¿No es, acaso, el objetivo del amado la procura de la presencia de la amada? Escuche-atienda, entienda el lector: “Tú, como él, sin duda pedirías que/ la amada, aún invisible, te descubriera” Así se cumple el ciclo de la pasión, el anhelo, la deseada ternura… Hasta aquí sólo un fragmento de uno de los cantos de amor más sublimes que haya dado la literatura universal. Continúe, ahora, el lector; complete la emoción no solo en la lectura sino, lo que es más importante, para sí, para renovar su sentimiento eternamente vivo.Él, al fin, en su condición de lector es quien re-crea, quien lleva un poco más allá el mensaje que el poeta ha dejado, dándole así nueva vida.
Ricardo Martínez