NOEMÍ TRUJILLO, LA PRINCESITA EN EL PLANETA B612 (PLAYA DE ÁKABA 2015). LA NATURALEZA DEL PAISAJE
Igual que Ulises en su regreso a Ítaca, La princesita en el planeta B612 inicia su particular viaje de vuelta a casa; un lugar del que se escapó para encontrar esa última razón que le permitiera seguir viviendo, sin embargo...«Lo importante/ es todo lo que no nos dijimos» nos avisa la voz poética de Noemí Trujillo casi al final de este poemario, y lo hace, para establecer un nuevo universo: el de los secretos y las confidencias. Secretos y confidencias que nos permiten seguir vagando por el firmamento igual que las estrellas que se encienden y se apagan dependiendo de quién pose su mirada en ellas. Es por ello, tal y como nos apunta la propia autora en la introducción de este poemario, que el mismo admite varias lecturas; una de ellas, sin duda, sería la de La naturaleza del paisaje, porque igual que un cuadro se compone de varias capas que se ocultan una debajo de la otra tras la apariencia final que podemos contemplar, el ser humano también se conforma de diferentes soportes: leves o difuminados unas veces, gruesos o marcados otras; donde unos y otros, son como entes refugiados que se esconden en nuestras entrañas y nos moldean el carácter y la propia vida. En este sentido, la argamasa de La princesita en el planeta B612 está formada por tres elementos básicos: el amor, Carboneras y la luz. El amor como paisaje interior a través de la persona amada —una constante en la obra poética de Noemí Trujillo— y, que una vez más, es la base primera sobre la que se sustenta el resto: « Tú eres mi planeta,/ mi consuelo,/ aquello que se deshace en sombra,/ la luz que arrastra/ una llama,/ Tú». El pueblo almeriense de Carboneras, como paisaje exterior, sería la segunda capa de nuestro paisaje, pues hace las veces de espacio geográfico donde depositar la mirada y el esqueleto de los sentidos: «…descubrí playas,/ comí arbustos,/ llegué a un desierto/ con labios azules/ en la madrugada/ …Era un desierto pesquero/ a orillas del mar Mediterráneo,/ a pie de Sierra Cabrera». Siendo la pintura la tercera materia prima de este poemario, pues el mismo está adornado de múltiples referencias a cuadros —en su mayor parte paisajes— y sus artistas —que van desde Turner a Dalí—, con los que la autora ha querido iluminar de una forma diferente cada uno de los estadios anímicos por los que transcurre este conjunto de poemas: «Tú eres todos/ los lugares que he amado,/ todos los libros que he leído,/ todos los cuadros que he visto,/ mi río desde una colina ,/ mi atardecer en Dedham Vale ,/ todos los trazos de mi lápiz». Este elemento pictórico es nuevo dentro de la faceta creativa de la autora, y, en este caso, nos llega como la posibilidad de explorar y encontrar la belleza que se esconde detrás de cada palabra, pues no debemos obviar que la pintura se transforma en poesía, como nos apunta la autora. A lo que podríamos añadir que se trata de una poesía que busca la belleza de lo imposible, pues imposibles son los discursos interiores que mueren dentro de uno mismo. Sin embargo, esa lectura o visión del poemario solo es una de las que el mismo posee, pues como decimos siempre, a cada lector le corresponde su propia y única interpretación, aunque sin necesidad de enriquecer nuestra faceta de inspectores de almas rotas, podríamos apuntar que otro de los temas presentes en esta naturaleza del paisaje es el enriquecimiento personal que nos proporciona el viaje, pues ese es el elemento básico de la particular travesía interior con la que intentamos buscar nuestra propia verdad, esa última verdad que mueve los hilos de nuestros sueños. De esta forma, la voz poética de Noemí Trujillo se descompone, como un caleidoscopio, en múltiples ecos y reflejos que reafirman la fuerza y profundidad del cambio que nos produce el viaje, pues ese es uno de los elementos que nos modelan la mirada y el corazón. En este sentido, las nuevas experiencias propician que ya no volvamos a ser los mismos, sin embargo, los recuerdos, empapados por las lágrimas de la melancolía, al final nos hacen desear regresar a casa y…, al útero materno, por mucho que hayamos visto y cambiado. Aquí, es donde nace la frontera como posibilidad de cambio, pero también como de destrucción. Ese proceso de ruptura y de cambio que subyace en la protagonista, lo hace como máxima que le permite limpiarse el rostro y el cuerpo de sus antiguas heridas, y ese es el reflejo más poderoso, de que la naturaleza del paisaje que se está formando en la obra poética de Noemí Trujillo, va unida a la innata posibilidad del resurgimiento, o de la resurrección, si se quiere, porque ambos son elementos que anuncian que algo nuevo se está gestando en el universo creativo de la poeta de Viladecans que, con pulso firme, logra crear poemas cargados de sensaciones e imágenes, ritmos y cadencias plenos de nuevos caminos por los que transitar. En los veintiún poemas que conforman La princesita del planeta B612 hay una armonía interior, desde su fragmentación a su rima, que les proporcionan la musicalidad de las olas. Y todo ello, bajo ese prisma, a la vez, dictador y revelador, que es la extrañeza que nos sugiere la imagen de nosotros mismos en el espejo de la vida: «…no le fui útil a nadie,/ tal vez soy/ una princesa absurda,/ solo un laberinto/ hecho de horizonte»; una sensación que es la misma que siente, y en la que cae, la protagonista de este poemario; una princesita que es el reflejo inverso del protagonista de El principito de Antoine Saint-Exupéry, pues esa es la soga más firme sobre la que se sustenta esta obra a la hora de bajar de las estrellas y depositar en blanco sobre negro los sueños y la verdad de la intrahistoria que se encierra en cada uno de los veintiún poemas que lo componen, porque la idea de la estrella o asteroide que cae del cielo, Noemí Trujillo la transforma en una voz poética que se abalanza de nuevo sobre el amor perdido. De esta forma, los temas presentes en El principito, como: el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor o la pérdida, también están presentes en este poemario, que juega a ser esa otra imagen de la realidad; la de una princesita que, bajo el enigma y la protección del número siete, parece estar encontrando su lugar en el mundo.
Ángel Silvelo Gabriel