Ibn Battuta: A través del Islam
Alianza, Madrid, 2015
El viaje establece una relación con el entorno y con uno mismo que, a lo largo de la Historia (y de la Historia de la literatura en particular) ha dado lugar, sobre todo, a una forma de definición, una forma de identidad que el hombre ha cultivado como algo inexcusable para sí, y en ello nos ha legado el testimonio maravilloso de otras tierras, otras gentes de las que podemos aprender. El destino del hombre, en ocasiones extraordinarias, se ha trazado así: a través de los caminos, los que propician el conocimiento, tanto de lo otro, de lo distinto y distante, como de los otros, de aquellos que, siendo similares a nosotros en emociones y comportamiento, son distintos; son, ejemplarmente, nuestros complementarios. Es al gran viajero Fermor a quien se atribuye la famosa frase: “Solvitur ambulando”, lo que equivale a decir: la respuesta, la solución está en el camino. Tal vez habiéndose adelantado en su tiempo a esta premisa tan sabia, dicen los testimonios fehacientes que Ibn Battuta, ‘el tangerino’ inició en junio del año 1325 su viaje. Un viaje vital en cuanto que ocupó, en esencia, su vida, y que inició “con el objeto de peregrinar a la Santa casa (La Meca) y de visitar el sepulcro del enviado de Dios, solo, sin compañero con cuya amistad solazarme ni caravana a la que adherirme, pero movido por una firme decisión en el alma” Tal hizo, “y me alejé de la patria como los pájaros dejan el nido” y la aventura, que había de concluir en diciembre del año 1353 habría de llevarle a lugares y culturas tan distintos como El Cairo o Granada, pero también a Palestina, Siria, Persia, China, las islas de Ceilán y las Maldivas, el Golfo Pérsico, Arabia (incluyendo La Meca) y el África oriental o Tombuctú hasta arribar a Siyilmasa, en las proximidades de Fez. Un extenso (en superficie) e intenso (en devoción) itinerario por la cultura del Islam, en aquel momento una de las culturas más florecientes del mundo conocido. Por tales razones la lectura de este libro es un rico legado para los sentidos por lo minucioso de las descripciones, por el lenguaje claro y expresivo que nos aproxima a lo sentido por el viajero, y por la variada identidad de los lugares distintos por donde ha transitado. Así, nos habla del desierto “en el que los beduinos árabes se dedican a robar a los viajeros” y que, debido al viento simún que sopla en él en verano “mata a todos los que encuentra a su paso. Me contaron que cuando este viento mata a un hombre, al ir sus compañeros a lavar el cadáver, todos sus miembros se separan del cuerpo”. Otras veces la descripción es más prosaica: “los reyes de esta país (el sultán de Ladiq) tienen la costumbre de ser humildes con los viajeros y hablarles suavemente, pero dan pocos regalos” Tal vez quepa señalar, una vez más, que el ánimo por el viaje le haya venido por educación paterna, pues su padre, en más de una ocasión, le había recitado (incitando con ello) los famosos versos que hablan de la capital iraquí: “Bagdad es vasta mansión para la gente rica/ y casa de miseria y estrechez para el mendigo/ Anduve perdido en sus callejas/ como un volumen del Corán en casa de un ateo” Estos versos los había escrito un poeta encolerizado con la ciudad, más, qué decir, el camino guarda todo tipo de situaciones, de aventuras. Tal vez aquí, en su imprevisibilidad, resida su seducción, su condición de irresistible para el viajero, para el hombre curioso en el mejor sentido de la palabra. Una lectura desde luego fecunda, instructiva, emocionante.
Ricardo Martínez