Max Aub, cronista de la República

Arturo del Villar

   LA proclamación de la República en 1931 incidió en el sentir de todos los españoles, positiva o negativamente, conforme a sus ideas. Afectó de una manera especial a los escritores, por ser los dedicados a reflejar en sus obras las manifestaciones sociales, igualmente desde su ideología personal. A Max Aub le incitó a modificar su escritura sustancialmente. Lo declaróél mismo de una manera apócrifa, siguiendo con la tarea de mixtificar la realidad mediante la inserción de ficciones, que fue uno de sus entretenimientos favoritos, en verso y en prosa. Inventar la vida de unos personajes resulta obligado en un novelista, pero fabular la propia vida del autor exige una tarea muy imaginativa.

   Quizá la más quimérica sea la de su presunto ingreso en la Academia Española, cuando se hallaba exiliado. En 1971 publicó por su cuenta en México, D. F., un folleto con esta falsa portada:

 Academia Española. El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Por Max Aub. Discurso leído por su autor en el acto de su recepción académica el día 12 de diciembre de 1956. Contestación de Juan Chabás y Martí.[Escudo de la Academia sin corona real.] Madrid. Tipografía de Archivos. Olózaga, 1. 1956.

 

   Todo es falso, desde luego, excepto que Aub era el autor del ingenioso  discurso imposible. También de la supuesta contestación de Chabás, muerto en su exilio de La Habana en 1954, y por lo tanto resucitado para esa imaginaria recepción. Necesitaba utilizar el nombre de un muerto para evitar conflictos con alguien vivo todavía, como es lógico. Quizá pensó en Juan Chabás porque estuvo reconocido como un agudo crítico teatral antes de la guerra, de modo que podía suponerse que, de no haber sido por la sublevación militar de 1936, tendría aumentado su prestigio como historiador del teatro en 1956, con un sillón en la Academia Española, imaginando asimismo que viviera entonces.

   Por otra parte, Chabás fue el último amante de Carmen Ruiz Moragas, la barragana más permanente de Alfonso XIII y madre de sus dos bastardos, a los que dejó muy bien atendidos en el chalé que les regaló y con una fortuna en el banco, antes de marcharse al exilio. Chabás estuvo amancebado con ella hasta su muerte, y ocupó un puesto destacado en el cortejo fúnebre, junto a aristócratas que sirvieron a la amante de su rey hasta el final. Así que el sucesor del rey en la cama de la Moragas sería un espectro esperpéntico muy oportuno en aquella farsa. Aunque no se pudiera dudar de la fidelidad de Chabás a la República, para muchos republicanos parecía indecente su relación con la barragana oficial del rey católico por herencia del título, y adúltero por sus costumbres.

Autocrítica apócrifa

   Sea como fuere, lo que importa ahora es resaltar una declaración que Aub pone en boca de Chabás acerca de su propia escritura. Es un singular caso de autocrítica disimulada por medio de una persona con existencia real:

     Max Aub, formado entre una minoría de escritores atraídos por la pureza de la poesía y la deshumanización del arte, ha descubierto que la vida de verdad no puede ser la torre de marfil. Cuando se proclama la República –Max Aub ha publicado ya varios libros de poesía, de narración y obras teatrales, y pronto cumplirá treinta años--, siente la necesidad de que su obra sea expresión de su propia vida de hombre y del vivir de su pueblo. (Teatro, p. 24.)

   Hinchó las cifras reales al mencionar los “varios libros de poesía, de narración y obras teatrales” editados por él antes de la proclamación de la República, porque solamente eran tres, uno de cada género: Los poemas cotidianos (poesía, 1925), Geografía (narración, 1929) y Narciso (teatro, 1928). También exageró al decir que “pronto” iba a cumplir treinta años, puesto que al haber nacido el 2 de junio de 1903 le faltaban más de dos años aquel 14 de abril de 1931, fecha que él mismo fija como punto de partida de su renovación estética y espiritual. Pero eso importa poco en la sucesión de acontecimientos irrealizables.

   Lo verdaderamente interesante es su declaración de quemar la torre de marfil en que se refugiaban los poetas puros y los artistas deshumanizados, para reflejar en los escritos la realidad social del momento, un compromiso ético para colocar la literatura al servicio “de su propia vida de hombre y del vivir de su pueblo”. Por eso puede describirse a Max Aub como un escritor republicano, en el que aquella fecha histórica del 14 de abril significó un cambio de estilo, por implicar una modificación de las circunstancias sociales que afectaban a todos los españoles, con repercusión en su escritura al expresar “la vida de verdad”.

Teatro para el pueblo

   No es que de repente mostrase una inquietud política: ya en 1927 había ingresado en el Partido Socialista Obrero Español, y nunca abandonó esa militancia, pese a las disensiones entre sus dirigentes, en España y en el exilio. Se había implicado, pues, a los 24 años en la defensa de una ideología marcada por Pablo Iglesias, como partido marxista, republicano y laicista, pero manteniendo intactos sus criterios estéticos. En sus inicios como escritor suponía factible realizar el arte por el arte, despreocupado de los posibles lectores. El nuevo sistema político elegido por el pueblo español le obligó a modificar sus esquemas inspiradores, de modo que el arte pasara a convertirse en un servicio social. De momento fue solamente una actitud ideológica., transformadora de su manera de pensar.      

   Colaboró con el Gobierno de la República integrándose en las Misiones Pedagógicas, demostración de un interés por educar a un pueblo abandonado en la incultura durante la monarquía, por deseo de la Iglesia y el Estado. Le animó la misma intencionalidad para dirigir el grupo teatral El Búho, organizado por la Federación Universitaria Escolar de la Universidad de Valencia. Sin embargo, esa actitud política no trascendió inmediatamente a la escritura. Su obra más importante en este período es Luis Álvarez Petreña, un supuesto escritor de tono romántico, interesado únicamente por sus preocupaciones íntimas de carácter erótico, que apareció en 1934.

   En esa época de convulsiones sociales algunos escritores adquirieron un compromiso político con el pueblo, y pretendieron alentar la revolución proletaria con las armas a su alcance, que eran sus escritos. No es el caso de Aub; durante la etapa republicana en paz su escritura también era pacífica, y él mismo asistía a tertulias literario—políticas en las que participaban personas con ideologías muy apartadas de la suya, tanto anarquistas como falangistas.

   Parece que solamente el teatro le resultaba idóneo para exponer un sentimiento aplicable a la política. El dramaturgo consigue influir en el ánimo de los espectadores por medio de la complicidad de los actores. Los tres elementos de la comunicación teatral posibilitan la unidad de acción, al menos en teoría, que ejecuta encarnadamente la apariencia de realidad. Por ese motivo se puso al frente de un grupo teatral, con la intención de recuperar para el pueblo obras clásicas que en su origen fueron populares, después    olvidadas por las compañías comerciales.

   A comienzos de 1936, en algunos mítines del Frente Popular se representó una obra dramática de Aub, El agua no es del cielo, y en mayo se tiraba en una imprenta valenciana su todavía útil Proyecto de estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile.En aquellos años en los que el cine tenía escaso desarrollo en España y no existía la televisión, indudablemente el teatro constituía el mejor método de educación popular, y según la ideología de sus autores iba a repercutir en la opinión de los espectadores, impulsándolos hacia la izquierda o la derecha.  

Guerrillero del teatro

   Con la sublevación de los militares monárquicos en el mes de julio se cancelaron todos los proyectos, y se echó mano de la improvisación para afrontar a los agresores fascistas españoles, alemanes, italianos y portugueses. Las Guerrillas del Teatro continuaron la excelente labor de las Misiones Pedagógicas, y para ellas escribió Aub varias piezas de intención educadora, a fin de comprometer a los espectadores activamente en una guerra que implicaba a todos sin excepción posible: ¿Qué has hecho hoy para ganar la guerra? es el título de una de ellas, tan expresivo que anuncia su plan. Se tata sin duda de literatura de circunstancias, pero unas circunstancias tan singulares que exigían una literatura especial.

   Los periódicos derechistas criticaron muy negativamente las actividades de Aub, ya que contribuían a despertar los sentimientos populares por la justicia y la paz. La acusación más reiterada se refería a su condición de ser judío, lo que para ellos constituía un delito, siguiendo el ejemplo de la Alemania nazi. De haber caído en poder de los rebeldes hubiera sido fusilado nada más que por ese motivo. Habían vuelto los tiempos y los métodos del Tribunal del Santo Oficio, tan animoso en la realización de autos de fe para quemar judíos. Los hornos crematorios alemanes eran la adaptación moderna de los viejos métodos criminales.

   Los tres años escasos de la República en armas dieron un sentido nuevo a su vida y, en consecuencia, a su escritura. Es poco lo que escribió en ese período, pero la experiencia impresionó decisivamente su espíritu. En Valencia, donde se instaló el Gobierno constitucional, dirigió el periódico socialista Verdad.Nombrado después agregado cultural en la Embajada en París, contribuyó a la organización del Pabellón Español para la Exposición Internacional de 1937, en el que expuso Picasso su magistral Guernica, cuadro que Aub comentó especialmente el día de la inauguración, para que el mundo conociera la injerencia nazifascista en la guerra.

   De vuelta a Valencia, fue secretario del Consejo Central de Teatro, presidido honoríficamente por Antonio Machado. Tradujo y adaptó al cine L’Espoir de André Malraux, y colaboró en la filmación. Con el equipo cinematográfico salió de España por la frontera francesa el 1 de febrero de 1939, perdida ya la esperanza de una victoria republicana, tras la caída de Barcelona en poder de los rebeldes el 26 de enero.

Los campos franceses de exterminio

   Puesto que había elegido la nacionalidad española en 1923, y se sentía un patriota español, que se expresaba en el idioma oficial de su tierra para comunicar sus opiniones, tuvo que abandonar la patria de elección, conquistada por los nazifascistas, para regresar a la de nacimiento, que muy pronto iba ser también derrotada por los nazis, sin oponer resistencia. Sus dos patrias habían dejado de serlo, puesto que deseaba vivir en libertad, y en ninguna de las dos le era posible conseguirlo.

   Francia se portó con él tan mal como con todos los republicanos españoles. La actitud de la República Francesa ante la República Española fue inicua durante la guerra, e inhumana respecto a los exiliados tras ser vencidos. Gran culpa de la derrota la tuvieron la República Francesa y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, con su criminal política de no intervención en la guerra, cuando era notoria y comprobada la intervención de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal salazarista, con la ayuda económica del presunto Estado Vaticano. La disculpa dada por el Frente Popular francés para no ayudar al español fue que se encontraba entre dos potencias agresivas y poderosas, a las que no deseaba molestar. De nada le sirvió su cobardía, porque Francia fue invadida y el 22 de junio de 1940 se rindió vergonzosamente ante la Wehrmacht: la República Francesa desapareció, transformada en el Estado Francés, colonia de la Alemania nazi.

   Denunciado por José Félix de Lequerica, embajador de la dictadura, ante las autoridades francesas como judío y comunista, Aub conoció los inhumanos campos de concentración franceses, a semejanza de los alemanes. Era joven y consiguió sobrevivir en aquel ambiente hostil. Estuvo internado en el famoso estadio de Roland Garros, convertido en gran cárcel para la desesperanza, después en el campo de concentración de Vernet d’Ariège, más tarde en la prisión de Niza, de nuevo en Vernet, hasta que el 25 de noviembre de 1941 fue embarcado con destino al campo de concentración de Djelfa, en Argelia, donde el sufrimiento superó todos los padecimientos anteriores. Consiguió evadirse el 8 de julio de 1942, y cuando pudo y como pudo embarcó para México, adonde llegó el 1 de octubre.

La escritura del exilio

   Pasó casi exactamente treinta años exiliado en México, puesto que falleció el 22 de julio de 1972, como ciudadano mexicano, ya que obtuvo su cuarta nacionalidad en 1956, después de tener la alemana por su padre, la francesa por su nacimiento y la española por elección. No obstante, patrias efectivas no tuvo más que dos, España y México, y de ellas fue la americana la que le mostró un mejor comportamiento, porque la europea demoró mucho reconocer sus méritos. En México pudo trabajar como profesor, dictar conferencias, colaborar en periódicos, publicar 61 libros, redactar guiones cinematográficos, estrenar piezas teatrales, y por encima de todo, consiguió vivir en libertad.

   La obra fundamental de Max Aub está hecha en el exilio. La editada antes fue una preparación estilística, en la que ensayó diversas expresiones en diálogo teatral, narración y verso. Le faltaba el gran tema inspirador, que hiciera necesario un replanteamiento estético. Ese tema fue el de la guerra incivil librada en España por las naciones agresivas nazifascistas contra el pueblo. Encontrado el argumento, era fácil desarrollarlo.

   Si durante la etapa de la República en paz buscó el medio de servir al hombre de la calle con su escritura como referencia, con la República en armas descubrió la razón inspiradora, y en el exilio la puso en práctica. Al llegar a México tenía 39 años, de modo que estaba completa su formación biológica, ideológica y estilística. La experiencia de la guerra y el exilio es el gran tema esencial de su obra literaria, el que le hizo definitivamente escritor y justifica su puesto en la historia de nuestra literatura.

   Por haber vivido, visto y escuchado lo que fue aquel momento trágico, lo describió documentalmente con viveza. Puso en boca del médico socialista Julián Templado, en Campo de los almendros, su opinión sobre el valor de las novelas como testimonios de la historia:

   --Los únicos documentos fehacientes: las novelas.

   --¡Pero sin son cosas inventadas! –aduce, candoroso, Juanito Valcárcel.

   --Por eso: por lo menos tienen como base una cosa real: la imaginación. (Almendros, p. 237.)

   Gracias a su imaginación colocó a unos personajes ficticios como protagonistas de sucesos reales. Así convirtió las novelas sobre la guerra en documentos fehacientes de la realidad, bien redactados imaginativamente y ajustados a los hechos históricos.

Escritor sin lectores

   Las seis novelas integrantes de la serie El laberinto mágico, tituladas cada una de ellas como un campo, constituyen el documento principal de su obra completa: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965), y Campo de los almendros (1968). Vamos a examinarlas como exponentes de la ética y la estética maxaubianas, un resumen de la totalidad de su obra escrita en prosa narrativa o teatral y en verso. Y cuando convenga reforzar sus declaraciones, recurriremos a otros títulos complementarios, como apoyatura.

   Nos importa saber que Aub pagaba las ediciones de sus libros, aunque varios luzcan en la cubierta el nombre de Tezontle, empresa del Fondo de Cultura Económica, la mayor y mejor editorial mexicana. Es seguro que no recuperaba el coste de la publicación, cubierta con los ingresos obtenidos con sus trabajos como profesor y periodista. Sus ediciones tenían prohibida la entrada en España, debido a la temática que trataban, y en los países hispanoamericanos se vendían poco. Lo reconoce el autor en sus Diarios: el 1 de noviembre de 1954, cuando ya contaba con una bibliografía de treinta libros editados, anotó su extrañeza por la escasa atención que recibían:

   Uno de los casos más curiosos, que no me explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor […] Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los distribuye. (Diarios, p. 252.)

   Y dos años antes de su muerte, el 21 de marzo de 1970, cuando tenía impresos 62 libros con su nombre, realizó un examen íntimo, por la necesidad de entender por qué y para quién escribía, una interpelación a la conciencia muy frecuente entre los escritores:

   No escribo con ningún eco. Lo hago por gusto, porque no sé hacer otra cosa, porque no hay nada que me guste más, […] No busco el éxito, no busco renombre, no busco honores; no busco lectores (tendría que escribir menos y corregir más).¿Para quién escribo?  No lo sé, ni creo que ningún escritor bien nacido lo sepa. Para quien le dé la gana. (Diarios, p. 449).

   Es una confidencia muy explicativa. Confirma que escribía por necesidad vital, que debía escribir para continuar viviendo, y además que invertía el dinero conseguido con los restantes trabajos en pagar la edición de sus escritos. Editar consiste en compartir ideas propias con otras personas, lo que exige necesariamente la existencia de lectores. Sin embargo, Aub reconocía carecer de ellos. A pesar de todo, escribía y publicaba porque no podía dejar de hacerlo.

Aunque haya un solo lector

   Si en aquel momento resultó ignorado por los lectores, ahora ha conseguido el reconocimiento como escritor testigo de su tiempo aterrador, cronista de la República en armas para defender al pueblo de los militares monárquicos sublevados, y del exilio sufrido por ese mismo pueblo derrotado por el nazifascismo internacional. En Campo de los almendros incluyó en medio del relato novelesco unos comentarios del autor en torno al concepto de la novela, titulados “Páginas azules (porque habrían de ir impresas en papel de ese color)”, donde afirmó:

   Ahora bien, lo que importa es que quede, aunque sea para uno solo en cada generación, lo que aconteció y lo sucedido en Alicante esos últimos días del mes de marzo de 1939. El autor cree que, si en vez de escribirlo en prosa, lo cantara en ferias y plazas tendría éxito; pero es un medio que ya no se emplea, y el cine y la televisión, que lo han reemplazado, ignoran esos caminos. (Almendros, p. 363.)

   Como cronista, le importaba que permaneciese para la historia el testimonio escrito de lo vivido por el pueblo. Fue una gesta que debería ser cantada por las plazas, como hacían antiguamente los juglares, y en épocas posteriores los ciegos. El mester de juglaría cantaba las hazañas de los combatientes castellanos contra los invasores moros, y eso mismo hizo Aub. Aunque no haya más que un lector en cada generación, está justificado escribir y publicar la crónica de los sucesos, a fin de que el testimonio perdure en la memoria de las gentes y sea conocido por las generaciones posteriores. Un lector en cada generación salva al autor del olvido, y si el autor es un cronista le hace imprescindible, para autentificar la historia.  

   Vamos a examinar los testimonios declarados por Max Aub en las novelas de El laberinto mágico, una crónica antes vivida que escrita, memoria imparcial de la II República Española. Gracias a su exposición se entiende mejor cómo se desarrolló aquel período heroico para el pueblo español, obligado a defender sus libertades con unas armas que debió aprender a utilizar apresuradamente.

No había republicanos

   Lo primero que constató Aub es que en aquella España no había republicanos, algo que comentó asimismo en su momento Manuel Azaña. En Campo cerrado expuso una opinión personal como cronista, al estudiar la evolución del sentimiento republicano en la sociedad. El asunto es de enorme interés, y nos obliga a reflexionar para ver qué había pasado con aquel entusiasmo popular compartido por la gran mayoría de los españoles que votó por los candidatos republicanos para expulsar al rey dictador:

   En 1930, el mundillo burgués fue republicano. Cuando se proclamó la que había de ser panacea, un tanto por chiripa, como si del dicho al hecho hubiese desengaño, no fue tanto: los de buen nombre vieron aquello como un insulto personal, los de buen capital con temor. Ser republicano con la República no vestía ya nada. Y cuando los socialistas intentaron unas tímidas reformas, los de posibles y los radicales se dieron la lengua y quebraron la niña. (Cerrado, p. 124.)

    Es cierto que el Gobierno formado por la conjunción republicano—socialista, vencedora en las elecciones de 1931, actuó con timidez a la hora de intentar poner coto a los privilegios de clase, sin atreverse siquiera a llevar a cabo una reforma agraria a fondo, como reclamaban los trabajadores del campo. A pesar de ello, las fuerzas de las derechas anticonstitucionales se oponían por principio a cualquier innovación, y no digamos la ultraderecha, azuzada por los monárquicos y los clérigos.

   Las izquierdas se agrupaban en partidos con su propia ideología, la única que les importaba. Solamente les interesaba la República para conseguir sus fines particulares, sin atender al bien común de los ciudadanos. En cuanto a los nacionalistas, no atendían más que a su conveniencia, sin preocuparles lo que ocurriera en el Estado español.

   Era escasa la afiliación en los partidos estrictamente republicanos, los únicos defensores de ese ideario sin otras connotaciones. Y alguno, como el Radical presidido por Alejandro Lerroux, atendía a su propio negocio más que al bien público, lo que le condujo al desastre en el caso del estraperlo.

Memoria de Azaña

   El político más respetado en aquellos años fue Manuel Azaña, elegido por eso presidente de la República el 10 de mayo de 1936. La opinión de Aub sobre él era ambivalente. En sus Diarios censuró algunas actitudes humanas y políticas del líder de Izquierda Republicana, y criticó negativamente sus Memorias políticas y de guerra: léanse las páginas 418 a 421 para comprobarlo. No obstante, reconocía su honradez y entrega al ideal que servía; por ejemplo, cuando escribió: “Su amor a España, a la que llevaba dentro, le salvará” (p. 188).   

   Un personaje de ficción en Campo abierto, el dramaturgo Ambrosio Villegas, asiste a una reunión del Comité de Espectáculos Públicos UGT—CNT, mantenida en Valencia al comienzo de la sublevación militar, y rememora el histórico mitin de Azaña en Mestalla el 26 de mayo de 1935. El narrador le hace evocar el sentimiento de los asistentes:

   Villegas se recuerda del mitin de Mestalla. El sentimiento conjunto, regado, machimbrado de cien mil personas. Lloró al oír hablar a Azaña. No era la oratoria: era el deseo de aquella masa, su ilusión idealmente solidificada, la seguridad de un mundo mejor a la vuelta de unas semanas, por carisma. (Abierto, p. 26.)

   El carisma de Azaña hacía sentir al pueblo la realidad de la promesa de una España mejor, más justa y solidaria. Tal era la opinión popular. Sin embargo, algunos partidos y algunos sindicatos, entregados a sus intereses exclusivistas, denostaban su figura. Así, a una intervención de Villegas replica el presidente cenetista: “Es una gracia de intelectual partidario de Azaña”, y anota el narrador: “Dijo Azaña, con el mismo desprecio que si hubiese dicho Sanjurjo.”

   Aub se comporta en esa escena como un simple cronista: opone el recuerdo emocionado de un personaje al despectivo de otro. Estaban dos españas en guerra, pero en una de ellas combatían entre sí otras varias españas minúsculas, algunas ridículas. Este asunto se explicita a lo largo de las seis novelas de El laberinto mágico, componiendo un panel definidor de los principales grupos políticos. Vamos a repasar sus papeles respectivos.

Los buenos socialistas

   Al haber pertenecido durante 45 años al Partido Socialista Obrero, sin cuestionarse nunca esa militancia, pese a las disensiones internas experimentadas en la formación y a sus bandazos ideológicos, se comprende que constituya un referente reiterado en su narrativa. La organización le resultaba satisfactoria, aunque algunos de sus líderes le parecían despreciables. En realidad, desde la muerte en 1925 de su fundador, Pablo Iglesias, el Partido Socialista ha estado dividido en facciones enfrentadas, que se hacen la guerra entre sí, una mala costumbre al parecer inevitable en su idiosincrasia, que beneficia a sus adversarios políticos.

   La presentación hecha por Aub de su partido es, naturalmente, favorable, lo muestra dialogante dentro y fuera de la organización  Por ejemplo, en Campo de sangre pone esta afirmación en boca del juez republicano José Rivadavia:

   --Con los socialistas –enlazó Rivadavia— puede uno entenderse porque siempre les queda un resquicio en el cual puede uno acoplarse; con los comunistas, no. (Sangre, p. 121.)

   Es lógico que se exprese así un republicano, al recordar que la conjunción republicano--socialista hizo posible la implantación de la República en 1931. Sin embargo, el partido se hallaba verdaderamente partido en dos tendencias, lideradas por Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, más una fracción minoritaria seguidora de Julián Besteiro, a las que se añadió durante la guerra otra partidaria de Juan Negrín. La falta de sintonía entre estos sectores resultó nefasta, sobre todo para la marcha de las operaciones militares. Avergüenza y apena leer el Epistolario Prieto—Negrín, publicado en París en agosto de 1939 por los partidarios de Prieto, y conocer sus actuaciones con respecto al barco Vita y el dinero de los exiliados.

El funesto Prieto

   En opinión de Aub, el causante de todos los problemas era Prieto, al que despreciaba y no se cansó de censurar. Un personaje de Campo de los almendros, Paco Ferrís, republicano, escribe un artículo demoledor contra el conocido popularmente por Don Inda, calificándolo de “opositor por nacimiento, periodista por gusto de llevar la contraria, moviéndose como anguila en barro entre chismes”, que demostró su incapacidad cuando fue ministro porque sus actuaciones “más parecen obra de alcalde que de ministro”, motivo por el que “Defraudó a todos, menos con la lengua”, y concluye profetizando que “quedará durante algún tiempo en el de las memorias como uno de los políticos españoles más funestos de nuestro tiempo” (Almendros, pp. 82 ss.)

   No siempre la opinión de un personaje tiene que ser la sustentada por el autor, pero en este caso lo es, ya que en sus Diarios deslizó parecidos juicios. Así, el 9 de octubre de 1948 definió a Prieto como “deshacedor de lo que toca, disolvente asqueroso, mal de España” (p. 150), y el 7 de mayo de 1953 anotó: “Prieto es uno de los hombres más funestos que ha tedio España”, en coincidencia con lo afirmado por el ente de ficción (p. 225).

   Recuérdese que Prieto obstaculizó a los gobiernos republicanos en el exilio de Giral y Llopis, y en agosto de 1947 promovió que el Partido Socialista abandonase toda participación en los gobiernos legítimos de la España peregrina. Al año siguiente firmó el vergonzoso pacto de San Juan de Luz con los ultraderechistas Gil Robles y Sainz Rodríguez, aceptando una restauración monárquica en la persona despreciable de Juan de Borbón, lo que motivó una nueva escisión del partido.

Besteiro, siempre en contra

   Otro socialista muy censurado por Aub es Julián Besteiro. Lo retrata en Campo del Moro, novela ambientada en el Madrid de marzo de 1939, durante la sublevación de coronel Segismundo Casado contra el Gobierno constitucional, apoyado por Besteiro. La traición de Casado fue igual a la ejecutada en julio de 1936 por los militares monárquicos rebelados contra un Gobierno contrario a sus ideas, pero la de Besteiro es más repugnante todavía, puesto que se alzó contra un Gobierno presidido por su compañero de partido Juan Negrín. No existe ninguna disculpa para su traición.

  Critica Aub ese nuevo golpe de Estado realizado por unos sujetos encargados de defender a la República contra los militares sublevados inicialmente, y recuerda que Besteiro ya había aceptado la participación socialista en la Asamblea Nacional creada por el dictador general Primo para disfrazar de legalidad a su régimen golpista. Apodado El Profesor, Besteiro recibe el vituperio de varios personajes, y también del autor, que escribe:

   Julián Besteiro, siempre en contra. Lo mismo de Largo Caballero que de Prieto […] Mediocre, por lo menos como político, […] Vanidoso, creyéndose siempre en posesión de la verdad (catedrático de lógica: no puede equivocarse): Yo… yo… yo… yo… (Moro, p.58.)

   Al leer el diario de Azaña se tropieza a menudo con pareceres semejantes, y la sospecha de que Besteiro no actuaba con trasparencia como presidente de las Cortes. Resulta un personaje muy controvertido, sus motivaciones son difíciles de entender. Se comportó como los militares golpistas y los civiles fascistas que los apoyaron. Por eso decidió quedarse en Madrid, para entregar la capital a los rebeldes triunfadores gracias a su traición, suponiendo que le iban a premiar ese gesto, pero olvidó que una vez consumada la traición ya no son necesarios los traidores, así que lo encarcelaron.

   El dictamen final de Aub lo expresó en la novela Campo de los almendros: se lo hace decir a unos redactores del periódico Avance el 30 de marzo de 1939, cuando comentan su decisión de quedarse en Madrid para esperar a los rebeldes triunfadores, y uno dice:

   He visto pocas personas tan obstinadas.¿Orgullo? Además, supongo que le molestaría tener que compartir barcos, avión o lo que fuera, con personas que desprecia. […] Para mí, Casado y él, tan traidores como Franco. (Almendros, pp. 219 s.)

   Estos apuntes sobre el carácter de Besteiro coinciden con el retrato psicológico que trazan sobre él los historiadores, de modo que deben de ser verdaderos. No se olvide que Aub pertenecía al Partido Socialista lo mismo que Besteiro, y representaba una de las variadas tendencias en las que se escindía por carecer de una dirección efectiva. Las disensiones internas minaron la credibilidad de una agrupación carente de identidad.

El socialismo como panacea

      Comprobamos que ni Prieto ni Besteiro le resultaban simpáticos a su compañero Max Aub. Es cierto que ellos no eran el socialismo español, pero a menudo lo representaban. Por eso, aunque no renunció a su militancia, Aub criticó ciertas prácticas del partido al que pertenecía desde 1927, Por ejemplo, el 24 de marzo de 1941, durante un momento de libertad en Francia, llevó a los Diarios una confidencia que no deseaba hacer pública para no perjudicar al partido, pero que le corroía el sentimiento:

   Los socialistas son gentes para los cuales la vida política se reduce a las elecciones, las preferencias, las zancadillas, los dimes y diretes, la antigüedad en el  partido: no se diferencian de lo más odioso de los radicales socialistas. Eso arriba. Y la base, inficionada. La vida les tiene sin cuidado, dejan toda libertad al correligionario para que sea un sinvergüenza. (Diarios, p. 66.)

   La censura salía de sus observaciones desde dentro de la organización. Sin embargo, nada de lo visto y oído fue suficiente para alterar su fe socialista, como lo dejó muy claro en los Diarios el 22 de febrero de 1952, cuando el Partido Socialista del interior de España era tan inoperante como el del exilio:

   Me interesa que quede bien claro: creo que nuestro mundo no tiene más salida que el socialismo; y que todo mi esfuerzo está empeñado en dejar constancia de los dolores del parto. Y que mi modestísima condición de cronista no me permite mentir ni callar. Y que no tengo más ambición, al señalar a veces daños, que el de ver si se pueden remediar. (Diarios, pp. 203 s.)

      No debe olvidarse esta militancia socialista, al revisar los juicios que le merecieron otros partidos políticos, ya que no podía ser imparcial. Por convertirse en cronista de unos memorables acontecimientos históricos, que cambiaron la vida de los españoles, no se libraba de un apasionamiento inevitable en quien los había padecido, porque no era insensible.

Contra los comunistas

   Por su parte, los comunistas quedan retratados en El laberinto mágico de una manera ambivalente. Sus características principales consisten en ser disciplinados y fanáticos. Es factible considerar esa particularidad como virtud o como defecto. Según el criterio del novelista, resulta defecto. Los personajes comunistas son simpáticos, a veces heroicos, pero se les critica, incluso por sus amigos, debido al rígido sometimiento al control del partido, en opinión de Aub. Lo leemos en Campo de sangre, por ejemplo, cuando el juez republicano Rivadavia dice al capitán comunista Jesús Herrera:

   Odio vuestras  consignas, las que aceptáis sabiéndolas falsas y estáis dispuestos a defender hasta la muerte, no por lo que digan, que tanto os da, sino por quien os ha dicho que las sostengáis. Crees en lo que te dicen, sin creerlo. (Sangre, p. 161.)

   En otro capítulo el médico socialista Julián Templado expone al capitán comunista Juan Fajardo las diferencias entre ellos, en relación con sus respectivos partidos, y su concepto de la Unión Soviética comandada por Stalin, el único dirigente político que se atrevió a apoyar con eficacia, es decir, con armamento y asesores, a la República Española, a pesar del inicuo acuerdo de no intervención inventado por la República Francesa y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte:

   Para vosotros el aparato, lo real, hoy, es ante todo; para mí, no. Para vosotros el Partido envuelve la vida, la sojuzga, es lo primordial; para mí, no. Para vosotros es condición primera, para mí  sería, a lo sumo, consecuencia. […] La U. R. S. S. es un inmenso convento y no todos los que van por el mundo tienen huesos de santo. Así me explico tanto proceso, tanta desaparición, tanto cambio. (Sangre, p. 398.)

      En ambas citas debe tenerse en cuenta que las opiniones de los personajes no sólo las escribía el autor, sino que las compartía. Queda claro al repasar sus Diarios.El 16 de mayo de 1950 mantuvo una disputa con un comunista anónimo, y Aub anotó los reproches que le hizo en relación con la literatura, un asunto que lógicamente le inquietaba:

   Lo que sucede –y es inimaginable a la luz de la razón— es que juzgáis la literatura con criterio exclusivamente político. No os importa un comino la calidad. Basta que el autor sea comunista irreprochable para que lo que escribe sea bueno, o, por lo menos, pasable. […] De un escritor os interesan los antecedentes –la ficha--, y según eso juzgáis. Ante esa falta de probidad, ¿cómo vamos a discutir? De la noche a la mañana una obra que reputáis espléndida puede pasar al completo olvido. (Diarios, pp. 166 ss.)

   Es verdad que el Partido Comunista valoraba la ideología política a la hora de juzgar un escrito literario; sin embargo, no constituía un uso exclusivamente suyo, sino que se hallaba y sigue hallándose muy generalizado. Es absurdo pretender que en la Unión Soviética se promocionase a escritores fascistas, por ejemplo. No obstante, debe tenerse en cuenta que no se llegó a quemar públicamente los libros considerados lecturas perniciosas por los dirigentes soviéticos, como sí se hizo en la Alemania nazi, en donde fueron prohibidos todos los libros escritos por judíos, y si era posible se detenía a los autores para llevarlos a los campos de exterminio.

   Por su militancia socialista, Aub tenía una cuenta pendiente con los comunistas españoles. Así lo recogió en sus Diarios el 1 de marzo de 1952, al reproducir su diálogo con otro comunista sincero:

   Salí de España por no callar –porque ésa es mi manera de combatir, porque mi profesión es la de escritor--, y no callaré mi verdad. Mi verdad, óyelo bien, que desea ardientemente que todos los proletarios del mundo se unan, pero que no puede tolerar que nos tengan, a nosotros los socialistas, por traidores. (Diarios, p. 207.)

   Aquí habla el militante obediente de partido, que tenía sus creencias muy alejadas del comunismo. Por fuerza su manera de pensar tenía que reflejarse en su escritura. Aunque Aub no fuese un teórico, sino un creador, seguía las pautas marcadas por la ideología del partido al que libremente se afilió porque le parecía el más justo. No podía ser de otra manera.

Los anarquistas, aparte

   Tampoco los anarquistas eran del agrado de Max Aub. Les achacaba no preocuparse más que de sus intereses partidistas, sin atender al fin superior de salvaguardar la República frente a sus enemigos. El protagonista de Campo cerrado, Rafael López Serrador, conversa en octubre de 1934, en Barcelona, con un catalanista, y mantienen este diálogo en el momento en que Manuel Azaña estaba preso en la misma ciudad, por instigación del Gobierno ultraderechista anticonstitucional:

   --Los anarquistas queremos implantar el comunismo libertario, y mientras no haya una posibilidad de que nuestra sangre sirva para implantarlo, que no se cuente con nosotros.

   --¡Pero así la República se irá a paseo!

   --Por nosotros ya puede irse a donde le dé la gana. Lo mismo nos han machacado los liberales que los conservadores. Y preferimos Lerroux a Largo Caballero. (Cerrado, p. 104.)

   Así era el espíritu anarquista, en efecto, porque al rechazar toda clase de autoridad quedaba marginado voluntariamente. De esa manera hacía el juego a los enemigos de la República, que se apresuraron a aprovecharse de su indisciplina. Al negarse a acatar las órdenes de los militares con graduación, por ser contrario a sus convicciones, causaban un estrago en el Ejército leal. En otra novela de la serie, Campo del Moro, el ugetista Juan González Moreno habla con Besteiro sobre la sublevación de Casado apoyada por él, y le explica:

   Dejemos a los anarquistas aparte. Ellos van a lo suyo. Con tal de estar en contra y de poder mandar aunque sea un día, felices como suicidas que son. (Moro, p. 137.)

   Estas opiniones quedan expresadas por los personajes, aunque sabemos que las compartía el autor. Lo comprobamos al leer La gallina ciega, el diario de su fugaz viaje a España en 1969. El 24 de octubre alguien le planteó la pregunta que se hicieron todos los republicanos en su momento, y que nos hemos hecho después sus herederos:

   --Ya sé que no has venido a eso. Pero si tuvieras que contestar a esta pregunta: “¿Por qué perdisteis la guerra?”, ¿qué contestarías?

   --Primero, por Inglaterra.

   --¿Y luego?

   --Por la C. N. T. (Gallina, p. 360.)

   Habían transcurrido treinta años desde el final de la guerra mal llamada civil, cuando dio esa respuesta. Tuvo tiempo sobrado para meditar sobre un acontecimiento que trastocó su existencia, de modo que sin duda creía que fue así. Por eso lo dijo y después lo escribió.

Los fascistas en tertulia literaria

  Queda confirmado por el testimonio del autor que la República no encontró republicanos que la defendieran: socialistas, comunistas y anarquistas perseguían sus fines particulares. Esos partidos formaban el principal bloque  de la izquierda constitucional, junto con las formaciones estrictamente republicanas. Enfrente se hallaba la derecha anticonstitucional, y en ella un partido minoritario, llamado a desempeñar un papel preponderante tras la sublevación militar, y sobre todo después de su victoria: Falange Española, principal expresión del fascismo español.

   Aub compartió tertulias en Barcelona con escritores falangistas, por ser escritores, no por ser fascistas. En su novela Campo cerrado  refiere cómo eran aquellas tertulias presididas por Luis Salomar, trasunto del anacrónico escritor santanderino trasplantado barcelonés Luys Santamarina, absurdo imitador del estilo barroco. El protagonista de la novela, el ya citado Rafael López, le asegura a Salomar que la distancia entre los señoritos y los obreros es insalvable, de manera que las soflamas falangistas en pro de los asalariados sonaban a falsedad y nadie las tomaba en serio.

   Durante su paseo por España en 1969, Aub volvió a participar en la tertulia de los escritores fascistas en Barcelona. Es una demostración de su amplitud de opinión y falta de sectarismo, aunque tratándose de fascistas parece recomendable no relacionarse nunca con ellos. Sucedió lo inevitable, y el diálogo entre el derrotado y los vencedores resultó imposible.

Los falangistas endiosados

      En Campo cerrado se pormenorizan los entrenamientos como guerrilleros de los fascistas, y sus primeras actuaciones encaminadas a la destrucción de la República. En otras novelas se describen las atrocidades cometidas por los facciosos durante la guerra, en nombre de España y de Dios, conceptos de los que se apropiaron tranquilamente hasta convertirse en sus únicos dueños, negando a los demás su utilización.

   En el frontis de Campo de sangre figura una cita del Evangelio según Mateo: “Por lo cual fue llamado aquel campo, Haceldama, esto es, campo de sangre, hasta el día de hoy” (27:8). En el “hoy” de la guerra Judas se había encarnado en Franco, y toda España era un campo de sangre por causa de su traición. Nos interesa meditar ahora sobre este comentario del juez republicano Rivadavia:

   Los fachas de verdad no creen en Dios. Creen que ellos son Dios. Si los curas que les sirven creyeran en Dios, no les servirían. Les sirven como si ellos fuesen Dios. Ya no distinguen entre Dios y César, porque el César es Dios. Dios, generalísimo de esta cruzada, que dijo Pemán. Por eso nuestros falangistas buscan tanto los fastos de la Iglesia: viene a ser el lujo cortesano de su régimen. (Sangre, p. 120.)

      Durante la interminable posguerra el endiosamiento del dictadorísimo alcanzó honores de caricatura, gracias a la abyecta sumisión de sus servilones lacayos. Los jerarcas de la Iglesia catolicorromana, además de levantar el brazo derecho para saludar a la manera fascista a sus símbolos, hacían entrar al dictadorísimo en las catedrales bajo palio, un honor reservado hasta entonces para la hostia consagrada y transustanciada en el cuerpo de Jesucristo, según sus creencias, a la vez que incensaban su grotesca figura.

Represalias contra los vencidos

   Las escenas de barbarie ejecutadas en el nombre de Dios fueron innumerables. Convertida la rebelión militar en una cruzada contra los sindiós, según dictamen de la Carta colectiva del Episcopado español, quedaba bendecido el exterminio de los ateos, lo mismo que se hizo durante las cruzadas medievales contra los infieles. Había, sin embargo, una diferencia notable, como era que aquellas cruzadas fueron promovidas para destruir a los musulmanes, y en cambio en España los moros marroquíes combatían junto a los militares rebeldes como soldados auxiliares fanáticos y sádicos.

   En la misma novela, el maestro socialista de Albarracín (Teruel) relata una de tantas escenas protagonizadas por los falangistas y sus cómplices, atestiguada por las descripciones de los supervivientes en cualquiera de los lugares conquistados por los rebeldes, siempre iguales en la aplicación del horror como arma de guerra:

   Después de lo de La Puebla, unos doscientos desgraciados de la C. N. T. intentaron meterse por Bezas. Los coparon. Y los moros no dejaron uno para muestra. Empalaron en las bayonetas las orejas de todos y las partes. […]  Y ataviados con estos despojos desfilaron tan majos por el Óvalo ante lo mejor del pueblo. […] Las señoritas en los balcones y detrás los falangistas. […] El general brillaba con todas sus cruces, la tripa partida por su fajín celeste. Y el obispo a su lado. (Sangre, pp. 254 s.)

   No es una escena inventada, porque en cada ciudad o pueblo conquistados  por los rebeldes contaban algo parecido. Como cronista, Aub se limitó a narrar lo que vio o escuchó a testigos presenciales, sin recurrir a otras fuentes de información. Nadie ignoraba el atroz salvajismo con que fueron tratados los republicanos en la plaza de toros de Badajoz, superador de las escenas vividas en el circo romano. La civilización quedó rebasada por la barbarie. No lo describió Aub, aunque lo recordó al historiar la reclusión de los republicanos en la plaza de toros de Alicante, en Campo de los almendros, la novela de la derrota con el final de la esperanza:

   Formaron grupos en el ruedo de la Plaza. Siete mil hombres. En los tendidos, a media altura, frente a las puertas, ametralladoras y sus servidores. Todos –con los ojos— recuerdan la Plaza de Badajoz. (Almendros, p. 495.)

   Era la represalia contra los que se mantuvieron fieles a la legalidad constitucional, por parte de los rebeldes, Cualquier lugar se convertía en cárcel, y cualquier pared en muro de fusilamientos. Se fusilaba por múltiples motivos, porque todo varón que no se hubiera unido a la rebelión era acusado por los rebeldes de auxiliar a la rebelión, una paradoja sarcástica provocadora de miles de muertes.

  En Campo de los almendros  se describe la epopeya de los derrotados por el nazifascismo internacional, en páginas llenas de angustia, dolor y terror, continuadas en Campo francés con  nuevos detalles de horror. El nazifascismo llevó a cabo un genocidio atroz en España, pero las naciones que presumían de ser democráticas no querían enterarse, cómodamente amparadas por el acuerdo de no intervención.

Afanes de cada bando

   Los vencedores actuaron con absoluta impunidad, tanto durante la contienda como en la interminable posguerra. Tras la victoria publicaban los diarios las listas de los fusilamientos llevados a cabo la víspera, como una información normal; llegaron a ser tanextensas que dejaron de imprimirse. Las hemerotecas guardan ese capítulo sanguinario de la historia de España. Algunos ensayistas disculpan las ejecuciones, alegando que en las retaguardias siempre se cometen actuaciones criminales, y eso es cierto, pero en este caso no cometían los crímenes sujetos incontrolados quizá depravados, sino que los ordenaban las autoridades militares vencedoras, con el propósito de aniquilar totalmente a sus enemigos derrotados.

   Aub relató la historia vivida y padecida por él. En Campo de sangre el médico socialista Julián Templado cuenta a un periodista extranjero cómo su padre fue denunciado acusándole de falangista, por un amigo al que ha-bía prestado diez mil pesetas que no deseaba tener que devolverle, como ocurriría si era ejecutado. Le explica que casos de falsas delaciones se dieron en la zona leal y se cometieron injusticias, pero en la zona sublevada se asesinó “legalmente”:

   Aquí, por lo general, diéronse los paseos por motivos personales y mala baba; el resentido, vuelto delator si no tenía braveza suficiente para llevar a cabo la realización postrera de sus reconcomios. […] No sucedió así del lado de Franco, donde el impulso mortal era consciente, las listas previamente establecidas y los denunciadores del mejor mundo. (Sangre, pp. 39 s.)

   Lo mismo aduce un supuesto corresponsal del autor al final de Campo de los almendros, sobre las muertes violentas ocurridas en las dos zonas enfrentadas, con sus características opuestas:

   […] lo que nadie podrá ocultar, olvidar ni borrar es que [en la zona leal] se mató porque sí. Es decir, porque fulano le tenía ganas a mengano, con razón o sin ella. Ese es otro problema. Pero allá, del otro lado, y aquí, cuando entraron, mataron a sabiendas de quien mandaba. Se mataba con y por orden, con listas bien establecidas, medidas. (Almendros, pp. 542 s.)

   La guerra no terminó con la victoria de los sublevados, sino que se prolongó con la represión, mediante los consejos de guerra sumarísimos que duraban unos pocos minutos, puesto que la sentencia era siempre la misma: pena de muerte. A los condenados con amigos influyentes se les conmutaba por un elevado número de años de prisión, que iban disminuyendo con el paso del tiempo.

   Los vencidos que lograron exiliarse evitaron pasar por ese trance, pero su suerte no fue envidiable: en Francia los encerraron en campos de concentración, en la Unión Soviética debieron sufrir la invasión de los nazis, y en  México tuvieron que empezar a buscar trabajo con el rechazo generalizado de la población que los veía como invasores, por no citar más que los tres principales países que los acogieron.

Una canción de gesta en prosa

   El pueblo español fue traicionado, combatido, derrotado, escarnecido, encarcelado y fusilado si no consiguió exiliarse, un pueblo que defendió con más ánimos que armas su libertad y su dignidad. Perdió la libertad con la guerra, pero mantudo la dignidad ante el pelotón de fusilamiento, en la cárcel o en su peregrinaje por el mundo. El pueblo español fue el protagonista de aquella gesta contada y cantada en El laberinto mágico, porque es una canción de gesta desarrollada en prosa, ahora que ya ni juglares ni ciegos cantan las hazañas heroicas romanceadas en las plazas de los pueblos.

   Los personajes aparecen en varias escenas de novelas distintas, pero ninguno es protagonista de la serie: el único protagonista es el pueblo español armado de esperanza para defender a la República. No lo consiguió, pero su gesta fue heroica. Se lo explicó un maestro de escuela y capitán forzoso de artillería, Claudio Piqueras, a su hijo de cinco años, en Campo de los almendros, mientras aguardaban la llegada de una esperanza con forma de barco, que nunca alcanzó la costa:

   Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides. (Almendros, p. 405.)

   No se olvidará su gesta gracias a crónicas como El laberinto mágico.La bibliografía sobre la guerra en España es inmensa y continúa creciendo, tanto en el género ensayístico como en el de creación literaria., pero el testimonio de Max Aub tiene caracteres únicos. Actuó como cronista de unos acontecimientos observados por él mismo o escuchados a testigos presenciales, por lo que manifiestan un tono de veracidad y a la vez sencillez incomparables. Al unificarse los trabajos del novelista y el historiador en una misma escritura, el relato es simple y directo, como una crónica periodística redactada en el lugar de los hechos, al mismo tiempo que emotiva por tratarse de unos acontecimientos que cambiaron por completo la vida del autor. Aunque le gustaba inventarse la realidad, como lo hizo en su discurso de ingreso en la Academia Española, en el tema de la guerra fue sincero.

Bibliografía citada

   Abierto: Campo abierto, México, D. F., Tezontle, 1951.

   Almendros: Campo de los almendros, México, D. F., Joaquín Mortiz, 1968.

   Cerrado: Campo cerrado, México, D. F., Tezontle, 1943.

   Diarios: Diarios (1939—1972), ed. de Manuel Aznar Soler, Barcelona,     Alba, 1998.

   Gallina: La gallina ciega. Diario español, México, D. F., Joaquín Mortiz, 1971.

   Moro:Campo del Moro, México, D. F.,  Joaquín Mortiz, 1963.

   Sangre: Campo de sangre, México, D. F., Tezontle, 1945.

   Teatro: El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo, México, D. F.,  autor, 1971.

 


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