François Cheng: Cinco meditaciones sobre la muerte
Ed. Siruela, Madrid
En uno de los apartados en que el poeta Cheng divide este libro de consideraciones a propósito de la muerte, le parece oportuno dar cabida al texto poético por cuanto, aún como un ejercicio directo de la imaginación, poesía equivale también –muy fundamentalmente, tal como ha señalado Eliot- a pensamiento. O, como señala Mouttapa en el prólogo, cuando el poeta reflexiona acerca del momento en que la muerte nos deja sin voz: “El silencio se impone entonces… o bien el poema, que es palabra transfigurada. Por eso la última de estas meditaciones toma prestada la voz de la poética, para que el canto, más allá de la muerte, tanga la última palabra” Resulta, pues, didáctico y gratificante el acudir a versos de una hondura –y, a la vez, sencillez- que confieren la realidad verdadera a eso que nosotros vivimos como realidad definitiva, si bien vinculante. Para ello, aún a sabiendas de que la muerte es algo perfectamente material, acudimos a quien hemos querido que, en vida, respondiese a nuestras dudas, y le invocamos: “No olvides a los que están en el fondo del abismo, /Privados de fuego, de luz, de mejilla consoladora, /De manos caritativas… No los olvides, /Ya que ellos se acuerdan de los relámpagos de la infancia, /De los resplandores de la juventud –la vida en ecos/ De las fuentes, en huellas del viento-, ¿adónde van/ si los olvidas, tú, Dios del recuerdo?” La muerte adquiere, así, la condición de sentimiento que somete todo nuestro anhelo, nuestro vínculo –ese secreto incierto- con el futuro. Por ello mismo, y a fin de no quedar desvalidos incluso como idea, como pasión redentora, deseamos su memoria como una forma de reconocimiento, incluso de amor. Se alude a la muerte pero se alude, sobre todo, a la idea de la muerte en la medida en que nosotros mismos le otorgamos una trascendencia que va más allá de nuestra vida real. Y el poeta elabora con cuidada imaginación su deseo, el deseo: “Seguir al pez, seguir al pájaro. /Si envidias su paso, síguelos / Hasta el final. Seguir su vuelo, seguir/ Su nado, hasta llegar a ser/ Nada. Nada más que el azul de donde un día/ Surgió la ardiente metamorfosis, /El Deseo mismo de nadar, de volar” La muerte, al fin, como viaje, y, como tal, con su anhelo poético de esperanza. Una cierta esperanza. Vivir también implica eso.
Ricardo Martínez