Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha
ed. Cátedra, Madrid, 2015. ed. John Allen
La presente edición de este libro, que ha acompañado y acompañará aún a tantas generaciones de lectores, viene a conmemorar el cuarto centenario de la aparición de la segunda parte del Quijote. Salió para corregir aquella edición espuria de un autor “que dicen se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona” Pero Cervantes no propone venganza, antes bien, “castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya” Y, a modo de presentación de su edición propia y verdadera quiere subrayarle al lector: “advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios” En cuanto a este texto que ahora nos presenta Cátedra –iluminado oportunamente con ilustraciones de Jean Mosnier- aclara el editor John Allen: “El eje de la distinción entre estas dos visiones de don Quijote –héroe o loco- es la década que separa la I parte de la II. Si las aventuras de don Quijote de 1605 son las más presentes en la memoria popular, las predilectas de los ilustradores por ser tan escuetas, sencillas y gráficas (molinos de viento, yelmo de Mambrino), las de la II parte son mucho más profundas, complejas y sugerentes (encantamiento de Dulcinea, la cueva de Montesinos) Si la I parte es la historia de la búsqueda, la II es la del encuentro. Don Quijote goza de la fama que buscaba y Sancho gobierna. Pero es también la historia del inevitable y doloroso desengaño para los dos: ‘yo no nací para gobernador’, ‘yo ya no soy don Quijote de la Mancha, sin Alonso Quijano’ La aventura maravillosa del cuerpo y del espíritu continúa viva, si bien el conocer el haz y el envés añade atributos que hacen la historia, si acaso, más humana. Primera y segunda parte se complementan y enriquecen. Inicio y acabamiento se dan cita como didáctica, como explicación, como referente de una vida cuyos valores representaron una época: honor y necesidad, sueño y realidad. Nuestro señor Don Quijote, el de la triste figura, seguirá siendo la entrañable personalidad que siempre, en uno u otro modo, hemos citado, hemos querido imitar, hemos valorado. Cualquier recuerdo de las andanzas de este noble –en el mejor sentido- caballero será apropiado en todo momento. 2015 supone el IV centenario de la aparición de la II parte, pero cada año, cada día habría motivos para honrar el sentido del deber, la virtud y el orgullo caballeresco que el señor manchego llegó a representar en su deambular por este mundo agrio y malandrín. El mismo que, al parecer, perpetúan los avatares más cotidianos, si bien ya no está el ‘desfacedor de entuertos’ para redimirnos, para animar entrañablemente lo que desea ser nuestra confiada esperanza
Ricardo Martínez