Clarisse Nicoïdski: El color del tiempo
Sexto Piso, Madrid, 2014.
¡Qué hermosas las palabras cuando, una vez elegidas, son dichas con elegancia, con sentimiento intencionado de amor!: “Una mano tomó la otra/ le dijo no te escondas/ le dijo no te cierres/ le dijo no te espantes” El discurso de amor es probablemente uno de los discursos más difíciles que pueda darse en la literatura (¿solamente en la literatura?), tal vez por ello cuando el poeta sabe hacer llegar al lector palabras que equivalen al sentir que el amado tiene depositado en la amada, el decir se transforma para convertirse en armonía, en trascendencia casi religiosa, en connivencia y afinidad hacia todo lo creado: “Una mano tomó la otra/ puso un anillo al dedo/ puso un beso en la palma/ y un puñado de amor” El receptor del amor, entonces –y el propio lector en una sinergia implícita por la calidad de lo leído y su estar propio en el texto- se siente no solo honrado, sino elevado de sí hasta adquirir una percepción del bien y la belleza más allá de cuanto por sí podría sospechar. Las palabras, así, adquieren un don que transforma la realidad en sueño sin dejar de ser del todo realidad, y la literatura florece tal como la amada había deseado comprobar desde siempre con los ojos y con el corazón: “Las dos manos se tomaron/ levantaron una fuerza/ para tirar paredes/ para abrirse los caminos” Tal vez cabría decir, incluso, que el original aquí traducido resulta más seductor teniendo en cuenta que procede de una lengua de excluidos, de una lengua minoritaria que ha sido obligada a ocultarse, más, por ello, hacerse más propia y sincera. Una forma de salvar su propia identidad. Lo que recoge el presente libro de esta poetisa, en título tan acertado y sereno como es ‘El color del tiempo’ es una serie de cantos de amor escritos en lengua sefardí, aún hoy vigente en algunos núcleos judíos, y que tuvo en España su origen hace ya unos siglos. Más he aquí que el tiempo no cuenta cuando el decir es tan delicado que es mensaje de amor; de ese entrañable sentido que tiene la soledad: “El vestido agujereado de tu alma/ dejó/ caer/ una lágrima colorada como vino/ lágrima de vino/ de olvido/ estás solo/ dame tu mano” Precisa y clara la traducción de Ernesto Kavi, lo que ayuda a apreciar con mayor agrado el discurso
Ricardo Martínez