Longino: De lo sublime
Acantilado, Barcelona, 2014
Y he aquí que había de ser un hipotético profesor de retórica (o símil de crítico literario greco-romano), un clásico, quien, en datación no conocida fehacientemente, viene a desvelarnos –entre otros muy nobles en el arte de la literatura- una forma de verdad ética y estética, una forma de liberarnos de la triste realidad que lo común (incluida la política mendaz) nos depara. Bueno es, sin duda, acudir a su consejo y compañía para no perdernos en lo más burdo, en los aconteceres que lo real de cada día nos prodiga y que, por grosero, puede llevarnos al terrible mal de ignorar que, en la Naturaleza (y el hombre como protagonista) también existe el principio de armonía, la proporción, la belleza.¿Cómo ignorarle si viene a ser un referente de salvación espiritual, de supervivencia? Leamos, por ejemplo: “La mejor figura es aquella que pasa inadvertida como tal figura. Y para ello lo sublime y la pasión son una defensa y estupendo apoyo contra la desconfianza suscitada por las figuras. La destreza empleada queda oculta y se sustrae a toda sospecha desde el momento en que se vincula con lo bello y lo sublime”. El sentido de lo ecuánime, de lo bello, ha venido para redimir al hombre de esa parte oscura que pudiera traer el sólo reparar en lo material: aquello que obtura la mente y el espíritu (que también existe como realidad interior en cada uno de nosotros, y el solitario lo sabe) y le invalida para apreciar lo trascendente. Y tal sentido no solo no anula lo real-material por sí, antes bien, lo pone en valor en su justa medida. Longino, en su enseñanza –sorprendentemente vigente- constituye, con su inteligencia reflexiva, un claro referente que convendría no despreciar, pues, “Al corrupto sólo le parecen cosas bellas y justas aquellas que benefician su interés” Y de ello es fácil deducir cuál sea el origen del mal, a sabiendas de que “la perdición de los talentos actuales se debe a la superficialidad en que pasamos la vida, pues sólo trabajamos y estudiamos por la alabanza y el placer, no por un motivo digno de emulación y respeto” Claridad clásica, enseñanza para siempre
Ricardo Martínez