Escritores espías
Decía Enrique Vila-Matas: «Los escritores, como los espías, tienen que dedicarse a vigilar a los otros, a robar vidas ajenas».
El oficio de espía está muy directamente relacionado con el de escritor, en ambos la ficción y la inventiva son vitales para desarrollar su labor con éxito. Ya lo decía Graham Greene, el novelista: «vigila, escucha, busca motivaciones, analiza a los personajes y, en su afán de servir a la literatura, carece de escrúpulos». Tano el espía como el escritor deben llevar una doble vida, la real y la que se inventan; y ocultarse tras sus personajes imaginarios. Por todo ello, no es nada extraño que muchos escritores insignes hayan trabajado también como espías.
Fernando Martínez Laínez dedicó un libro a este tema en 2004: Escritores espías, en el que recoge algunos casos de escritores insignes que hicieron de espías por razones completamente diversas, desde Cervantes pasando por Quevedo y Josep Pla.
Cervantes realizó labores de espionaje en el norte de África, en su cautiverio, para intentar regresar a España. Francisco de Quevedo la historia lo vincula con las intrigas del duque de Osuna y el espionaje en los reinos de Italia. Josep Pla fue espía de las tropas de Franco para espiar a los exiliados de la república. Se dice que patrullaba la costa marsellesa en un yate camuflado que servía informes sobre el movimiento de la marina de guerra republicana en el Mediterráneo, a cambio de sus servicios, Pla, que entró en Barcelona con las tropa franquistas, aspiraba a ser nombrado director de La Vanguardia pero sus “servicios” no fueron recompensados y el cargo se lo llevó Manuel Aznar.
Entre los extranjeros destaca la vida de Daniel Defoe, que organizó una red de espías en Edimburgo, en pleno conflicto de la anexión de Escocia, y hubo muchos otros como Voltaire, Graham Greene, o Le Carré.
Frederick Forsyth, autor de Chacal, Odessa o Los perros de la guerra, trabajó para el MI6, el servicio de inteligencia exterior británico, durante más dos décadas, desde la guerra de Biafra, de 1967 a 1970, pro también en Alemania Oriental, Rodesia y Sudáfrica.
El autor de El filo de la navaja, William Somerset Maugham, conocciño en 1915, a través de amante Syrie Wellcome, un jefe de la inteligencia británico, sir John Wallinger, que lo reclutó como espía. Fue espía en Petrogrado, donde, bajo la falsa identidad de un corresponsal norteamericano, creó una red de agentes encubiertos.
Estos días la Casa de Gerald Brenan de Churriana, en Málaga, acoge un ciclo de conferencias sobre espionaje y literatura con el título: «Las agendas secretas. Escritores espías en la Europa de entreguerras». El ciclo será coordinado y moderado por el historiador Cristóbal Villalobos.
Se iniciará con la participación de David Jiménez, escritor, articulista y profesor universitario experto en las relaciones culturales entre España e Inglaterra, que hablará de la relación de algunos escritores españoles con los servicios de propaganda británicos durante la Primera Guerra Mundial.
Le seguirá Jorge Freire, autor de «Koestler, nuestro hombre en España», que tratará de los escritores españoles que estuvieron tanto al servicio del espionaje soviético como de la Central Intelligence Agency (CIA) durante la Guerra Fría. Y cerrará los actos Juan Maldonado, experto en historia del cine, que hará un repaso de cómo alguna de estas historias de escritores y espías han tenido su reflejo en el séptimo arte.
