Y hablamos de amanecer pero, cuando lo hacemos, evitamos hacerlo de manera fortuita, porque Roberto García en sólo ocho tiempos bebidos por los minutos del cósmico sueño de su pluma mágica y dickeniana, nos lo hace vivir hasta cuatro veces en los relatos Amanecer del I al IV. Nos lleva a sentir al viernes eternamente haciendo maletas, saliendo y entrando por la puerta del espejo del armario de Carlos García, personaje que junto a Leticia, los señores Martínez, Anabel, Diego, Gema; se convierte en un vigoroso artilugio del autor para ensamblar mil veces al ser humano y llenar con él el va-cío corporal de que tanto habló el filósofo griego Demócrito, alejándolo de las cosas fatuas y materiales, trabajo que realiza magistralmente con un aire justamente parecido al que logró abrigar el escritor dominicano Don Pedro Troncoso Sánchez en sus BOSQUEJOS FILOSÓFICOS o el predecesor y padre de éste –escritor dominicano también del siglo antepasado- Don Manuel de Jesús Troncoso. Basta leernos NARRACIONES DOMINICANAS y sumergirse en ESCOMBROS DE REALIDAD para saber que como estos dos genios dominicanos, existe en Europa, enhebrando huellas de sueños por las calles de Madrid, otro gran creador, haciéndonos vivir, en carne no platónica, el Efecto Pigmalión del ingenio derramado en la cantera del hacer eterno y único del hombre cosmos, del hombre tierra, del hombre Sabaoth hecho cruz, del hombre hecho esperanza, tal y como nos lo recuerda nuestro espléndido clímax auroral en las reflexiones que hace en el penúltimo relato de su amanecer y despertar de dioses permutados en bolígrafos, en peldaños, en nariz y huesos de pirámides, en la estatua carnal que florece en una esquina o va sobre el vagón del tren sin tocar el costado del exterior. (Manuel Antonio Mejía)